No podemos domesticar el miedo y pretender que nos sirva a nosotros, porque el miedo es fiel a su señor."/>

La cultura del miedo

No podemos domesticar el miedo y pretender que nos sirva a nosotros, porque el miedo es fiel a su señor.

21 DE FEBRERO DE 2014 · 23:00

,
Dentro de dos semanas (Dios mediante) quiero publicar un artículo en esta columna sobre nutrición. Es de hace algunas semanas atrás, y se nos traspapeló entre e-mails cruzados, y al final no salió. Lo iba a mandar hoy a la redacción del periódico, y sin embargo ha ocurrido algo. Es un artículo (ya veréis) que habla un poco (y solo un poco) de la gran paranoia alimenticia que nos comprime últimamente. Como decía, lo que ha ocurrido es que he vuelto a revistar el artículo en el que me basaba por si había algo que actualizar, y me he quedado a cuadros al comprobar el volumen y la virulencia de los comentarios negativos. En resumen, el tema general es que criticaban al autor del blog por dudar de ciertas virtudes no demostradas de la comida ecológica. El argumento principal de los que atacaban en los comentarios de este blog solamente es el miedo. Ellos defendían que era algo legítimo y bueno tener miedo a los pesticidas, a los productos químicos, a las grasas saturas, insaturadas e hidrogenadas, a la sal, al azúcar, a los hidratos, a las proteínas, a los antibióticos y, en definitiva, a todo lo relacionado con la alimentación moderna. A veces uno se interesa por los argumentos del contrario, porque es sano, pero no hay posibilidad de diálogo cuando no hay más argumento que el miedo. Por eso me he propuesto, como ejercicio de preparación a las críticas negativas que seguramente cosechará el próximo artículo, hablar hoy de ese miedo con el que convivimos como si no pasara nada. Porque hemos llegado a pensar no solo que es inofensivo, sino que nos beneficia, que nos mantiene alerta, que nos ayuda a mantenernos serenos. Y qué gran mentira. Como dice una buena amiga mía, no hay que confundir el miedo con la prudencia, y llevamos mucho tiempo haciéndolo, aleccionados vaya usted a saber por quién, quizá por nosotros mismos y nuestro pecado. Hace ya doce años del famoso documental Bowling for Columbine de Michael Moore, ese hombre amado y repudiado a partes iguales, y que sin embargo señalaba con acierto que la sociedad estadounidense llevaba mucho tiempo basando su cultura en el miedo, porque era una forma efectiva y barata de controlar a la población. Ocurre que Estados Unidos es el referente de la sociedad occidental, y aquí heredamos, con mayor o menor premura, sus grandes líneas de cultura y pensamiento. Estas dos últimas semanas he compartido con algunas personas, cristianas y no cristianas, el tema de la paranoia alimenticia, y lo cierto es, he de confesar, que no he recibido puntos de vista muy dispares. Todos, en general, tienen miedo. El caso de gente que se considera cristiana es curioso porque en la Biblia, precisamente, hay cerca de 400 referencias en las que Dios, o sus enviados, le dicen a alguien que no tema. En ninguna ocasión, en ningún versículo, en ninguna historia bíblica, Dios le dice a nadie que tenga miedo ante algo. Se habla del temor del Señor, pero es un temor reverente, que lleva a la adoración, no a la paralización. Se habla de la prudencia y de medir nuestros actos. Pero nada de eso es el miedo moderno. Y sin embargo, nos han educado diciendo que el miedo es bueno. Los niños con miedo son buenos porque se librarán de accidentes. Los padres con miedo son buenos porque así estarán más pendientes de sus hijos. Los ancianos con miedo irán más al médico y estarán más prevenidos frente a enfermedades. Hacer algo por miedo no perjudica a nadie, sino que todos son beneficiados. Hemos convertido al miedo en nuestra mascota, y se nos ha hecho creer (y nos hemos creído) que nos era bueno, y útil, algo inofensivo, cuando en realidad agarrarse al miedo es como pretender tener de mascota al Leviatán, el monstruo prehistórico en cuyas fauces cabía medio océano, y en cuyas tripas solo hay oscuridad. El mismo Dios habla así del Leviatán en Job, y sus palabras valen para el mismo miedo que pretendemos tener domesticado: ¿Podrás jugar con él como juegas con los pájaros, o atarlo para que tus niñas se entretengan? (…) Si llegas a ponerle la mano encima, ¡jamás te olvidarás de esa batalla, y no querrás repetir la experiencia! Vana es la pretensión de llegar a someterlo; basta con verlo para desmayarse. (Job 41.5-9) No se puede tener al Leviatán como mascota. No podemos domesticar el miedo y pretender que nos sirva a nosotros, porque el miedo es fiel a su señor, y nos arrastrará a la oscuridad de una vida aprisionada, metida entre límites ridículos, lejos de todo lo que Dios nos ha capacitado para hacer. Es como quien cree que saca a su perro a pasear, cuando en realidad el perro es un asalvajado que tira del dueño y de la correa e intenta escaparse porque él en realidad cree que es el dueño de su pretendido amo. En realidad he escrito esto para decírmelo, sobre todo, a mí misma: que solo hay una cosa cierta, y es que la Biblia dice que no temamos, y lo dice en imperativo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - La cultura del miedo