Dios y el Diseño Inteligente

Lo que se propone es que la actividad inteligente de Dios al crear la naturaleza puede ser detectable, de la misma manera que lo es la de un informático que diseña determinado programa.

23 DE MAYO DE 2014 · 22:00

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La afirmación de que la vida, y en general el cosmos, fueron diseñados por un agente inteligente puede turbar al ser humano contemporáneo, educado desde la enseñanza primaria en la creencia de que todo deriva de las simples leyes naturales. Sin embargo, el desarrollo de la ciencia durante las últimas décadas constituye un avance progresivo en esa dirección. De la misma manera que en la Edad Media la humanidad tuvo que acostumbrarse a pensar que la Tierra se movía alrededor del Sol, a pesar de que nadie podía ver ningún movimiento de rotación ni traslación, probablemente el siglo XXI impondrá también la idea de un diseño inteligente de la vida y el universo. Otra cosa distinta ocurrirá con la naturaleza del diseñador. Aquí no habrá acuerdo. En efecto, ante la cuestión: ¿qué idea de Dios transmite el Diseño inteligente (DI)? Hay que responder simplemente que ninguna. Por su propia naturaleza, que pretende seguir la evidencia empírica, esta teoría es incapaz de definir las características de la inteligencia que evidencia la vida. Está claro que, para quienes creemos en el Dios de la Biblia, resultará fácil transferir sus atributos al diseñador inteligente que sugiere la ciencia. No obstante, quienes no aceptan la existencia del Dios judeocristiano probablemente propondrán otras explicaciones a la realidad del diseño. Aunque no hay demasiados sustitutos, se han sugerido los siguientes: que la inteligencia provenga de los extraterrestres; de un enigmático principio autoorganizador del universo; que los entes vivos sean inteligentes en sí mismos; entender la biosfera como un todo (Gaia, la Diosa Tierra) que pudiera ser inteligente y actuara como un único organismo, etc. Todas estas posibilidades pueden estar interrelacionadas o ser la misma. La ciencia no tiene aquí la última palabra y debe ceder ante las explicaciones de la teología o de la especulación filosófica más o menos fundamentada. Uno de los famoso descubridores de la estructura helicoidal del ADN, el doctor Francis Crick, propuso su conocida teoría de la panspermia. En su opinión, la vida habría sido sembrada en la Tierra por parte de alguna civilización inteligente procedente del espacio exterior. Aunque tal planteamiento no resuelve el problema del origen de dicha hipotética civilización, sí asume parte de la premisa fundamental del DI. Es decir, que la vida muestra diseño, aunque éste no sea perfecto. Crick abre así la puerta a la posibilidad de diseñadores inteligentes pero capaces de cometer errores. Alienígenas del espacio que no tienen por qué ser moralmente superiores a nosotros. Exportadores de una sofisticada tecnología que puede responder a motivaciones altruistas o quizá egoístas. Nadie lo sabe. En pocas palabras, la panspermia sustituye a Dios por múltiples dioses menores que a veces se equivocan, ya que las cosas no siempre les salen como ellos quisieran. Y a nadie se le escapa que con la especie humana, desde luego, no acertaron. Esta idea de la panspermia se sustenta sobre arenas movedizas. Carece de evidencia científica y apela a algo que es imposible de investigar: unos seres inteligentes que aparecieron hace mucho tiempo en una galaxia desconocida y muy lejana. Lo cual convierte la teoría en un auténtico milagro. Es como si Crick estuviera diciendo que “el origen de la vida en la Tierra fue un milagro”. Con lo cual el asunto queda inmediatamente fuera del ámbito de la ciencia. ¡Para este viaje no hacían falta tantas alforjas! Es lo mismo que, desde hace miles de años, viene proponiendo la doctrina bíblica del milagro de la creación. No obstante, si no fueron los extraterrestres, ¿en qué otro diseñador permite pensar la teoría del DI? ¿Es bíblica la teología que parece sugerir? Aunque el DI no dice nada acerca de la naturaleza del diseñador, muchos creacionistas, y la mayoría de los evolucionistas cristianos, ven con malos ojos el tipo de Dios que se desprende. Unos porque creen que no se adecua al Dios creador del relato del Génesis, interpretado literalmente. Los otros porque piensan que el diseñador inteligente es, en realidad, el denostado Dios tapagujeros. Ciertos partidarios del creacionismo de la Tierra joven -no todos, por supuesto- recriminan al DI el hecho de no interpretar literalmente el libro de Génesis y, por lo tanto, no respetar la Escritura, decir poco del Dios bíblico y no glorificarle como se merece. Para ellos, el DI no es “creacionismo camuflado”, como creen muchos darwinistas, sino una especie de enorme cajón de sastre donde caben todas las posibles concepciones de la divinidad. Por su parte, algunos teólogos que defienden el evolucionismo teísta ven la teoría del DI como poco científica porque les parece que apela demasiado al Dios tapagujeros. Es decir, creen que los proponentes del DI sólo ven diseño en aquellas áreas de la naturaleza que la ciencia no ha estudiado suficientemente todavía. Una idea peligrosa pues a medida que el conocimiento científico avanza, Dios retrocedería. Es como si la ignorancia humana fuera lo único capaz de dar cobijo a la creencia en Dios. ¿Qué hay de cierto en todo esto? En primer lugar, no todos los creacionistas de la Tierra joven -menos aún los de la Tierra antigua- disienten ante los puntos de vista del DI. Muchos reconocen que no siempre la Biblia debe interpretarse literalmente y apoyan la defensa del diseño como un hecho fundamental de la naturaleza. Conviene recordar, una vez más, que la teoría del DI, como toda teoría empírica, no puede decir absolutamente nada sobre un diseñador con el que no se puede experimentar. Salvo que actuó de manera inteligente dejando la impronta de su sabiduría en los seres vivos. En cuanto al argumento del Dios tapagujeros, con el que los cristianos evolucionistas acusan al DI, creo que está equivocado. No es que los investigadores vean diseño inteligente en ciertas estructuras naturales irreductiblemente complejas porque éstas han sido poco estudiada y sean prácticamente desconocidas por la ciencia. Es precisamente al revés. Aquello que motiva a los científicos a pensar en un diseñador inteligente es el gran conocimiento que poseen de dichas estructuras o funciones. No es lo que no saben sino lo que sí saben. Darwin y sus coetáneos, al observar una célula bajo sus rudimentarios microscopios, no podían pensar en el diseño real de la misma porque sólo veían simples esferas de gelatina que rodeaba un pequeño núcleo oscuro. Nada más. Pero es precisamente el elevado grado de información y sofisticación bioquímica en las estructuras celulares, descubierto por los potentes microscopios electrónicos actuales, lo que ha hecho posible la teoría del DI. No se está apelando al Dios tapagujeros. Lo que se propone es que la actividad inteligente de Dios al crear la naturaleza puede ser detectable, de la misma manera que lo es la de un informático que diseña determinado programa. Los sistemas biológicos manifiestan las huellas distintivas de los sistemas diseñados inteligentemente. Poseen características que, en cualquier otra área de la experiencia humana, activarían el reconocimiento de una causa inteligente. Según el DI, los seres vivos no sólo serían el resultado del azar y la necesidad sino, sobre todo, del diseño real y de decisiones sabiamente precisas. Deseo terminar con una cuestión que me parece relevante. Muchos creen que el diseño en la naturaleza, para ser auténtico, debiera ser también perfecto, benéfico o, cuanto menos, inofensivo. Pero la realidad es que no siempre es así. El cosmos en el que vivimos actualmente es limitado, finito, cambiante y sometido a la ley física de la entropía. Si no se le aplica energía extra, su grado de desorden no disminuye sino que aumenta. Finalmente a los seres vivos les sobreviene la muerte. Por tanto, resulta bastante improbable que el diseño real sortee todos los inconvenientes o satisfaga todos los gustos y las necesidades en un mundo así. Me parece un error la afirmación de que: “el diseño tiene que ser perfecto o no es diseño”. ¿Acaso no pueden darse diseños imperfectos? Más aún, ¿existe el diseño maligno? Uno de los organismos que hacían dudar a Darwin de la existencia de un Dios bondadoso eran las avispas. En concreto, unas pequeñas avispas del grupo de los icneumónidos (Ichneumon) que tienen el hábito de poner sus huevos dentro de los cuerpos vivos de orugas de otros insectos. Así, cuando nacen las larvas de Ichneumon disponen de alimento fresco, el cuerpo de sus desafortunados hospedantes, las orugas a las que se comen vivas. William Dembski, uno de los principales proponentes del DI escribe: “La naturaleza es un morral mezclado. No es el mundo feliz de William Paley en el cual todo estaba en delicada armonía y equilibrio. No es el mundo darwinista ampliamente caricaturizado de la naturaleza roja de sangre en los dientes y en las garras. La naturaleza contiene diseño maligno, diseño mal construido y diseño exquisito. La ciencia necesita comenzar a aceptar el diseño como tal y no despreciarlo…”[1] La existencia del mal, así como de la injusticia y miseria del mundo actual es un argumento clásico contra la existencia de Dios. Sin embargo, no es la ciencia quien debe dar la respuesta sino la teología, la filosofía o más concretamente la teodicea. Y me consta que lo vienen haciendo casi desde la noche de los tiempos.

[1]Dembski, W. No Free Lunch, Rowman y Littlefield, Lanham, 2002, p. 16.

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