¿Tiene precio la gracia?

Afirmamos, como lo hace Dietrich Bonhoeffer en su libro El precio de la gracia, que la gracia no es barata porque a Dios le costó cara

22 DE SEPTIEMBRE DE 2013 · 22:00

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Preguntamos a: Isabel Pavón, Leonardo Chirico, Lidia Martín, Pablo Martínez, Emmanuel Buch, José de Segovia, Daniel Jándula, Luis Rivera-Pagán, Jaime Fernández, José A. Sánchez, Stuart Park, Antonio Iglesias, David Manso, Pedro Tarquis, Miriam Borham, Esteban Muñoz, Emilio Monjo y Óscar Margenet. ¿Tiene precio la gracia? Como dice el apóstol Pablo en Efesios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras…”. Es decir, que no tenemos que hacer nada, para no ufanarnos. Nada para recibir la llamada de Jesús, para recibir perdón y recibir vida. No obstante, de antemano Él ya había dispuesto que practicáramos buenas obras. Porque no podemos negar que la gracia debe ir unida a la acción. Somos salvos por la obra de Dios en su Hijo; es decir, su gracia para con nosotros tuvo un alto precio: la vida de su Hijo. En este sentido, afirmamos, como lo hace Dietrich Bonhoeffer en su libro El precio de la gracia, que la gracia no es barata porque a Dios le costó cara. Y estando en el Hijo Dios produce en nosotros buenas obras. Que quede claro que es Él, para que no haya malentendidos. Parafraseo a D.B. La gracia cara es el seguidor tomando su cruz y siguiendo a Cristo. Es como Abraham cuando fue llamado y dejó su parentela, sus amigos, su ciudad, sus comodidades y costumbres. Luego se le pide que sacrifique a su hijo. Dios entre él y su hijo, el hijo de la promesa. Sin embargo obedece. Como él, la gracia no nos cuesta nada, solo debemos obedecer. No debemos hacer nada. Solo tomar una decisión después de alcanzar la libertad y perderlo todo, para recuperarlo a través de nuestra comunión con Cristo. Es experimentar el Sermón del monte. Es dejarlo todo como aquellos a quienes les dijo: “Sígueme” y dejaron peces y redes; dejando su propia ley; aceptando no enterrar a sus muertos ni despedirse de lo más querido. Es cara porque nos exige imitar la encarnación de Cristo para hacernos visibles en el mundo. Que vean que somos luz que ilumina las tinieblas; que ponemos sal en lo insípido. Que la Palabra, el Verbo, se hace visible en nosotros, el Cuerpo, un cuerpo vivo, dinámico. Es no malbaratear el perdón de Dios, porque ha costado un alto precio. Porque a pesar de su abundante gracia no debemos seguir pecando para que ésta sobreabunde. El precio es el seguimiento. A veces se insiste en que la gracia es un regalo, ¡y lo es!, la representamos como tal, una caja con un lindo papel y un lacito. Y es que resulta que lo que nos regalan a los seres humanos y no se le pone un buen precio puede, a veces, despreciarse e incluso podemos darnos el lujo de darle el regalo a otro; o venderlo a un ínfimo precio, es decir, rebajarlo. No tenemos en cuenta que alguien se sacrificó para darnos ese regalo. ¿Corremos el riesgo de pensar así? Para responder a esta inquietud, hemos preguntado a algunos hombres y mujeres de nuestro ámbito evangélico lo siguiente: ¿Qué tipo de gracia se predica hoy en las iglesias y medios evangélicos? ¿Tiene precio la gracia? ISABEL PAVÓN. Es escritora y forma parte de la Junta de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (ADECE), donde también ejerce como secretaria. Ha publicado más de setecientos artículos en papel o en Internet ya sea en su columna de Protestante Digital titulada “Tus ojos abiertos”, o en la revista digital Mujer de Hoy, entre otros medios. Además, es miembro organizador de la página www.sentircristiano.comy de la Asociación Malagueña de Escritores “Amigos de Málaga” (AME). Conozco iglesias donde se vive una gracia que no requiere compromisos y predicadores que no transmiten su sentido auténtico sino lo que ellos deciden qué es la gracia porque así les interesa, de modo que la vida de antes y la nueva vienen a ser parecidas, con el aliciente añadido de que se van a cumplir todas las peticiones que se hagan al Señor. En el mensaje del evangelio vemos con claridad lo que a Padre e Hijo les supuso abrirnos las puertas del reino. Sin embargo, nos predican una gracia de garrafón, a granel, donde cada cual va con su vasija y se empeña en llenarla (o se la llenan) de lo que más desea. Se enseña que esta actitud es legítima y que a Dios hay que pedir y Él nos dará lo que queremos con demasía. Se habla poco de dar gracias al Señor en todo y por todo, sea lo que sea. Las decepciones son grandes cuando los que han sido engañados y manipulados con estas enseñanzas se dan cuenta de que el evangelio no funciona como le habían dicho y rechazan al Señor por no darles lo que, según ellos, les pertenece. Para volver al verdadero sentido de la gracia habría que retornar al ser humano pecador. Concienciarnos de nuestro estado y reconocer que simplemente con repetir la frase típica de "acepto al Señor Jesús en mi corazón" y a partir de ahí hago lo que quiero porque "abogado tengo ante el Padre", es una descomunal falacia. El arrepentimiento nos lleva a morir con Cristo y a caminar con un nuevo compromiso de vida. ¿Tiene precio la gracia?La gracia tiene un alto precio de amor que desconocemos por nuestra torpeza, nos perdona los pecados y aunque la recibimos regalada requiere seguir a Jesús. LEONARDO DE CHIRICO es teólogo y Vicepresidente de la Alianza Evangélica Italiana.Actualmente está liderando un proyecto de implantación y desarrollo de nuevas iglesias en Roma. Conoce de primera mano lo que es y representa el catolicismo-romano. Obtuvo lalicenciatura en Historia(en la Universidad de Bolonia), en Teología (ETCW, Bridgend, Gales) y enBioética (Universidad de Padua). Sutesis doctoral de investigación teológica (PhD)la realizó en el King's College (Londres) y fue publicado comoPerspectiva teológica evangélica tras el Vaticano IIen el catolicismo romano. Es Director Adjunto delInstituto di Formazione Evangelica e Documentazione (Padua),editor de la revista teológicaDi Teologia Studi, ydirector delCentro para la Ética y la Bioética(CSEB). A finales de los años treinta, Bonhoeffer habló del peligro de predicar una "gracia barata" como un riesgo para las iglesias evangélicas. Es decir, una gracia intercambiada por un buenismo y un sentimentalismo que no tienen nada que ver con el amor radical de Dios revelado en la cruz de Jesucristo. Una pseudo-gracia que no cuesta nada a quien la da y que no cambia nada en el receptor. Yo creo que la predicación del Evangelio realmente corre el riesgo de propagar un mensaje de este tipo, confuso, cuando se libera de la historia bíblica de la salvación centrada en la muerte y resurrección de Jesús. La gracia siempre debe contemplar el mensaje de la total depravación del corazón humano y el costo incalculable del regalo de la vida del Hijo de Dios en nuestro lugar, además de subrayar la transformación que implica la recepción de la gracia en los que creen. Otro peligro para la predicación del Evangelio es que aún es demasiado dependiente de una visión católica de la gracia. Esa es la idea de la gracia como el primer movimiento de la salvación para añadir un poco de esfuerzo, un trabajo, una buena voluntad para que se logre por completo. Gracia importante, pero no suficiente. Una gracia fundamental, pero no concluyente. Frente a esta idea de la gracia en la necesidad de la contribución humana, debemos redescubrir la belleza del mensaje bíblico de la "sola gratia" de la Reforma Protestante. La gracia de Dios no es el comienzo de la vida cristiana, sino que es el principio y el fin, el centro y el marco, la base y el motor. Una gracia a un alto precio (pagado por Jesucristo) y la gracia de Dios es la única versión de la gracia que hemos sido llamados a predicar. El resto son imitaciones. LIDIA MARTÍN. Es licenciada en Psicología y Máster en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid. Desarrolla su profesión en la atención psicológica desde la clínica privada, combinando esta labor con otras facetas como la de escritora y docente. Además, colabora con entidades como la Fundación de Ayuda contra la drogadicción (FAD) o la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid, entre otras. Es coautora del libro “Primeros Auxilios Psicológicos incluido dentro de la reconocida colección de Psicología clínica de la Editorial Síntesis, en su sección de guías técnicas. Gracias a Dios, no tengo nada que objetar a la gracia sobre la cual he oído predicar en las iglesias de las que he formado parte. El mensaje siempre ha sido alto y claro: Dios obrando de forma generosa y abundante en beneficio del pecador arrepentido que nada merece y que, sin embargo, puede alcanzar aquello para lo que fue creado inicialmente por la sola fe. Incluso, pensando en los no creyentes, esa gracia se hace extensiva, porque Dios no nos trata, ni a creyentes ni a inconversos, como nos merecemos, sino en base a su gran misericordia y al retardo de su ira, dando espacio a su salvación para alcanzar a muchos. En la gracia bíblica, Dios y sólo Dios es el verdadero protagonista. Sin embargo, lo que dice la consulta y muchos de los que acuden a ella es algo distinto. Culpa, vergüenza, frustración, incapacidad para una vida cristiana gozosa, mala comprensión de las bases del Evangelio y la subsiguiente esclavitud que se deriva de ella son sólo algunos de los resultados de una gracia mal entendida o mal proclamada desde muchos púlpitos y, más aún, desde la propia vida de la iglesia (no siempre son los líderes los que transmiten esa distorsión). Particularmente en los ambientes más legalistas y proclives a cierta manipulación espiritual, la gracia da mucho miedo. Y por ello, aunque se hace una tentativa bienintencionada en muchos foros por no faltar a la obediencia y a la rectitud, a las buenas obras y al servicio, a menudo se desvirtúa el mensaje y se traslada la idea de que “Gracia sí, pero sola no, no sea que la gente descarrile”. La gracia de Dios costó precio de sangre inocente. Sólo Cristo pudo decir “Consumado es” y Dios no comparte Su gloria con nadie. Un mensaje de gracia que queda, no adornado por las obras que se derivan de haberla recibido, sino que está sujeto a ellas, haciéndola incompleta o ineficaz, no es un mensaje que dé la gloria completa al Señor. Y la diferencia es a veces muy sutil. Habremos de saber revisar nuestra visión de la gracia y ser lo suficientemente valientes y libres por ella como para ser capaces de cambiarla y manifestarlo, si fuera necesario. PABLO MARTÍNEZ VILA. Es médico-psiquiatra, escritor y miembro del Equipo de Acreditación de la Alianza Evangélica Europea. Ha sido Presidente de la Alianza Evangélica Española (AEE). La gracia es la contribución más distintiva del mensaje cristiano y, por tanto, la aportación más singular que la iglesia puede hacer a nuestra sociedad tan necesitada de este “amor en acción”. En palabras de Gordon Mc Donald: “El mundo puede hacer casi todo tan bien o mejor que la Iglesia. Sólo hay una cosa que no puede hacer: no puede ofrecer gracia”. Y ello es así porque la gracia es inseparable de la persona de Cristo. Él pagó el más alto precio por darnos esta gracia: su propia vida. Precisamente por esta razón nunca podemos devaluar, rebajar, el inmenso precio de la gracia divina; no deberíamos predicar ni practicar una«gracia barata», en conocida expresión del pastor y teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer. La gracia barata declara “bueno” lo que está mal; pasa por alto el pecado y -en nombre de una mal entendida tolerancia- acepta toda conducta, incluso las que están abiertamente en contra de la voluntad de Dios. La gracia barata se aferra a las palabras de Jesús a la mujer adúltera:«ni yo te condeno»; pero olvida la segunda parte:«vete, y no peques más» (Jn. 8:11).En esta línea, si que observo una tendencia a devaluar la gracia en algunos círculos evangélicos. Ciertamente la salvación es gratuita, pero ello no nos permite predicar un discipulado de “rebajas”. Esta forma de pensar se origina en la confusión ética y la crisis de valores sin precedentes que nos “asedia” (en expresión del autor de Hebreos). Vivimos en una época en la que se cumple como un calco la descripción del tiempo de los jueces cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” yesto es “gracia barata”.Tal como expresé en el artículo“La Verdad ha muerto, viva mi verdad”(Declaración de Ciudad del Cabo), “la corriente de subjetivismo y crisis de la verdadestá afectando a la Iglesia de forma perceptible. La erosión de la autoridad de la Palabra de Dios como norma suprema de vida y de conducta es una de sus consecuencias más preocupantes. Para muchos creyentes la Biblia ha dejadode sernormativapara ser sóloorientativa”. Posiblemente ahí está la raíz de la crisis de secularismo y superficialidad que predomina en muchas iglesias.La iglesia es mundana porque la Biblia es un libro orientativo, pero no normativo y, en consecuencia, la gracia de Cristo es una gracia barata que lo acepta todo y mira hacia otro lado ante aquellas conductas que antes se llamabanpecadoyque ahora quedan excusadas por este manto de subjetivismo que envuelve toda la ética. A fin de no caer en la “gracia barata” deberíamos revisar el concepto bíblico de tolerancia. La tolerancia es, sin duda, un valor cristiano, pero entendida comoconvivencia.La tolerancia es convivencia, pero nunca puede llevar a la connivencia(que contiene un elemento de complicidad o identificación). EMMANUEL BUCH. Es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, Diplomado en Magisterio por la Universidad de Valencia y Graduado en Teología por el Seminario Bautista Español. Desde 2003 es pastor de la Iglesia Evangélica “Cristo Vive” de Madrid, y en marzo de este año asumió la responsabilidad como Presidente del Consejo Evangélico de Madrid (CEM). Soy absolutamente incapaz de hacer un diagnóstico general de las iglesias evangélicas en España; no conozco, ni de lejos, toda nuestra realidad, que es muy plural. Sí es evidente que la enseñanza a propósito de la gracia es también plural y eso no deja de ser inquietante. La pluralidad en las formas, énfasis, o modos eclesiológicos no puede ser justificación también para una "pluralidad" teológica que a veces se parece demasiado a ese postmoderno "hágalo a su medida". La famosa expresión de Bonhoeffer sobre "el precio de la gracia" debe ser entendida en su contexto para que no se malinterprete. La gracia es gratuita por definición. Es vital mantener claro este punto de partida para evitar confusiones. La intención de Bonhoeffer era desenmascarar una manipulación de dicho concepto, de modo que sirviera como justificación hipócrita para los cristianos que se negaban a vivir los compromisos prácticos de su fe. En ese sentido, la gracia lo exige todo porque Jesucristo exige la vida entera de sus discípulos; no sólo su área religiosa sino todas las facetas de sus vidas. Esa concepción de "todo o nada" es la que se refleja en la exhortación del apóstol Pablo: "que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo ..." (Rom.12,1) y la que claramente expresa el Señor Jesús: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará" (Lc.9, 23-24). JOSÉ DE SEGOVIA. Es Presidente de la Comisión de Teología de la Alianza Evangélica Española.Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y estudió teología en la Universidad de Kampen (Holanda) y laEscuela de Estudios Bíblicos de Welwyn (Inglaterra).Escribe una columna semanal los martes paraProtestante Digital y ha escrito varios libros, entre ellos, Ocultismo (Andamio, 2004),Historias extrañas sobre Jesús yEl príncipe Caspian y la fe de C. S. Lewis (Andamio, 2008),Huellas del cristianismo en el cine (Consejo Evangélico de Madrid, 2010) yEl asombro del perdón (Andamio, 2010). Dice Robert Farrar Capon que no se puede llevar la gracia demasiado lejos, a no ser que digas que el pecado no importa. Creo que es así como se convierte en la gracia barata de la que hablaba Bonhoeffer. Es cuando llamamos a lo malo, bueno, y empezamos a justificar lo injustificable, que se confunden las cosas. Este verano he tenido oportunidad de volver a estudiar el tema del perfeccionismo, a raíz de una serie de exposiciones que estoy haciendo en la iglesia sobre Primera de Juan. Me llama la atención que la idea de que el cristiano está libre de pecado, siempre nace de una redefinición del pecado. El legalismo convierte el problema del mal en un mero código de conducta externa, que podamos cumplir sin dificultades, cuando Jesús dice en el Sermón del Monte que basta una mirada y una palabra, para ser culpable ante la ley de Dios. Del mismo modo, el perfeccionismo insiste en que podemos ser libres del pecado consciente (fallando sólo inconscientemente, ya que nadie es perfecto), cuando la razón de la gran separación final que hace Jesús es una serie de pecados de omisión, porque no dimos de comer, ni de vestir al necesitado, no visitamos al que estaba preso, o sea lo que dejamos de hacer, no lo que hicimos... Textos como Romanos 7 nos muestran que vivimos por la sólo gracia de Dios. Quien cree que está libre de pecado, como dice Juan, se engaña a sí mismo, llamando a Dios mentiroso. ¿Qué sería de nosotros sin su misericordia? DANIEL JÁNDULA. Estudió artes escénicas en Málaga y se graduó en unos cursos de Introducción a la Teología en la Facultad Protestante de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España en Alcobendas (Madrid). En la actualidad es traductor y corrector para la empresa Producción Editorial. Colabora como periodista cultural con importantes publicaciones. Dirige la revista online Suburbios, que explora el mundo de la cultura desde la perspectiva de la fe, y el programa de radio Raíces. Tiene un Blog personal y ha publicado, entre otros, los libros: El Reo. Noufront, 2009; Pistolas al amanecer. Noufront, 2009 (En colaboración con el periodista y escritor Jordi Torrents) y Huellas del cristianismo en el arte: El cine. CEM / Noufront, 2010 (En colaboración con el teólogo José de Segovia y el guionista Curro Royo). Parece que se trata de este asunto en los púlpitos, ya que existe la costumbre de centrarnos en el momento de la “conversión personal”, como una especie de fin que hay que alcanzar en los no creyentes, sea como sea. Pero eso no constituye exactamente una predicación sobre la gracia. En primer lugar, entender la gracia supone dejar de lado lo que podemos hacer por nuestros medios. La gracia excluye las obras (Romanos 11:6)... por lo tanto, por mucho que el coste de la misma sea elevado (que lo es), no es algo que podamos comprar, ni tampoco es un bien material con el que poder negociar. Tampoco es una doctrina o un principio ético en sí mismo, ni una cosa que se admita con completa naturalidad. Pienso que la gracia es un atributo único de Dios, que solo puede darla él, de la misma manera que él es el único que puede rellenar ese espacio que hay entre los átomos. ¿Cómo va a ser atractivo hablar de lo que se recibe en herencia, sin que cuente para nada nuestro mérito? Es más sencillo acudir a la culpa, se habla con más tranquilidad de la expiación o del sacrificio... pero cuando la gracia hace su aparición, todo cambia para siempre. Sale al exterior nuestro verdadero yo... y eso es incómodo. LUIS N. RIVERA PAGÁN. (San Juan de Puerto Rico, 1942). Es Doctor por la Universidad de Yale y profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Además, es autor de varios libros, entre ellos, Evangelización y violencia: La conquista de América (1992), Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995), Mito, exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996), Diálogos y polifonías: perspectivas y reseñas (1999), Teología y cultura en América Latina (2009) y Ensayos teológicos desde el Caribe (2013). En 1937 la iglesia cristiana alemana enfrentaba un desafío grave y atroz, uno de esos que marcan decisivamente una época. Hitler y el nazismo preparaban la nación alemana para una guerra cruel e implacable; se fortalecía un régimen totalitario que castigaba con vigor toda palabra de crítica y resistencia; se excluía y reprimía a grupos humanos a los que se acusaba de corromper y contaminar la nación. Además se presionaba a las iglesias para que acompañasen al régimen en ese sendero de violencia y deshumanización. Muchos ministros, sacerdotes y teólogos ajustaron sus homilías, catecismos y enseñanzas en armonía a las desoladoras y sombrías demandas del Führer y el estado. Configuraron un cristianismo alemán, agresivo y arrogante. En ese contexto, un joven teólogo, Dietrich Bonhoeffer, escribió un libro -“El costo del discipulado”- sobre la relación entre la gracia y el discipulado, tema central tanto en los evangelios como en las epístolas paulinas. El gran riesgo, afirmó audazmente, es abaratar la gracia; desligarla de toda disposición al sacrificio, de todo compromiso ético. Para Bonhoeffer no se trataba de una postura exclusivamente teórica; apuntaba a una firme determinación de restaurar la memoria extraviada del mensaje bíblico sobre el vínculo íntimo entre la gracia divina y la praxis del discipulado de la cruz, con todas sus posibles consecuencias, que en su caso significó encarcelamiento y ejecución por el acorralado y desesperado régimen nazi. Todo parece indicar que la predicación actual de muchas iglesias se aleja mucho de la conjunción entre gracia y discipulado articulada por Bonhoeffer. Se refugian estas iglesias en unas proclamas con desagradable flagrancia de exclusión y discrimen. Como bien ha escrito Fernando Picó, insigne historiador jesuita puertorriqueño: “Es una de las paradojas en la historia de Occidente que su tradición religiosa ha estado marcada por el afán de marginar, suprimir, invisibilizar y hacer callar al otro. Nada parecería más ajeno al Sermón de la Montaña de Jesús, y nada, sin embargo, más recurrente en el trasiego de los siglos llamados cristianos” (“Vocaciones caribeñas”, San Juan, 2013, p. 76). Son formas y maneras de abaratar la gracia. JAIME FERNÁNDEZ GARRIDO. Es Doctor en Pedagogía por la Universidad Complutense de Madrid.Diplomado en Teología, Compositor musical y profesor de piano, Miembro de la Sociedad de Autores de España desde el año 1980, así como Director del programa evangélico en Radio y Televisiónde Galicia "Nacer de novo" que se emite semanalmente en 10 emisoras locales de Galicia, así como en Europa y Sudamérica. Ha sido Capellán evangélico en cuatro diferentes Olimpiadas (Seul 88, Barcelona 92, Atlanta 96 y Sydney 2000). Es autor de varios libros, entre ellos, “Compasión” (Editorial Vida) 2007;"30 pasos hacia la amistad", Editorial Lid2010; "Corazón indestructible", Editorial Vida 2010; "Cambia de ritmo",4ª edición, Noufront, 2011; “Mejora tu ritmo”, Editorial Noufront 2012. Desgraciadamente no solamente se habla muy poco de la gracia, sino que se vive en ella menos todavía. Cuando nos "alejamos" de la gracia de Dios, caemos en la religiosidad y los ritos, porque nos encanta ser "buenos" y mucho más parecerlo. La gracia es un regalo de Dios y como tal no se puede pagar ni merecer, ni tampoco agradecer lo suficiente,ni aunque tuviésemos un millón de vidas y las dedicásemos a Él.La gracia le "costó" a Dios entregar a su propio Hijo, el Señor Jesús se dio a sí mismo, y el Espíritu fue derramado en nuestro corazón para inundar de gracia toda nuestra vida.El Dador de la gracia es Infinito, y por lo tanto el costo es infinito… pero el derroche de amor también es infinito. Creo que vivimos pensando demasiado en nosotros mismos y muy poco en el que nos bendijo con TODA bendición espiritual. Esa es la razón por la que no vivimos absolutamente entusiasmados y enamorados de Dios, y tarde o temprano defendemos más los ritos, la religión y las ideas que la propia relación con el Señor: Cuando sucede así, no sólo perdemos de vista la belleza de la gracia de Dios, sino que también dejamos de disfrutar de ella: comenzamos a parecernos mucho más a hijos mayores que no quieren disfrutar de ninguna fiesta con su Padre Celestial… (¿Recuerdas Lucas 15?). Esa es la razón por la que la Biblia nos recuerda una y otra vez que "nuestra fortaleza espiritual viene de la gracia de Dios, y no de las normas" (Hebreos 13:9). Sólo cuando nos damos cuenta de que no merecemos absolutamente nada, podemos disfrutar de todo. JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ. Es diácono de la Iglesia Evangélica de Pº de la Estación en Salamanca. Conjuntamente con su esposa, Dori Alonso, son los responsables del grupo de jóvenes de la citada iglesia, así como de una actividad evangelística que cada quince días se lleva a cabo en Villaseco de los Gamitos (provincia de Salamanca). Me parece una pregunta muy importante y necesaria, de una consideración concienzuda y valiente. Me consta o así lo quiero pensar, que en el contexto de las iglesias y medios evangélicos existe un concepto ortodoxo fiel y afín con la Palabra de Dios de lo que es la gracia desde la perspectiva bíblica. Desgraciadamente y sin pretender sentar cátedra, desde mi propia percepción me parece advertir una cierta y cada vez más creciente relajación que, consecuentemente, va derivando en una perversión de lo que es realmente la gracia. La gracia es un regalo. El regalo de más valor que pueda existir. Pero los regalos cuestan, cuestan al que lo entrega, no al que lo recibe. El regalo, el don de Dios en Jesucristo tuvo un coste extremo, inmenso, exorbitante, infinito. Este don nos es ofrecido, sin coste para nosotros, pero no por ello pierde ni un ápice del coste pagado por Dios en Cristo. El problema viene cuando presentamos este don de Dios como baratija de mercadillo, ofertándolo como saldo, buscando una respuesta fácil en búsqueda de un cómputo de decisiones a veces generadas artificialmente, sin otorgarle su inmenso valor y minimizando la necesidad imperiosa de un arrepentimiento genuino. La gracia despierta el arrepentimiento. STUART PARK.(De Preston-Inglaterra). Es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Cambridge; más tarde se doctoró en Literatura Española por la Temple University de Philadelphia (EE.UU.). También ha publicado comentarios sobre libros del Antiguo Testamento como Job, Rut, Jonás y Ester, entre otros. Ha realizado estudios monográficos sobre temas como la Resurrección de Jesús, la Hermenéutica Bíblica y el lugar de la Biblia en la literatura secular. Actualmente dirige Alétheia, revista teológica de la Alianza Evangélica Española. Sus últimos libros publicados son: Cartas a mis nietos y El cordón de grana, publicados por Ediciones Camino Viejo. No sabría dar contestación a la primera parte de la pregunta. Solo sé que la gracia constituye el corazón del evangelio, y que es la base firme de nuestra fe. Escribió S. Juan: «Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo» (Jn. 1:16-17). Añadió Pablo: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Romanos 5:1-2). Lo más fácil del mundo es caer un el legalismo o la moralización en la iglesia, subvertir el evangelio de la gracia con leyes y lastrar la vida de fe con exigencias que ni hace santos a los que las practican, ni atraen a los de fuera hacia Cristo (ver Col. 2:16-23). Dios siempre da una salida a las necesidades del hombre, y nuestra predicación debe ofrecer esperanza y salvación, y no llevar a la desesperación o la condena. En cuanto a la segunda pregunta, la gracia no es ni cara ni barata. No tiene precio. Su valor reside en el infinito sacrificio de Cristo, el cual «mediante el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios» (He. 9:14). No podemos pagar por esta gracia, solo rendir nuestras vidas para servirle al Señor con gratitud. ANTONIO IGLESIAS. Es miembro de la Junta de emsimision y anciano de la iglesia de AA.HH. de la calle Sant Jeroni, 37 de Santa Coloma de Gramenet. Cuando leemos en la palabra de Dios la Pasión de Cristo, el altísimo precio que se pagó por todos los que profesamos fe en Él, surge una pregunta: ¿Cómo vivo y predico la gracia hoy? La primera parte de la pregunta se responde no por lo que la iglesia pueda pensar y decir al respecto, sino por cómo vive la misma. Un hermano muy conocido dijo: "Nos hemos acostumbrado a Dios", y realmente en una gran mayoría, así es. Pero lo peor no es eso, sino que tal vez hoy creamos más en un Dios formado en nuestra propia mente conforme a nuestra forma de vivir y de entender la Palabra que no al Dios Santo que se ha revelado en ella. Ante esto debería haber una profunda reflexión acerca de qué tipo de gracia se predica hoy y qué precio tiene la misma. C.H.Spurgeon dijo hace 150 años: "La iglesia no cambia al mundo porque el mundo ha cambiado a la iglesia". ¡Qué triste realidad! En la gracia que hoy se predica tiene cabida toda forma de vivir, se aceptan filosofías, costumbres culturales, todo tipo de espectáculos, modas, etc., etc. Esa es una falsa gracia, ya que la muerte de Cristo en la cruz fue precisamente para que todo aquel que haya nacido de nuevo (por medio de la gracia), entienda que las "cosas viejas pasaron". ¿De quién será la responsabilidad de todos aquellos que hayan creído en esa "falsa gracia predicada únicamente para aumentar número"?, sin duda que de todos nosotros, los que la usan y los que callamos. El apóstol Pablo dijo: "Examinaos si estáis en la fe, probaos a vosotros mismos...", "la fe" es un absoluto, no en "una fe" que sería desestimar la auténtica gracia del evangelio. Gracia que costó la vida del Hijo de Dios, Jesucristo. DAVID MANSO. Es profesor en un instituto de Torremolinos (provincia de Málaga) y junto con su esposa Noemi colaboran en diversos ministerios en una iglesia de la misma ciudad. La gracia (regalo inmerecido que Dios da a los hombres) no se recibe por una simple aceptación verbal, ni por recitar una oración, sino que es aquella que penetra en el corazón y transforma la forma de vida de todo aquel que cree en Dios y a Dios. Es una pregunta un poco amplia. Habría que visitar periódicamente varias iglesias/medios para ser objetivo. En mi caso sólo puedo decir lo que se predica en nuestra congregación: La Pura gracia. ¿Tiene un precio? Pienso que no. Pero sí tiene un coste, muy alto por cierto. Hay quienes pasan meses armando barcos dentro de botellas para luego regalarlos. Tienen un coste (creo que en Latinoamérica se usa más "costo") muy alto, pero si luego lo regalan no tiene precio. Entiendo que con la gracia pasa algo semejante. Costó mucho poder ofrecerla gratuitamente, por lo que tiene un valor altísimo (la sangre del Hijo de Dios, ni más ni menos), pero por la misericordia de Dios se ofrece gratuitamente. PEDRO TARQUIS. Es médico, escritor, responsable de Imagen y Comunicación de la Alianza Evangélica Española y del Consejo Evangélico de Madrid. Forma parte del Grupo de Participación de la Vida Pública de la AEE y es director de Protestante Digital. Creo que en general se está cayendo en la predicación y en la vida cristiana en la religiosidad, con dos aspectos opuestos: la moral como base de la fe (con lo que se cae en una religión formal y de “ritos”) y la "bendición de la prosperidad sobrenatural" como fruto de la fe (con lo que se cae o bien en la milagrería –nada que ver con los verdaderos milagros de Dios- y en un materialismo religioso o una religión de intereses, marketing y extorsión). La Gracia es como la buena sanidad pública, gratuita pero que tiene un muy alto precio. Nos llega como un regalo de algo que es muy costoso. Sólo cuando hemos estado a punto de morir por falta de recursos sabemos lo que significa que nos regalen la curación. Si sabemos apreciar ambas cosas –gratuidad y alto precio- valoramos y recibimos la Gracia en su justa medida. MIRIAM BORHAM es Doctora en Literatura Inglesa por la Universidad de Salamanca, donde actualmente trabaja como profesora de inglés. Ha colaborado como traductora en Protestante Digital y es la organizadora del encuentro anual centrado en el significado de la alabanza, “+ q músicos”, el cual ha alcanzado ya su octava edición. Creo que, en general, desde las iglesias y los medios evangélicos se predica la gracia bíblica: la dádiva de perdón que Dios nos ofrece de manera incondicional. Sin embargo, a veces sí tengo la impresión de que, en una sociedad cada vez más light en sus mensajes, no se pone suficiente énfasis en la causa de que necesitemos dicha gracia. Es decir, no se incide en que Dios nos amó tanto, a pesar de nuestras faltas, que dio a su Hijo por cada uno de nosotros. Y esta ocasional adaptación del mensaje de la gracia para una sociedad que ha olvidado el pecado puede llegar a darse en cómo se predica el mensaje de salvación tanto a aquellos fuera de la iglesia, como a aquellos dentro de ella. Por una parte, tememos que hablar de pecado “ahuyente” a la gente. Pero, si no hay conciencia de pecado o perdición, ¿cómo (re)conocer la inmensidad del amor de Dios en darnos tan inmerecido don? ¿Cómo rendirse ante Él? Por otra parte, si asumo, como creyente, que estoy haciendo todo bien a los ojos de Dios –y mi congregación, y el mundo en general− y me enorgullezco demasiado en lo que hago, ¿cómo recordar cada día la gracia inconmensurable que llevó a Jesús a la cruz? ¿Cómo humillarnos ante un acto de amor que escapa a toda comprensión? ¿Cómo transmitir el maravilloso mensaje de gracia a otros? Hace poco leí el famoso libro de Henri J.M. Nouwen sobre la parábola del hijo pródigo y me fascinó la manera en la que describía lo perdido que en realidad estaba el hijo mayor: se muestra reticente ante la invitación del padre porque no tenía conciencia de lo mucho que necesitaba esa dádiva de amor y perdón. Pensaba que se lo había ganado. Y por ello era mucho más difícil que la gracia pudiera tocarlo. Tampoco entendía la paradoja de que la gracia es a la vez impagable y sin coste alguno. Nouwen se equiparaba al hijo mayor. A veces yo también puedo reconocerme en él. No deberíamos olvidar que la iglesia está llena de hijos pródigos que han sido llamados a casa, a pesar de no merecerlo. Sólo así predicaremos siempre el auténtico mensaje de la gracia y podremos recibir con los brazos abiertos a otros hijos igualmente perdidos y encontrados. ESTEBAN MUÑOZ DE MORALES. Es vicepresidente de FADE (Federación de las Asambleas de Dios de España) y miembro del Comité Lausana España. Desde luego hay muchas iglesias con líneas y énfasis doctrinales diferentes dentro del contexto evangélico español, pero yo encuentro una tendencia muy generalizada, más de lo que me gustaría reconocer, a escuchar predicaciones que enfatizan la victoria del cristiano, sus logros, sus capacidades y sus sueños, centralizando el mensaje en el ser humano y no en Dios. Considero que este tipo de predicación fomenta el individualismo, la codicia, el egoísmo y la sensualidad. Además, posiblemente sin pretenderlo, provoca que la vida espiritual sea el resultado de acciones humanas y de esfuerzos personales, siendo esto la base de una salvación por obras, que es antagónica a la Gracia. Cada vez es menos frecuente escuchar en los púlpitos términos como pecado, arrepentimiento, justicia, santidad... Sin estos conceptos bien asimilados es imposible entender la Gracia de Dios, y se consigue que las Buenas Nuevas sean tergiversadas, proyectando un mensaje de la Gracia barato, manipulado y caricaturizado. Ante esto, observo que en algunas iglesias se reacciona yendo al otro extremo, enfocándose más en el pecado y en sus consecuencias que en el motivo por el cual Jesucristo vino a nosotros: “que ninguno se pierda y que todos tengan vida eterna”. La Gracia de Dios es gratis para el que, por la fe, desarrolla una relación eterna con Dios, pero… ¡desde luego que no es gratis!... ¡alguien ha pagado un precio!, y ese alguien ha sido Jesucristo. La gran tragedia de muchas congregaciones es que dejan de tener un mensaje cristocéntrico y se sumergen en contar “historias”, querer contextualizar con la sociedad por medio de la política o, simplemente, entretener para asegurar la asistencia a los templos. EMILIO MONJO (1953). Aunque es nacido en Monesterio (Badajoz) ha residido siempre en Sevilla. Es pastor, doctorado en la universidad de Sevilla, Ética y Filosofía Política, con la tesis “Sola scriptura y el derecho de resistencia en la reforma calvinista”. Además, es Director de las colecciones “Obras de los Reformadores Españoles del siglo XVI” e “Investigación y Memoria”, junto con un grupo de colaboradores que han sido rescatados por la memoria de esos hombres y mujeres fieles del XVI. Es realmente un problema que tiene varios puntos desde donde mirarlo. Lo primero corresponde a la propia predicación; tomando las palabras de Antonio del Corro, siempre habrá los que “suelen buscar más bien el aplauso del teatro que la edificación de la Iglesia”. El discurso del pecador, el que está delante, con su buen semblante y buena sociedad, muerto en pecados, ajeno de la vida y enemigo de Dios, no es grato a sus oídos, y la predicación se torna una palabra que no resucita, no haría falta si no se considera muerto, sino que se presta a colocar nuevas mortajas. Hay que explicarlo, pero creo que en muchos ámbitos evangélicos se anuncia (tanto en la predicación, cada vez más acortada, como en actividades) una gracia idéntica a la de la Iglesia romana. Se habla, incluso con abundancia, de ella, pero se deja en mero instrumento para la obra personal. Es como una cualidad o herramienta a todos ofrecida, pero que solo usan con resultado los que hacen buenas decisiones. … La cuestión del precio de la gracia nos coloca en diálogo, casi obligado, con D. Bonhoeffer en su conocido libro. Pienso que es un texto equívoco, incluso relacionándolo con su Ética. De todos modos, sus reflexiones sí son útiles, pero me parece que no es muy feliz el uso de “gracia” en sus planteamientos. La gracia, si es gracia de Cristo, no es algo que él da, y que puede luego verse como barata o cara. Su gracia es su persona total. No da algo, sino que él se da. Y no se tiene algo recibido, sino al propio Cristo. Otra cosa es que se haya fabricado un cristianismo con mayor o menor sentido de responsabilidad, y que debemos reflexionar para rechazar las obras de la oscuridad y seguir la luz. Pero una gracia con precio, cara o barata, no es gracia. Cristo, en su cuerpo de carne, nos ha reconciliado, por medio de la muerte, para presentarnos santos y sin mancha e irreprensibles delante de él. Las mortajas se venden y tienen precios y rebajas; Cristo es la vida. ÓSCAR MARGENET. Nació en Argentina. Está graduado en Construcciones y Arquitectura, ha cursado una Maestría en Diseño Urbano en Manchester (Reino Unido) y es miembro electo del Real Instituto de Arquitectos Británicos (RIBA) desde 1974. Además de ser co-fundador de ARC PEACE, una ONG de profesionales que promueven la Responsabilidad Social desde 1987, es conferencista y escribe sobre temas de sostenibilidad, desarme y conciliación internacional. Desde 2010, con su esposa Alejandra y sus hijos (Joan y Michel) afincaron en el pueblo del que era oriundo su abuelo materno, en Mallorca. Colabora en P+D con el blog ‘agentes de cambio’. Actualmente escribe su primer libro en el que narra las peripecias de los migrantes españoles al Nuevo Mundo y de sus descendientes al Viejo Mundo. Entendiendo ‘tipo’ como ‘modelo’ o ‘ejemplar que puede imitarse’ la gracia tipificada en la Biblia es la decisión soberana de Dios de perdonar y justificar al pecador que se arrepiente y cree en Jesucristo (Efesios 2:8,9). La ley dada a Moisés vino para demostrar a Israel su total incapacidad de cumplirla. La gracia vino en la persona de Jesucristo como único medio de salvación (Romanos 3:19-26). Mucho de lo que se oye y lee tiene poco que ver con la gracia divina que nos ha sido revelada. Alabemos a Dios por los que predican y escriben testificando del Evangelio Cristocéntrico (Efesios 2:4-10). Porque siempre hubo desviaciones de la ‘sola gratia’; doctrinas antropocéntricas, mayoritariamente, aunque sus autores insistan con que les fueron reveladas por el Espíritu. No hay congregaciones perfectas, todas guardan características de las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3. Las más, de Éfeso: gracia sin amor; de Esmirna: gracia con sufrimiento; de Pérgamo: gracia relegada por falsas doctrinas; de Tiatira: gracia diluida en el secularismo; de Sardis: gracia minimizada por las apariencias; de Laodicea: gracia negada por la prosperidad material; las menos, de Filadelfia: gracia que hace fuerte al débil. Esta última nos enseña que solo el creyente fiel es agente de la gracia. (2ª Corintios 2:14-17). La Biblia nos revela que la gracia tiene un altísimo precio; que todo el oro del mundo no alcanza para pagarlo (1ª Pedro 1:18-19); y que Dios ya lo pagó. Por nuestra tendencia a aferrarnos a lo efímero y lo terrenal más fácilmente que a las seguras promesas divinas el Señor afirma que difícilmente entrará un rico en el cielo (Mateo 19:23). Él, siendo rico, se hizo pobre para que por su pobreza nosotros fuésemos enriquecidos (2ª Corintios 8:9). Resulta paradojal que siendo lo más hermoso lo que más cuesta, Dios pagase tan alto precio por horribles pecadores; y que aún haya quienes lucren con Su gracia. El amor del Padre es clave en la instrumentación de su gracia: nos amó y salvó cuando aún estábamos muertos en pecado (Romanos 5:8); por el gozo que le fue propuesto su Hijo enfrentó la cruz (Hebreos 12:2). El Padre nos santifica gradualmente por obra del Espíritu (no de la carne) hasta que Cristo regrese, o el Padre nos llame a Su presencia (Filipenses 1:6), cuando no habrá más gracia. Finaliza la entrevista. Gracias a todos por permitir recopilar vuestro pensamiento acerca de este regalo que es la Gracia, y así poder repensar en que a pesar de su gratuidad a Dios le costó lo más preciado para él: su mismísimo Hijo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Muy Personal - ¿Tiene precio la gracia?