Paranoia alimenticia

Nuestros miedos alimenticios se basan en la realidad de que nos hacemos viejos, enfermamos, y algún día moriremos.

07 DE MARZO DE 2014 · 23:00

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En los últimos años no hay nada que me aturulle más que la radicalidad dogmática con la que se toma ciertos temas nutricionales y ecológicos, y me sorprende lo poco que hablamos de ello. La verdad es que pocas veces podemos comer nada con tranquilidad. Haced recuento y veréis, con un mínimo de búsqueda en Internet, que no hay ni un solo alimento de los que entran normalmente en nuestras dietas que esté libre de sospecha o de amenaza mortal. Para simplificar, partamos del supuesto de que todos sabemos lo que es una dieta equilibrada y la cumplimos con normalidad. Entonces, horroricémonos. El arroz blanco, el pan blanco, y cualquier cosa de las normales blancas que nos venden en el súper acaban provocando, en el mejor de los casos, diabetes ; y no se os ocurra mencionar «pan de molde» delante de un defensor radical de la masa madre. Los adultos, dicen, no deberían beber leche de vaca porque es una aberración, aunque claro, si la bebemos, que sea con suplemento de calcio y sin grasa, porque la leche natural no es sana; y dicen, también, que el azúcar es un veneno (y no os confiéis, dicen que el moreno es todavía peor, que muchos no son más que azúcar normal con colorante), y que los edulcorantes son cancerígenos. Pero claro, tampoco es bueno tomar miel, porque eso perjudica al medioambiente (estamos explotando para nuestro beneficio a las pobres abejas). Que la carne que comemos está atiborrada de antibióticos y sustancias tóxicas que les dan de comer a los animales, y que por eso estamos provocando que haya este aumento de enfermedades como el cáncer en los humanos. Que cocinar los alimentos les quita todas las vitaminas y propiedades pero que comértelos crudos puede matarnos por los pesticidas que llevan. Al mismo tiempo, diariamente nos ametrallan con publicidad de productos enriquecidos que aparentan ser indispensables, hasta el punto de que llegan a sugerir que tomar esos mismos productos pero sin enriquecer no solo es peligroso para salud sino potencialmente mortal. Nada de esto está suficientemente comprobado, pero por si acaso advierten. Durante años han salido decenas de estudios advirtiendo de los peligros de tomar café, y decenas de estudios advirtiendo de las propiedades sanadoras y regeneradoras del café (y donde digo café, digo todo lo demás). Luego esos estudios salen rebatidos por otros científicos, por falta de pruebas o falsedad de datos, o porque tomaron una muestra parcial y generalizaron, o porque se comprobó que estaban a sueldo de corporaciones, y se acaban retirando de la circulación, pero nadie publica una nota diciendo que ese estudio alarmista del que hablaron hace tiempo resultó ser inexacto. Y nosotros nos quedamos con el runrún en la cabeza, la duda, la desconfianza y el miedo. Y ese miedo, ¿para qué sirve? ¿A quién le sirve? Hace poco el blog de El Comidista (http://blogs.elpais.com/el-comidista/2014/01/edulcorantes-cancerigenos-enzimas-prodigiosas-y-otras-mentiras-sobre-la-comida.html) publicaba una interesante entrevista con J. M. Mulet por la reciente publicación de su libro Comer sin miedo. Me ha animado y sorprendido encontrar este libro de un autor cuyo blog leo a menudo, que es profesor de la Universidad de Valencia y que habla con sensatez y sentido común de temas que la mayoría de las veces parecen pertenecer exclusivamente a los amantes de la conspiración. Es cierto que se han hecho cosas mal, que ha habido grandes desastres alimenticios a lo largo de la historia, y que siempre son mejorables los sistemas de producción, procesamiento, almacenaje y distribución de los alimentos, básicamente porque en ello se nos va la vida. Pero, como señala el autor del libro, tenemos una buena esperanza de vida y en general no hay casos de intoxicación ni de enfermedad por consumir productos que están supervisados y controlados por las autoridades competentes. Entonces, ¿de dónde sale este talibanismo alimenticio? En cierto momento, el entrevistado respondía así a la nueva moda de defender la agricultura ecológica y odiar los transgénicos: “Frente a la identificación de los productos ecológicos o lalucha contra los transgénicos con un discurso progresista, Mulet sostiene que "mucha gente de izquierdas (…) no conocen el inicio político del ecologismo y el proteccionismo ambiental, ideado por la nobleza para que los burgueses no les quitaran los campos donde iban a cazar: la prueba está en organizaciones como WWF, que cuentan con lo más granado de la realeza europea. Cuando la izquierda dejó de ir a misa tuvo que empezar a creer en cualquier tontería espiritual antisistema. Lo mismo que la Iglesia, pero con una túnica azafrán en vez de una sotana”. Creo que da en el clavo del asunto, y nos da la respuesta de la utilidad de ese miedo sutil que nos va calando en la vida diaria. Por raro que nos parezca a los cristianos occidentales tan empapados del estado del bienestar, hay una cuestión espiritual debajo, y aquí sí que os permito que me llaméis conspiranoica. El miedo nos hace permanecer quietos, obedientes. Si nos dicen: “comprad esto”, el miedo hará que lo compremos. Sin miedo, sin amenaza, aunque sea velada, la actual industria alimenticia no tendría forma de subsistir. Y no hay nada más anclado en la profundidad espiritual del hombre que ese miedo que paraliza e inutiliza. No estoy hablando de tomar precauciones, de no comer comida sana y bien procesada, sino de ese otro “por si acaso” que se nos cuela en la voluntad y nos la acaba forzando. Nuestros miedos alimenticios se basan en la realidad de que nos hacemos viejos, enfermamos, y algún día moriremos. Quizá, se piensa, si comemos mejor eso se aplace tanto que no tengamos que volver a pensar en ello. Quizá así no pensaremos en la muerte que nos acecha. No hay inquietud espiritual más profunda que esa. Me gusta que haya gente como Mulet que diga con claridad que no somos lo que comemos, esa frase tan manida en los últimos años. No, ya lo dijo Jesús: lo que nos contamina no es lo que entra, sino lo que sale. Parece broma, pero nuestra paranoia alimenticia actual no se diferencia en casi nada, de hecho, de ese mismo miedo que tenían los judíos de la época de Jesús a los alimentos impuros y a la falta de limpieza ritual (Marcos 7:1-3). Hay cosas dentro de lo alimenticio que me preocupan más que el pan integral de harina de espelta 100% orgánica, como son las supercorporaciones, las mañas de Monsanto, y otras grandes perlas de la industria. Pero, si queréis, de este tema hablaremos otro día.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - Paranoia alimenticia