Críticas a la psicología freudiana

En oposición al psicoanálisis de Freud y a la psicología individual de Adler, Jung definió su teoría como “psicología analítica o compleja”.

09 DE NOVIEMBRE DE 2013 · 23:00

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A pesar de que las ideas psicológicas de Freud continúan disfrutando de una gran influencia y probablemente muchas de las aportaciones del psicoanálisis son válidas; aún reconociendo que la mayoría de los estudiosos de la mente humana acepta hoy que existen aspectos inconscientes del comportamiento que podrían haberse originado, según el modo de enfrentarse a la ansiedad, durante los primeros años de la infancia, tal como él señaló; es menester reconocer también que las teorías de Freud han sido muy criticadas y, en ocasiones, han suscitado reacciones bastante hostiles. Algunos psicólogos rechazaron la idea de que los niños pequeños manifestaran deseos eróticos o que aquello que ocurría durante los primeros años de vida pudiera crear ansiedad para siempre (Giddens, 1998, Sociología, Alianza Editorial, Madrid). El feminismo expresó también su desacuerdo, argumentando que Freud se centraba demasiado en la sexualidad de los varones y prestaba poca atención a la experiencia femenina. Sus planteamientos establecían un vínculo muy directo entre la identidad de género y la conciencia genital, lo cual dejaba entrever que, de algún modo, el pene era considerado como un órgano superior a la vagina y que ésta se definía sólo como una mera carencia de aquél. Los partidarios del feminismo se preguntaban ¿por qué no se podía considerar al revés, que el órgano femenino fuese superior al masculino? Tampoco se veía bien que en los escritos de Freud, el padre desempeñase siempre la principal función disciplinaria ya que existían muchas culturas en las que este papel era desempeñado por la madre. Asimismo se le criticó el retraso -alrededor de los cuatro o cinco años- que daba al inicio del aprendizaje del género. La mayor parte de los autores posteriores llegaron a la conclusión de que éste se iniciaba mucho antes. Otro gran estudioso del desarrollo infantil, el profesor de la Universidad de Chicago, Georges H. Mead (1863-1931), aunque sostuvo ciertas ideas parecidas a las de Freud, llegó a la conclusión de que la personalidad humana estaba menos sometida a tensiones de lo que suponía el padre del psicoanálisis. En su opinión, los bebés empiezan a desarrollarse como seres sociales imitando las acciones de las personas que les rodean y para ello utilizan el juego. Los niños pequeños adoptan así el papel de otro y desarrollan su autoconciencia al verse a sí mismos como los ven los demás. Tanto para Freud como para Mead, alrededor de los cinco años el niño es ya capaz de sentirse autónomo y desenvolverse fuera del contexto familiar. Freud creía que esto se debía a la fase edípica, mientras Mead afirmaba que era consecuencia de la capacidad para desarrollar la autoconciencia. Mead no estaba de acuerdo en que lo que ocurría entre el nacimiento y la primera infancia tuviera necesariamente que determinar toda la vida posterior de la persona. Pensaba que la capacidad de aprendizaje social propia de la adolescencia era tan importante o más que la ocurrida durante la primera infancia. Las hipótesis de Mead no dependían tanto del inconsciente y no fueron tan polémicas como las de Freud, aunque también influyeron de forma importante en la psicología posterior. El discípulo de Freud, Alfred Adler (1870-1937), médico de origen judío, pronunció cuatro conferencias en 1911 bajo el título general: Crítica de la teoría sexual freudiana. Las ideas que expresó en este ciclo supusieron su expulsión, así como la de siete médicos más, del círculo psicoanalítico de Viena. Su versión de la teoría psicoanalítica fue mucho más rica y matizada desde el punto de vista científico que la de Freud, ya que se avenía mejor con aquello que era posible observar en la práctica. Adler llegó a la conclusión de que su maestro se había dejado engañar por las características de la muestra con la que trabajó, es decir, los enfermos mentales. De ahí que valorara tanto el carácter sexual de la libido y el mito de Edipo sobre el que construyó toda su obra. Sin embargo, Adler decía que el origen de los trastornos anímicos no era el conflicto entre el yo y la pulsión sexual, como afirmaba Freud, sino el afán de superación del niño. Las neurosis no eran, por tanto, el resultado de traumas edípicos sufridos durante la primera infancia que influían inconscientemente a lo largo de toda la vida, sino la expresión de un “sentimiento de inferioridad” que era siempre alimentado por todas las experiencias negativas que sufría el individuo y que le impedían conseguir sus fines. De manera que la felicidad de las personas dependía, en el fondo, de la relación con los demás. El sentimiento de inferioridad sólo podía superarse mediante el “sentimiento de comunidad”. Adler suavizó también la crítica de la religión que hizo su maestro Freud ya que estaba convencido de que el sentimiento religioso tenía como finalidad principal la perfección de la humanidad. Pero a pesar de que su postura fue más tolerante hacia la religión, para él Dios seguía siendo -como para Freud- sólo una idea de la mente humana. Una idea que podía ser muy positiva, pero una idea al fin y al cabo. Sin embargo, el teólogo Ernst Jahn que fue discípulo de Adler y escribió con él un libro titulado: Religión y psicología individual, le replicó a éste que en la concepción cristiana Dios no era una idea, ni siquiera un fin, sino una realidad. Küng recoge estas palabras de Jahn: “Esta es la cuestión: ¿idea, fin o realidad? Para la interpretación cristiana Dios no es ni idea ni fin. Dios es realidad. La idea y el fin pueden ser determinados por la fuerza del pensamiento humano. Pero el ser de Dios no está ligado a los procesos mentales del hombre. Dios no es un resultado del pensamiento. Dios es una realidad sobrecogedora” (Küng, 1980: 405). Si para el psicólogo Adler, Dios es un regalo de la fe, para el teólogo Jahn, en cambio, la fe es un regalo de Dios. El hombre no inventa al Creador sino que es éste quien crea al hombre. Tal sería el misterio de la fe en la trascendencia que constituye el núcleo del cristianismo y de otras religiones monoteístas. Otro discípulo disidente de Freud fue Carl Gustav Jung (1875-1961) quien se separó de su maestro un año después que Adler porque rechazaba también su teoría sexual y su comprensión de la libido. En oposición al psicoanálisis de Freud y a la psicología individual de Adler, Jung definió su teoría como “psicología analítica o compleja”. Para él, la libido no era solamente una pulsión sexual sino una energía psíquica que originaba procesos tan complejos como: pensar, sentir, percibir e intuir. En base a tales funciones anímicas Jung distinguió hasta ocho tipos psicológicos distintos entre las personas. Tampoco estuvo de acuerdo con el ateísmo manifiesto de Freud ni con la intrusión de la medicina en el campo de la concepción del mundo y de la vida. Nunca dejó de autodefinirse como cristiano. Ya en la década de los ochenta (1978, 1988), la socióloga Nancy Chodorow trabajó sobre el desarrollo del género, haciendo más énfasis que Freud en la importancia de la madre. En su opinión la necesaria ruptura entre el bebé y su madre ocurre de manera diferente en los varones que en las hembras. Las chicas pueden permanecer al lado de su madre mostrándole sus sentimientos hacia ella sin ningún tipo de reparos ni condicionamientos sociales. Pueden besarla, acariciarla o abrazarla y comportarse como lo hace ella. No hay necesidad de que se produzca una ruptura entre madre e hija, lo cual hace posible que cuando la pequeña se convierte en adulta tenga un sentido del yo mucho más vinculado a los demás. Su identidad personal se fusiona mejor con la de los otros e incluso puede depender más de ellos. Tal sería la razón, en opinión de Chodorow, de que las mujeres manifestaran una mayor sensibilidad y compasión emotiva que los hombres. Éstos, por el contrario, se verían obligados a romper prematuramente su apego inicial con la madre ya que se les inculca que lo masculino es opuesto a la ternura femenina y a los mimos maternales. Por tanto, a los chicos les faltaría cierta habilidad para relacionarse íntimamente con los demás o para comprender sus propios sentimientos. Este sería el origen de la característica inexpresividad masculina o la dificultad para manifestar sus propios sentimientos a los demás. En vez de esto, los varones desarrollarían mejor que las chicas la capacidad para el análisis crítico de la realidad, serían más activos y enfocarían su existencia en base al deseo de conseguir cosas. En realidad, los planteamientos de Chodorow son completamente opuestos a los de Freud ya que interpretan lo masculino como una disminución de lo femenino. A los varones les faltaría algo que han perdido en la ruptura de su estrecha relación inicial con la madre. De ahí que su actitud ante el mundo sea más manipuladora y más torpe en cuanto al establecimiento de relaciones afectivas con los demás. Por el contrario, las mujeres se expresarían en función de sus relaciones y éstas constituirían la base de su autoestima. A pesar de que la obra de Chodorow ha sido también criticada porque no explica el deseo actual de las mujeres por ser independientes y autónomas, o los sentimientos de agresividad femenina, así como por basar sus estudios sólo en la típica familia blanca de clase media, lo cierto es que en general las ideas de esta socióloga continúan siendo muy relevantes y tenidas en cuenta en los estudios acerca de la identidad de género o la sexualidad. Por último, ciertos teóricos de la ciencia contemporáneos, como Karl R. Popper, han discutido también el carácter científico del psicoanálisis, empleando para ello el criterio de demarcación y la teoría falsacionista. En su opinión la aparente irrefutabilidad de la teoría del psicoanálisis la convertiría en una teoría dogmática no científica. Si no es posible confirmarla o refutarla por medio de la experiencia es porque no se trataría de una teoría verdaderamente científica. La explicación de Freud acerca del psiquismo humano impone unas asunciones previas que no son susceptibles de verificación y que permiten adaptar cualquier manifestación psíquica a las explicaciones del psicoanálisis. En este sentido Popper escribe: “En los comienzos de este periodo desarrollé mis ideas sobre la demarcación entre teorías científicas (como las de Einstein) y teorías pseudocientíficas (como las de Marx, Freud y Adler). Me resultaba claro que lo que hacía que una teoría, o un enunciado fuesen científicos, era su poder para descartar, o excluir, la ocurrencia de algunos eventos posibles -para proscribir, o prohibir, la ocurrencia de esos eventos-. Así pues, cuanto más prohíbe una teoría, más nos dice.” (Popper, 1977, Búsqueda sin término, Tecnos, Madrid, 55).

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