La estrategia de Judas

Sin habérmelo propuesto, mi artículo “Misión Latinoamericana: Descansa en paz”, pareciera haberse transformado en una especie de «estrategia de Judas».

09 DE NOVIEMBRE DE 2013 · 23:00

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Han llegado a mi conocimiento por vía escrita o por vía verbal algunas reacciones a mi artículo de la semana pasada, Misión Latinoamericana: Descansa en paz. A todos he agradecido sus opiniones y a algunos les he sugerido que las hagan públicas ya sea escribiendo a Protestante Digital o a través de cualquier otro medio. (En cierta ocasión –y esto lo cuento como una anécdota un tanto pertinente al tema que he venido tratando de las tantas que se van acumulando a lo largo de los años en la bitácora de escritores y escribidores— usé mi pluma para defender los derechos del que escribe ficción de decir lo que le parezca; lógicamente, dentro de los marcos de la decencia y las buenas costumbres, sobre todo si estamos hablando de escritores cristianos.(*) Alguien reaccionó, con… --¿cómo decirlo?— con cierto tonillo de disgusto y una pizca de sorna; eso es, con cierto tonillo de sorna y una pisca de disgusto, diciendo: «Y los derechos del lector ¿qué?» «Sencillo», le respondí, «el lector tiene todo el derecho del mundo de escoger lo que lee. Y si alguien no quiere leerme o lo que yo escribo no le parece, no tiene más que apagar, cerrar, e irse. Tan sencillo como eso. ¿Le parece poco ese su derecho? ¡Inalienable».) Todas las reacciones que han llegado a mis oídos coinciden en que mi artículo NO fue escrito con mala fe, con una carga negativa o con el afán de hacer daño. Y me alegro que así lo vean mis críticos porque eso corresponde a la verdad. Por supuesto, hay quienes hubieran preferido que no se dijera nada al respecto o, por lo menos, se señalara lo bueno que hay en el poceso.(**) Pero una reacción en especial no ha dejado de llamarme la atención. Se trata de una larga reflexión dirigida no a mí (aunque quien la escribió tuvo la gentileza de enviármela antes de hacérsela llegar a su destinatario) sino a alguien que reaccionó positivamente al leer mi artículo. Parecería ser como aquello de decirle algo a Juan para que entienda Pedro. Pero no lo es, exactamente. Tampoco pareciera ser un intento de convencer a mi reactor de que las cosas no son como fueron expuestas. Yo reitero que sí lo son solo que en esto, como en muchas otras cosas, «todo depende del color del cristal con que se mira». El contexto de mi artículo debe entenderse –así se lo hice saber al distinguido hermano—tratando de leer también lo implícito; lo que se dice aunque no se exponga abiertamente. Por lo demás, mi reactor conoce tan bien como yo el devenir de la Misión Latinoamericana, así es que tiene base suficiente para opinar como lo hizo. Mi amigo Westinghouse –a quien desde hace tiempo lo tengo navegando por ignotos mares en la nave del olvido (José José)— ve con cierta simpatía lo que él, y otros, llaman, «la estrategia de Judas» (el Iscariote). Cuando en cierta ocasión me la expuso, lo aconsejé para que se anduviera con cuidado con eso de inventar tal clase de estrategias. Y para fundamentar mi advertencia le dije que no recordaba haber oído de algún teólogo, pastor o biblista referencia alguna a eso de «la estrategia de Judas». Tozudo como es, de todos modos me la expuso. Y es esta: Judas –más o menos como Jonás en su tiempo—sentía un «rencor parido» contra los romanos, así como Jonás la sentía por los ninivitas. Siendo un político (e incluso de corte guerrillerista como se afirma que eran los zelotes, grupo político al que dizque pertenecía) quiso valerse de su incorporación al Grupo de los 12 para desde allí «hacer la guerra y no la paz» a los imperialistas e invasores. Judas habría tenido la esperanza que Jesús fuera el líder auténtico que se alzara y tras él todo el pueblo contra la tiranía extranjera. Pero pasaban los días, los meses y los años y nada hacía prever que tal cosa ocurriría. (Mi amigo Westinghouse incluso cree que las veces que Judas metió la mano a la bolsa del dinero lo hizo no para un beneficio personal sino para apoyar logísticamente a los zelotes comprando pertrechos, flechas, lanzas, escudos y, según él; es decir según Westinghouse, su desinterés personal por el dinero queda demostrado cuando, convencido de su fracaso político, devolvió horrorizado («arrepentido» dice Mateo 27.3) a los principales sacerdotes y a los ancianos las treinta piezas de plata que le quemaban las manos, la cara, el corazón y la conciencia. (¡Qué diferente sería nuestro mundo si todos los políticos que roban lo hicieran para –como Robin Hood—(***) ayudar a los pobres o, mejor aún, devolvieran lo robado!) El punto crucial en «la estrategia de Judas» estaba en que éste, al ver que en tres años y medio no había pasado nada, habría cifrado su última esperanza en el beso, en la acción de la soldadesca romana y en la propia reacción de su Maestro. Cuando aquello tampoco funcionó se le vino abajo estrepitosamente el castillo de naipes que había venido armando y se hundió en los miasmas de su fracaso. Para él, político honesto aunque mal discípulo, la guerra había terminado sin siquiera haberla podido comenzar.(****) Pues, sin habérmelo propuesto, mi artículo Misión Latinoamericana: Descansa en paz, pareciera haberse transformado en una especie de «estrategia de Judas». Porque la crisis provocada partiría de la afirmación de que la Misión Latinoamericana ha muerto. Las voces que han surgido recalcan que tal afirmación mía es falsa, que LAM no ha muerto ni morirá –por lo menos con esta fusión into—sino que se fortalecerá y saldrá mucho mejor parada gracias a la fusión. Ya pareciera ser demasiado tarde para poner marcha atrás y recomenzar el proceso, ahora sobre una base distinta, preferiblemente en igualdad de condiciones. Pero la esperanza es lo último que se pierde. Y si con lo que escribí ayudamos a que, efectivamente, la Misión Latinoamericana siga viviendo, creo que nadie podría calificar mi artículo de la semana pasada como lamentable, que fue la expresión que usó alguien para referirse a él. (*) Era en la época cuando se produjo el boom Dan Brown con su El Código Da Vinci y surgieron como setas después de una noche lluviosa los detractores que desde distintas trincheras le disparaban a matar. Para estos defensores de la pureza evangélica y escritural una obra de ficción tenía el mismo valor –en términos de fidelidad—que un tratado de historia en el que la fidelidad a los hechos tal como ocurrieron es insoslayable. (**) He invitado a altos ejecutivos de la IWM a que me concedan una entrevista o escriban un artículo señalando lo que yo no dije. Espero que accedan. (***) A un ex presidente de Costa Rica le decían el Hood Robin porque robaba a los pobres para darles a los ricos. ¡Cómo han proliferado en nuestro mundo los modernos Hood Robin! (****) En estos días de elecciones en Chile, un joven político de solo 40 años, Marco Enriquez Ominami hijo de un guerrillero urbano, Miguel Enriquez Espinoza, asesinado por los militares después del golpe militar de Septiembre 11, 1973, es uno de los candidatos a la Presidencia de Chile. Marco Enriquez era entonces un bebé y fue adoptado por otro político, Carlos Ominami Pascual, quien le dio su apellido y la cobertura paternal que el bebé necesitaba.

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