La intolerable tolerancia

¿Qué podemos decir acerca de eliminar la tolerancia religiosa para acabar con la violencia?

18 DE OCTUBRE DE 2014 · 21:14

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Según los defensores del Nuevo ateísmo, la idea de Dios debe ser desarraigada por completo de nuestra conciencia porque constituye el peor cáncer que padece actualmente la humanidad. La fe continúa produciendo terror, violencia y muerte en las sociedades avanzadas del siglo XXI. De ahí la necesidad de que los gobiernos se posicionen oficialmente contra cualquier forma de religiosidad. Pero no sólo la fe, también la tolerancia hacia las religiones moderadas, que aparentemente no generan conflictos, debe ser revisada y eliminada porque dicha tolerancia conforma el ambiente propicio para que proliferen las creencias radicales.

Richard Dawkins se expresa en los siguientes términos: “Mientras sigamos aceptando el principio de que esa fe religiosa debe ser aceptada simplemente porque es fe religiosa, será difícil negar el respeto a la fe de Osama bin Laden y de los terroristas suicidas. La alternativa, tan transparente que no necesita preconizarse, es abandonar el principio del respeto automático por la fe religiosa. Esta es una razón por la que yo hago todo lo que está en mi mano para advertir a la gente contra la fe en sí misma, no sólo contra la llamada fe “extremista”. Las enseñanzas de la religión “moderada”, aunque no son extremistas en sí mismas, son una invitación abierta para el extremismo.”1 De manera que, desde esta perspectiva, la tradicional tolerancia posmoderna hacia todas las creencias debería transformarse hoy en una intolerancia casi inquisitorial, por el bien de la humanidad. ¿Tienen razón estos nuevos ateos? ¿Se les debería hacer caso? Su propuesta de erradicar la fe, ¿sería la mejor solución para acabar con el terrorismo de matriz religiosa?

A primera vista, resulta razonable que los paladines del ateísmo contemporáneo quieran terminar con la violencia religiosa que prolifera hoy en el mundo. La mayoría de las personas se opone a la imagen de aviones repletos de pasajeros inocentes estrellándose contra las antiguas torres gemelas del World Trade Center en Nueva York. Casi nadie simpatiza con esos matarifes encapuchados del Frente Islámico que portan un cuchillo en las manos, dispuestos a degollar ante la cámara sin ningún remordimiento a algún desdichado ciudadano europeo o norteamericano. Pero tampoco gustan las declaraciones de ciertos judíos fundamentalistas de Israel convencidos de que Jehová desea matar palestinos o la actitud de algunos protestantes estadounidenses que creen realizar la voluntad de Dios cuando colocan bombas en clínicas abortistas. Por desgracia, el ser humano es muy dado a creer que tales actos de violencia son aprobados por Dios. Es lógico, pues, que muchos se pregunten cómo construir un mundo en el que tales horrores no tengan cabida. No obstante, el problema es la solución que propone el Nuevo ateísmo: erradicar por completo la fe, quemar los libros sagrados de todas las religiones y clausurar las facultades de teología prohibiendo así su enseñanza porque únicamente el fin de la fe salvaría al mundo.

Si la fe se ha vuelto intolerable, ¿se debería decretar una intolerancia radical contra la tolerancia? Esto es precisamente lo que proponen Dawkins y sus correligionarios. Tal propuesta constituye quizás el único rasgo verdaderamente novedoso de su pensamiento materialista.2 Casi todo lo demás que afirman en sus escritos ya había sido dicho por otros autores ateos con anterioridad pero la propuesta reaccionaria de volver a la intransigencia religiosa e ideológica de otros tiempos no había sido reivindicada seriamente hasta ahora. ¿Qué podemos decir acerca de eliminar la tolerancia religiosa para acabar con la violencia?

No sé si nuestros pensadores se ha percatado de que están tirándose piedras sobre sus propios tejados. Si los gobiernos decretaran de forma unánime acabar con todas las ideologías religiosas, ¿no deberían también prohibir el cientificismo y el naturalismo materialista que profesan Dawkins, Harris, Hitchens, Dennett y otros? Precisamente, la tolerancia de todos los credos que se disfruta en los países avanzados ha hecho posible, no solo que proliferen las religiones monoteístas y las demás sino también el naturalismo científico y el ateísmo. Éstas últimas creencias que rechazan lo trascendente, afirmando que la naturaleza se ha creado a sí misma, únicamente pudieron desarrollarse en un ambiente de tolerancia como el que se gestó en el mundo moderno, gracias a la influencia de la fe cristiana. Sólo ahí pudo florecer la ciencia y desarrollarse el respeto hacia las particularidades de cada cultura. Si hoy existen librepensadores en el mundo es porque las culturas religiosas, superando los errores inquisitoriales de otras épocas, asumieron finalmente la libertad de credos y la tolerancia ideológica que se desprende del auténtico mensaje evangélico.

Los nuevos ateos afirman que su propuesta de intransigencia hacia la religión es legítima porque se basa sobre todo en la razón y no en la fe. ¿Es esto así? Yo pienso que no. El cientificismo, o la creencia de que los métodos de la ciencia son la única fuente de obtener conocimiento auténtico, constituye la médula espinal del naturalismo científico. Sin embargo, el cientificismo en sí mismo no es “ciencia” sino “creencia”. No hay manera de ponerlo a prueba. No existen demostraciones científicas suficientes que lo corroboren sin lugar a dudas. Es imposible realizar un experimento que sea capaz de demostrarnos que cualquier proposición verdadera deba estar basada en pruebas empíricas antes que en la fe. Por tanto, la intolerancia hacia cualquier forma de fe debería aplicarse también al cientificismo de Dawkins y sus colegas. Sabemos que la fe de los científicos en que el universo es inteligible, es decir, que es comprensible y puede ser estudiado, resulta fundamental para que exista la propia ciencia. Sin fe no hay ciencia. Pero es que, además, resulta que la afirmación del Nuevo ateísmo de que “la verdad sólo puede alcanzarse por medio de la razón científica” al margen de la fe, es en sí misma un acto de fe. De manera que, si hubiera que acabar con todos los tipos de fe, se debería prohibir también el naturalismo y el cientificismo. Algo de lo que los nuevos ateos no quieren ni oír hablar.

Por otro lado, cuando se afirma que las creencias religiosas son malas o que el Dios de las religiones monoteístas no es bueno, ¿desde qué fundamentación moral se hace? ¿Quién decide aquello que es moralmente correcto o incorrecto? ¿Dónde han encontrado los nuevos ateos su elevada moralidad? ¿Cómo surgieron esas tablas de piedra con sus diez nuevos mandamientos? El fervor que ponen al denunciar los males sociales del oscurantismo religioso sólo puede provenir de la conciencia de estar en posesión de la verdad moral. ¿Cuál es el origen de dicha conciencia? ¿Es su moralidad el producto de un consenso social? ¿Cómo podemos saber que tal consenso es de fiar? Otros movimientos sociales, como el nazismo o el antisemitismo, también pretendían basarse en el consenso social. ¿Será quizás la selección natural darwinista quien les haya dotado con sus absolutos morales? ¿Cómo es posible que un mecanismo natural amoral pueda generar la conciencia de lo que es bueno o malo? Y, en cualquier caso, muchas acciones que se podrían considerar moralmente negativas, como mentir, robar, violar o matar, ¿no pueden usarse como óptimos mecanismos evolutivos de carácter adaptativo? ¿Sería sabio seguir los criterios morales propios de la evolución? El darwinismo social intentó hacerlo en el pasado favoreciendo la supervivencia de los más aptos. Sin embargo, ¿quién defendería hoy semejantes estrategias sociales?

Al rechazar la existencia de Dios, los nuevos ateos fundamentan sus valores éticos en la sola razón. Pero las dudas subsisten. ¿Por qué se debería confiar en la razón humana? Si nuestra mente es el producto de la selección natural darwinista, un mecanismo natural ciego y sin propósito tal como ellos lo entienden, ¿podemos confiar en su objetividad moral? Desde este punto de vista evolutivo, quizás se podría argumentar que la mente humana debe tener la capacidad de adaptarse al medio ambiente pero, aparte de esto, el darwinismo es incapaz de explicar por qué nuestra mente es razonable. Luego entonces, ¿deberíamos hacer caso a nuestras capacidades cognitivas para determinar lo moralmente correcto? ¿Dónde y cómo consiguió el hombre esa elevada estatura moral con la que pretende juzgarlo todo? ¿Acaso no hay que hacer también un salto de fe para aceptar que la sola razón sea el fundamento último de la ética?

Sin embargo, cuando la realidad se interpreta desde la perspectiva de la existencia de Dios las cosas cambian. Si el creador nos hizo a su imagen y semejanza, como afirma la Escritura, entonces podemos confiar en nuestra mente humana. La capacidad que tenemos para entender y descubrir la realidad del mundo está inmersa en la propia inteligibilidad que lo empapa todo. Podemos hacer ciencia, no porque nos apropiemos de la verdad del mundo sino, más bien, porque esa verdad nos posee a nosotros también. La conciencia moral con la que se nos dotó, aunque en ocasiones pueda deformarse, en general será capaz de determinar certeramente entre las acciones buenas y las malas. Al ser Dios es el fundamento último de dicha conciencia moral humana, podemos confiar plenamente en ella. La indignación que nos produce, por ejemplo, la injusticia o las malas acciones no es obra de nuestro genes ni de la selección natural darwinista, como piensa Dawkins, sino de haber sido conformados con arreglo a ese patrón de bondad hacia el que siempre aspiramos inconscientemente. El anhelo por la verdad y por todo lo moralmente correcto reside en los entresijos del alma humana desde que nos fue implantado por el Sumo Hacedor.

Siendo esto así, la fe cristiana no es un salto a ciegas sobre el vacío de la nada, ni tampoco una serie de creencias irracionales carentes de pruebas. Se trata más bien de la certeza capaz de enfocar nuestro raciocinio sobre una región de la realidad a la que la ciencia no tiene acceso. Una dimensión profunda de la espiritualidad humana. Un área de inagotable sentido trascendente. Una zona donde la existencia del hombre puede aspirar a la verdad y la bondad con mayúsculas. Desde semejante perspectiva es posible constatar que la fe no es enemiga de la razón sino su aliada prematura. La fe crea el camino para que transite el razonamiento y le ofrece aire puro para que no se ahogue. Los diversos racionalismos, así como el cientificismo, llegan a asfixiar la razón pero la fe le permite respirar en libertad y orientarse con sabiduría. Sólo la fe cristiana puede proporcionarle sentido a la razón y sustento a la moralidad humana.

No, no podemos erradicar la fe. No debemos hacerlo porque sin ella todo se torna relativo y empezamos a caminar sobre las arenas movedizas de la arbitrariedad humana, sin rumbo ni destino eterno.

 

1 Dawkins, R., 2011, El espejismo de Dios, ePUB, p. 277.

 

2 Haught, J. F., 2012, Dios y el Nuevo ateísmo, Sal Terrae, Santander, p. 33.   

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