El mundo feliz de Richard Dawkins
Debo confesar que el liberalismo del Zeitgeist moral de Dawkins me produce desazón y un cierto escalofrío.
27 DE SEPTIEMBRE DE 2014 · 21:40
A Richard Dawkins no sólo le preocupan los fanáticos musulmanes capaces de volar edificios matando gente inocente sino también los cristianos moderados que se manifiestan en contra del aborto o la eutanasia.
Tanto unos como otros serían, en su opinión, moralmente perjudiciales para la sociedad porque tales expresiones religiosas prudentes serían el caldo de cultivo imprescindible para que se dieran también los extremismos más radicales.[1]
Pero Dawkins no se detiene ahí sino que va mucho más allá. Escribe, sin que le tiemble el pulso, que educar a los niños en los valores religiosos que profesan los padres es una forma de “maltrato infantil”.
Su razonamiento es muy simple. Como todas las religiones son falsas, formar a los pequeños en unas creencias equivocadas es inducirlos deliberadamente al error, a una edad en la que no son capaces de defenderse por sí mismos. Por tanto, los progenitores o tutores que les inculcan su religión -aunque lo hagan de buena fe- les estarían, en realidad, maltratando psicológica y moralmente. Si los abusos sexuales a menores son malos y del todo censurables, más lo sería formarlos en la cosmovisión cristiana de la vida.
Habría, pues, que proteger a los niños de sus propios padres creyentes y de los desvaríos espirituales que les puedan hacer daño. ¿Cómo compaginar tal protección con el respeto a la diversidad cultural? Dawkins cree que el derecho de los niños es más importante que cualquier promoción de la diversidad cultural porque ésta incluye las religiones de las que los pequeños deben ser protegidos. Toda religión sería como un virus mental a erradicar en la sociedad laica del mañana.
Lo que el famoso biólogo ateo y sus colegas están planeando para un futuro inmediato es, ni más ni menos que, una auténtica revolución cultural. No se trata de escribir cuatro ideas sorprendentes para ser archivadas en las estanterías de librerías y bibliotecas.
Lo que se pretende es alcanzar a los políticos para que modifiquen las leyes sobre la religión y la diversidad de las culturas. ¿Qué clase de sociedad nos propone el Nuevo ateísmo de Richard Dawkins y quienes piensan como él? ¿Cómo sería el mundo si fuesen ellos quienes dictaran la leyes?
Partiendo de la concepción de que la religión, toda religión, es una especie de virus mental capaz de infectar las conciencias infantiles, lo primero que se debería hacer sería ilegalizar toda enseñanza religiosa, tanto en las escuelas como en los hogares. Pero, dado el notorio arraigo que la fe tiene en muchas familias y la dificultad de conocer lo que ocurre dentro de cada hogar, probablemente habría que separar a los niños de sus padres. Puede que se consiguiera tal medida colocando a los bebés desde muy pequeños -¿quizás desde las seis semanas?- en guarderías del Estado donde se les inculcaran, lo más pronto posible, los principios del darwinismo materialista.
No obstante, ¿de qué serviría ingresar a los pequeños en centros estatales laicos, si el fin de semana al regresar a sus hogares estarían expuestos a la nociva influencia paterna?
Al cerrar todas las escuelas religiosas, si se quisiera ser eficaces, habría que clausurar también todas las iglesias cristianas de cualquier denominación, así como las sinagogas, mezquitas, templos budistas, hindús, etc.Quizás todos estos lugares de culto podrían convertirse en museos, donde se reflejaran de manera didáctica los peligros de la religión en comparación con los múltiples valores del ateísmo para la formación del espíritu humano.
Aunque como los edificios no son los únicos emblemas perniciosos que hacen publicidad de las diversas ideologías religiosas, habría que acabar también con las festividades. Navidad, Pascua, el día de Acción de Gracias tan arraigado en Norteamérica y hasta las españolísimas cabalgas de los Reyes Magos deberían sustituirse por otras fiestas más intelectuales y científicas. Se me ocurre, por ejemplo, el día del nacimiento de grandes hombres de ciencia que suscribieron el evolucionismo. Por supuesto, el del padre del darwinismo, Carlos Darwin, sería una importante fiesta que guardar. Pero también la de algunos de sus más fervientes seguidores, como Thomas H. Huxley, el famoso “bulldog de Darwin”así como el biólogo alemánErnst Haeckel. Poco a poco, a medida que se fuera haciendo pedagogía de estos personajes en todas las escuelas, el respeto y la admiración por sus ideas y sus libros conduciría también al desprecio por la creencia en un Dios creador que lo hizo todo a partir de la nada.
Por desgracia, toda sociedad tiene alguna minoría disidente que no suelen estar de acuerdo con las leyes que aprueban los votos de la mayoría. Cualquier crítica en este sentido debería ser escrupulosamente prohibida. No se podrían tolerar las dudas acerca del darwinismo. Menos aún si éstas procedieran de algún científico rebelde al sistema ya que esto podría despertar antiguos sentimientos religiosos fundamentalistas.
Dudar o desmentir a Darwin tendría que ser considerado como alta traición, pues resquebrajaría los cimientos de toda la sociedad. De la misma manera, cualquier oposición al aborto sería condenada sin contemplaciones ya que podría llegar a poner en peligro la vida de los médicos abortistas. Y como la selección natural facilita que la naturaleza elija a los mejor adaptados al ambiente, sería ella quien nos orientaría en la elección de aquellos rasgos que mejor definen lo humano. Lo lógico debería ser que sólo los mejores se reprodujeran entre sí para evitar las malformaciones genéticas. Además, hoy poseemos la tecnología suficiente para hacer del aborto el medio perfecto en la consecución de una eugenesia ideal. Si lo más importante que nos distingue del resto de los animales es nuestra superior inteligencia, las personas que mostraran deficiencias en este sentido, poca inteligencia o cierto retraso mental, deberían considerarse como malformaciones humanas a eliminar. Por supuesto, todo esto tendría que cubrirlo la Seguridad Social de cada país. ¿Acaso no es ésta la mejor manera de transmitir a las futuras generaciones un mundo más feliz y saludable?
Ironías aparte, debo confesar que el liberalismo del Zeitgeist moral de Dawkins me produce desazón y un cierto escalofrío.
No dice nada acerca de la libertad de expresión. Se niega a reconocer la diversidad cultural y a respetarla. Ni una palabra de los derechos de los padres contra las disposiciones del Estado que atenten contra su conciencia. ¿No será que el nuevo espíritu moral de los tiempos, que nos propone Dawkins, no es tan nuevo porque, bajo un barniz de progresismo liberal,esconde otra forma más de tiranía y totalitarismo?
Saque el lector sus propias conclusiones.
[1] Ver el capítulo 9: Infancia, abuso y la fuga de la religión, en El espejismo de Dios, ePUB, p. 280.
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