Leo Messi, el Barça, Joseph Blatter y Diego Torres

Hoy al fútbol no se juega a jugar. Se juega a ganar.

24 DE MAYO DE 2014 · 22:00

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Leo Messi.

Messi llegó hasta donde pudo llegar. De ser un jugador venido de otro planeta como algunos medios lo llamaron, ha pasado a ser un jugadorextraordinario pero… de este planeta. No es que se haya acabado ni que haya cambiado sino que las circunstancias que se dieron hace unosaños para que brillara como lo hizo, ahora son otras. Y, según sospecho, no volverán a darse ni en el Barça, ni en la selección argentina ni en ningún otro equipo donde pudiera militar si es que termina yéndose de Cataluña.
En «El País» del miércoles 21 de mayo de 2014 aparecen sus primeras declaraciones que revelan la crisis que lo está afectando. Las críticas —para mí absolutamente injustas— le han llegado y se ha dejado decir que «si me tengo que ir, no tengo problema [en irme]». Y el autor de la crónica, Jordi Quixano, «sin querer queriendo» aprovecha para darle también su estocada en el costado. «Mi elección» dice Messi, «es continuar {aquí] ya que sigo teniendo el mismo cariño hacia ellos [la gente del Barça] pero si así no fuera, buscaré una solución porque siempre querré lo mejor para el club». Y Jordi agrega a renglón seguido: «Eso mismo quiere la afición».
No hay que ser pitoniso para ver aquí una trizadura que bien puede llegar a ser un quiebre definitivo, dependiendo, como se afirma, de su desempeño en Brasil que, en mi opinión, será discreto; repito, no porque Messi no sea capaz sino porque la selección argentina no es el Barça. El viejo Barça; y, además, porque como dice Mafalda, a los premios uno ya llega cansado. Messi está cansado, por más 26 años que tenga. Como están cansados la mayoría de los jugadores. Futbolísticamente, Messi sigue siendo Messi; es decir, no ha perdido calidad. Lo que ha perdido –no él sino el Barça, ha sido ese embrujo que sorprendió a todos y que por ese mismo factor… sorpresa, le ganaba a cuanto equipo se le pusiera por delante. La crisis vino cuando dejó de ganarle a todo el mundo. Y como la gente del Barça quiere que le siga ganando a todo el mundo, llegó la crisis. Pep Guardiola lo dijo cuando su equipo perdió con el Real Madrid: «Uno quiere ganar todos los partidos, pero no se puede ganar siempre». Hay que entender y aceptar eso. En Barcelona parece que no lo entienden ni lo aceptan. El Barça no volverá a ser lo que fue. Es posible que con los cambios que se anuncian —venta y compra de jugadores— se estructure otro Barça tan bueno o mejor que el que fue. Pero el Barça del toquecito, de la demarcación, del hilo conductor que unía mentalmente a sus jugadores y que hizo la maravilla de todos los que admiraron sus talentos, ya se acabó. Se fue el Tata y llega Luis Enrique. Nada devolverá al Barça de Guardiola o de Tito Vilanova. Se anuncia la posible venta de Alexis, Tello, Cuenca, Song, quizás Xavi, quizás Alves, quizás Cesc. Si venden a estos jugadores y traen a otros, se confirma mi vaticinio: el modelo Barça se desarma. Habrá que armar otro modelo y el otro modelo… … Amante del fútbol —en mi época de adolescente jugué de wing (*) izquierdo— por un tiempo fui seguidor del Barça, pero me pasó lo que a aquel niño que odiaba la comida y que solo quería comer helado. Hasta que su madre decidió complacerlo, anunciándole, para su alborozo, que su comida del día consistiría solo en helado: helado al desayuno, helado al almuerzo y helado en la cena. ¿El niño? Feliz… los primeros días pero pronto tanta dulzura terminó por cansarlo hasta no querer volver a ver nunca más una copa de helados. Con el Barça y la selección de España me pasó lo mismo: tanta dulzura me cansó. Era demasiado helado. Así es que me fui a Madrid y me identifiqué con el Real. Más adelante diré por qué me hice madridista. En Brasil, España no podrá hacer lo que hizo en África del Sur hace cuatro años porque a la selección la ha atacado el mismo virus que atacó al Barça. España no volverá a ser campeón. No quiero ser otro Bela Guttman pero a Del Bosque le va a pasar lo mismo que le ocurrió al «Tata» Martino. Con Guardiola, el Barça era un acertijo, un enigma. Era un cubo rubik: indescifrable. Hoy día tú vas a la Internet y te dicen cómo poner, en treinta segundos, todos los colores en un mismo lado. Martino no hizo un mal trabajo. Lo que pasa es que ya los demás equipos le habían encontrado la punta a la madeja y sabían cómo desenredarla. Lo mismo le va a pasar a Del Bosque en Brasil. Esta es la realidad del Barça. Ya su juego para nadie es un misterio. Los entrenadores de los demás equipos han estudiado el esquema barcelonista y han aprendido a neutralizarlo. Por eso, Messi no hace goles como antes; por eso, Neymar pasa desapercibido en la cancha; por eso, dejan a Xavi en la banca; por eso, quieren vender a piezas clave del viejo modelo como Alves, Cesc, Alexis, Xavi. (Ya se fue Valdés y antes se había ido David Villa, sin mencionar a Eto’o, a Ronaldinho e incluso al mismo Zlatan Ibrahimovic.) Los cristianos, especialmente los que gustan del tema escatológico (yo soy un «escatólogo» moderado, no dogmático) han visto aparecer al anticristo en cada personaje que destaca por una u otra razón. Tradicionalmente, al anticristo se lo ha identificado con un personaje; no obstante, la Biblia ofrece la alternativa de que el anticristo no sea solo una persona sino una tendencia, un movimiento creado e impulsado por esa persona que tiene detrás al propio Satanás. «Las epístolas juaninas, sin negar que habrá un anticristo final y único, afirman que existe ya una actitud o tendencia característica de este, y hablan aun de «muchos anticristos» (1 Juan 2.18, 22; 4.3; 2 Juan 7, Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, Caribe 1998). Yo, sin pretender pasar por Zaratustra con lo que voy a decir, creo que estamos ante la presencia de un anticristo que, a la vez que es una persona, es «una actitud o una tendencia característica creada e impulsada por esa persona». ¿La persona?: Joseph Blatter; la tendencia, el fútbol mundial ya no como deporte sino como negocio. Blatter y los que se cobijan bajo su sombra —que parecen ser tan numerosos como la arena del mar—, han montado un nuevo estilo de esclavitud: la esclavitud de los jugadores. Para no hablar de la esclavitud de los clubes respecto de sus patrocinadores. En los tiempos de la esclavitud original, esclavo que no servía se deshacían de él; hoy, jugador que se lesiona va al quirófano y si no se recupera pronto, se acabó. ¿Y los quirófanos? Llenos de lesionados. El caso más dramático que se dio el domingo 18 de mayo lo protagonizó Diego Costa quien en medio de una carrera se quedó y con un gesto más de frustración que de dolor tuvo que abandonar el juego; los medios, sin embargo, prefirieron suavizar los comentarios, quizás para que no se dispararan las alarmas. Blatter inventa copas con la misma facilidad con que se cambia de camisa. Mantiene a los jugadores todo el año en la cancha. Algunos ganan mucho, otros ganan menos y hay quienes ganan casi nada. Hay partidos de lunes a domingo y todos, o casi todos, a estadio lleno. El moderno circo romano.Ave, Caesar, morituri tesalutant.Los que van a jugar te saludan, excelentísimo Blatter. Las monedas que caen en el arca de las indulgencias deportivas no dejan de sonar. ¿A dónde va ese dinero si la casi totalidad de los equipos están con sus cuentas en rojo? La Unión Deportiva Salamanca desapareció el año pasado por falta de dinero. Ahora, su estadio sale a la venta por el mismo motivo: arcas vacías. «La deuda ahoga al Atlético mucho más que a sus vecinos, con un pasivo de 543 millones [de euros], superior al del Real Madrid (541 millones [de euros])» («La Champions es para ricos», «El País», miércoles 21 de mayo, pp. 36-37.) Hoy día, el fútbol paraliza el mundo. El anticristo en su apogeo. Las lesiones de jugadores menudean; las clínicas traumatológicas no dan abasto; los jugadores entran a la cancha ocultando lesiones porque hay que ganar. Hoy no se juega a jugar. Se juega a ganar. A ganar en la cancha y a ganar en las tribunas donde puede verse a «caballeros distinguidos» con traje, abrigo de piel, sombrero y guantes, aparentando disfrutar con el espectáculo cuando lo más probable es que mentalmente estén calculando lo que van a ganar o a perder si el equipo al que le apostaron gana o pierde. ¿Alguien protesta? ¡Nadie! Hace algunos años, Diego Armando Maradona intentó organizar a los jugadores en una fuerza que pudiera equilibrar la balanza… un poco. El establishment futbolero no tardó mucho en tirarlo por la borda. Hoy nadie dice nada: unos porque están obteniendo algún beneficio en metálico (a río revuelto, ganancia de pescadores) y otros porque si bien no están recibiendo nada, esperan algún día recibir algo. ¿Y los jugadores? Presos en esa telaraña anticrística. En casa, nosotros los amantes del fútbol dejamos de leer la Biblia, dejamos de ir a la iglesia, dejamos de acariciar a nuestros hijos, dejamos de comer, dejamos de hablar de cómo estuvo el día, dejamos de orar por ver fútbol. El televisor no nos da tregua. Hay periodistas «especializados» que escriben lo que escriben porque les pagan por hacerlo. No es que reciban su salario como cualquier periodista. No. Ellos no son periodistas como cualquiera. Son mercenarios de la pluma al servicio de alguien. O de algo. Escriben lo que les ordenan que escriban. Los ha habido, los hay y los habrá. Diego Torres parece ser uno de estos. Digo «parece» porque no tengo datos que me permitan afirmarlo en forma categórica. Su misión en la sección del fútbol de «El País» es escribir contra el Real Madrid, contra sus dirigentes, contra sus jugadores. Es su especialidad. Así como hay periodistas especializados en política, en economía, en ciencia, hay los que se especializan en escribir contra algo, o contra alguien. Este estimado colega se ha especializado en escribir contra el Real Madrid. Cuando intento leerlo –y debo confesar que me cuesta hacerlo— me parece estar leyendo a un mago, a alguien que tiene una colección de última creación de nano-bolas-de-cristal todas con baterías nuevas y un nano-GPS de la más reciente tecnología. Porque escribe desde la intimidad del camarín del Real, se infiltra en el pensamiento íntimo de los jugadores, le lee la mente a Cristiano Ronaldo, le descubre las marcas rojas en la espalda a Bale y asegura que, a diferencia de Gonzalo Higuain, Gareth se traga sus dolores en tanto que el argentino los gritaba como cuando las graderías aplaudían sus goles; desvaloriza a Coentrao y le baja el sueldo a la mitad justo antes que éste, en un pase magistral en el partido de ida, le pusiera la pelota en los pies a Karim Benzema para que hiciera el gol que le dio el triunfo sobre el Bayern Munich. Le adivina los pensamientos íntimos a Ancelotti y acompaña a Florentino Pérez hasta su casa y entre conversa y conversa le saca secretos que el presidente del Real Madrid no ha compartido ni con la almohada. Lo que ocurre con escribidores como este Diego es que muy pronto la gente se cansa de ellos y ya no los lee. Me hice madridista porque es un equipo al que le cuesta ganar;porque su fútbol –cuando quiere, como cuando le ganó al Bayern Munich en ida tanto como en venida—tiene el sabor de una auténtica cazuela de ave como la que prepara mi esposa y, finalmente, porque es un equipo de terrícolas que saben ganar y saben perder. Y como una forma de repudiar los ataques que le lanzan, sin descanso, periodistas y medios de España entre los cuales, Diego Torres parece llevar el estandarte. (*) En aquellos tiempos el fútbol era otra cosa: Se jugaba con cinco delanteros: el wing izquierdo, el wing derecho, el centro forward, el centro half, el back centro, etc.; dos en la línea media, tres defensas y claro, el goalkeeper quien no usaba guantes pero sí rodilleras para no herirse con el cascajo de la cancha y muchos de los jugadores jugaban con las medias abajo. ¡Qué tiempos aquellos cuando las camisetas llevaban solo el nombre y la insignia del club y cuando los jugadores sí que la amaban y daban la vida por ella!

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