Freud y los sueños: en los abismos de la mente

Hasta entonces la psicología del siglo XIX interpretaba los sueños como puros fenómenos mentales de carácter residual que carecían de interés científico.

26 DE OCTUBRE DE 2013 · 22:00

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Freud llegó a la determinación de que los sueños eran realizaciones más o menos encubiertas de los deseos reprimidos y, por tanto, debían ser convenientemente interpretados. Los traumas psíquicos contenidos en el inconsciente podían de esa manera salir a la luz y ser curados. A esto contribuía también la adecuada lectura de los actos fallidos como las equivocaciones al hablar o escribir, errores de lectura, olvidos, pérdidas, etc. Freud estudió muchos casos de “lapsus linguae” ya que, en su opinión, ninguno de estos fallos se debía a la casualidad sino que todos procedían del inconsciente y eran motivados por sentimientos que se intentaban reprimir en la mente del sujeto, pero sin éxito. Hasta entonces la psicología del siglo XIX interpretaba los sueños como puros fenómenos mentales de carácter residual que carecían de interés científico. Sin embargo, Freud se fijó en el significado profético y religioso que habían tenido para los pueblos de la antigüedad. Tanto los egipcios, como los griegos y romanos habían intentado descubrir el futuro analizando los sueños; muchos profetas del Antiguo Testamento habían recibido consignas o revelaciones especiales por medio de sus visiones oníricas y también en el Nuevo Testamento Dios se había manifestado en sueños a ciertas personas. No obstante, Freud les dio un significado muy diferente al que tenían en el mundo antiguo. Para él los sueños eran auténticos caminos que conducían al inconsciente. “Se hizo posible demostrar que los sueños poseen un sentido y adivinar éste. Los sueños fueron considerados en la antigüedad clásica como profecías; pero la ciencia moderna no quería saber nada de ellos, los abandonaba a la superstición y los declaraba un acto simplemente “somático”, una especie de contracción de la vida anímica dormida. [...] Podemos, pues, decir justificadamente que el sueño es la realización (disfrazada) de un deseo (reprimido) y vemos que se halla construido como un síntoma neurótico.” (Freud, 1970: 60, 63). En su opinión, a través de los sueños sería posible satisfacer deseos escondidos que la consciencia rechaza porque no se sujetan a nuestros principios morales. Por tanto, el origen del sueño habría que buscarlo en los impulsos instintivos reprimidos por la vida real o en los deseos recientes que no han sido satisfechos de manera adecuada. Mediante estas aportaciones la teoría del psicoanálisis creada por Freud se consolidaba como una teoría del comportamiento humano, o sea, como una escuela de investigación psicopatológica que aspiraba a interpretar la conducta humana por medio del descubrimiento de las motivaciones ocultas de la misma. Era como una especie de técnica espeleológica que pretendía llegar a las profundidades de la mente humana. Sin embargo, las posibilidades del psicoanálisis no se agotaban con el estudio de los sueños, la sexualidad infantil o la histeria masculina. Los análisis freudianos superaron las fronteras del psiquismo individual y se adentraron también en el ámbito de la sociedad, la cultura, el arte y la religión. Freud se identificó con el mito de Rousseau, que afirmaba la bondad innata de la naturaleza humana. El gran psiquiatra estaba convencido de que la historia de la civilización y de la cultura era un gran esfuerzo por someter a las fuerzas de la naturaleza. Las instituciones creadas por el hombre, como el Estado, constituían en definitiva un medio para controlar las pasiones naturales de los seres humanos, como el asesinato, el incesto o la violación. En su obra, El malestar de la cultura, se refirió a la gran paradoja que suponía descubrir que la civilización creada para hacer más feliz al hombre, sólo había conseguido hacerlo más desgraciado. Tal descubrimiento sería la causa de la hostilidad hacia la cultura que experimenta el hombre moderno. Freud reconoció que el individuo occidental no se sentía cómodo en la civilización que él mismo había construido; que a pesar de haberse convertido en el dios de la técnica y de la ciencia, a pesar de poseer múltiples objetos materiales que le proporcionaban mayor comodidad y bienestar, en el fondo, no era feliz y seguía viviendo una vida de frustración. En cuanto al arte, Freud pensaba que era una ilusión en la que el ser humano moderno, atormentado por sus deseos, intentaba refugiarse para satisfacerlos. Los artistas creaban un mundo de fantasía para que la gente pudiera evadirse de la realidad. El arte era como un lenguaje metafórico parecido al de los sueños en el que el artista sintonizaba más o menos con el público en función de la pericia que tuviera para expresar su propia infelicidad a través de la obra. Los llamados trabajos maestros serían aquellos en los que la infelicidad de todos, espectadores y artista, mejor se ponía de manifiesto. También la religión será considerada por Freud como una “neurosis obsesiva de la humanidad”, como un recurso ficticio y utópico para combatir la miseria de este mundo. El objetivo principal de la misma sería dominar los sentidos humanos apelando a un mundo irreal en el que se proyectarían todas las necesidades biológicas y psicológicas. El Dios padre y juez de la humanidad al que apelan tantas religiones sería, en realidad, una forma alienada de la figura paterna que combinaría los papeles de protector idealizado y también de represor odiado. Aunque la religión podía desempeñar un aspecto positivo, al intentar llenar la vida de las personas, consolarlas de su sufrimiento, darles pautas de conducta social y valor ante lo desconocido, en el fondo, no era más que un delirio colectivo o una deformación infantil de la realidad. Es decir, otra neurosis más.

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