Una imagen del papado

El Señor de la Iglesia la tiene –mientras- como guardada, escondida en el desierto, para que no la devoren por completo.

14 DE JUNIO DE 2013 · 22:00

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Dejamos a Pipino (el Breve o Corto, era bajo) cegado por la imagen del papado, donándole la conquista del Exarcado. Nunca oyó aquello de que “por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas”. Avaricia y palabras fingidas que son el fundamento del naciente Estado Papal, o Estados Pontificios. El papa Esteban (752-57), con el Exarcado en manos lombardas y su rey a las puertas de Roma, Bizancio sin poder ayudar, y con la experiencia del pasado, acudió a Pipino. Se presentó el papa con la mejor imagen de poder: oro, regalos, ceremonias. Todo eso en la basílica de St. Denis, donde lo ungió como rey de los francos. Dicen que a la usanza del Antiguo Testamento. Seguramente, pero no se dice en qué ocasión, con qué reyes, si en el Norte y los santuarios de Samaria o Betel, o el Sur con la corrupción que les lleva al cautiverio. Ungen y agasajan a un usurpador, lo hacen, además de Patricio romano, defensor del papado; y consiguen que baje para eliminar a los lombardos. Antes le han “demostrado” la donación de Constantino. Por tanto, si consigue tomar Rávena, que recuerde que eso no es de Bizancio, que se lo tiene que “devolver” al papa. Con todo el brillo del oro y los regalos no vio Pipino que aquel papel no tenía el paso de 400 años, y que la tinta todavía manchaba. Lo engañaron. Echó a los lombardos y donó los territorios al papa. Ya sabemos. El papa sabía lo que hacía, pero no sabía lo que tendría que hacer él y sus sucesores para mantener esos territorios. Un buen método de estudiar el papado es hacer una lectura histórica del mapa de Italia con los Estados Pontificios. Se quita de inmediato la imagen de poder, grandeza y unidad que nos venden; y que algunos hoy, como pipinos, compran y luego la reparten tan a gusto. (Eso sí, a cambio, ungen tu corrupción.) El papa tenía bastante poder en Roma, vale; pero no una Roma imperial ni nada de eso. Una Roma subsidiaria; un ducado, el ducado de Roma. Ahora es señor de esos territorios que le han “devuelto”. Nunca fueron suyos, allí no hay nada de su mano. Están sus señores, sus familias (ya apunté algo en el artículo anterior). Liberados del poder de Bizancio y de los lombardos, quedan las familias con poder. Cada uno busca su papado. Se arreglan, hacen pactos, se reparten territorios de actuación. Si no, llegan a las manos con facilidad. Cada uno pone su papa, o apadrina a otro; los demás también: antipapas. Quien pierde es “anti”. Padrinos, familias, mercadeos, el papado. Nada de grandeza, poder y unidad. Esa iglesia Romana que dicta cómo debe ser la religión y la política, debe mirar su propia historia, y no de un rato, de siglos. Lo dicho, miremos, ya que ella no lo hará, el mapa, los Estados Pontificios. Siglos de gobierno; a ver cómo gobernó el que es pastor supremo, el que enseña con voz de Dios. Una ruina. Una vergüenza. Siendo el trono papal algo común con los señoríos terrenos, en estos señoríos no importaba la edad para sentarse, sino la familia; al heredero al trono lo ponían aunque fuere un chiquillo. No tenían ni que saber leer. Podían pasar de seglar a papa el mismo día (papa Juan XIX), o ser el maestro supremo de la cristiandad con 12 años (papa Benedicto IX). La defensa de la familia, eso tan propio. La familia de los Túsculo consigue imponer de gobernador en Roma a uno de sus hijos, y de papa a otro. Teofilacto papa, Romano gobernador. Muerto el papa le sucede su hermano. Romano tuvo que ser transformado en clérigo en un momento, todo lo puede un buen puñado de dinero. Así funcionó el papado: todo lo puedo en Mamón, que me fortalece. A la muerte de Romano, le sucede otro Túsculo (grandeza del papado no se sabe, de las familias, seguro; más adelante los Colonna, los Orsini), también Teofilacto, que lo ponen en el trono papal con unos doce años. Este Benedicto IX es una buena imagen del papado de la época, una época de siglos. Que no nos vendan estampas coloreadas de unidad, poder y control. Puede que así parezca desde ciudades lejanas, pero ya podemos acercarnos al sitio. Ahí se ve la realidad. Familias, navajas, muertes, fornicaciones de todo tipo, ventas, compras, falsedades, traiciones de toda clase; y todo en el nombre de Cristo. Este Benedicto ocupa tres puestos en la lista oficial de papas (145, 147 y 150), pues por tres veces consiguió el trono. Es también “ejemplar” en sus corrupciones, lo probó todo. El maestro supremo de la cristiandad, fue también el discípulo aplicado de todas las corrupciones e inmoralidades. El consuelo de la historiografía papalista ante semejante sujeto, es que conservó intacta la ortodoxia. (Seguramente alguien le advirtió que Ortodoxia no era ni una doncella ni un mancebo, ni una nueva modalidad sexual.) Entre estos perversos también se encuentran grandes proclamas a favor de la primacía de Pedro, de Roma. Todo lo que consigan para “Pedro” se lo quedan ellos, y todo queda en la familia de turno. Acerquemos la luz al cadáver del papado. El conocido episodio de Formoso. Este papa (891-96), nueve meses después de muerto, lo juzgan en un sínodo en la basílica de San Pedro, bajo la dirección del nuevo papa. Lo juzgan en persona; en cadáver. Lo sacaron, lo vistieron de papa, lo sentaron en el trono, y lo juzgaron. La gran mascarada, el esperpento. No es que se quiera echar el muerto a otros, es que es de ellos. Esto no es un episodio “medieval”. Es algo propio de quien en ese momento es el pastor supremo, el supremo maestro de la cristiandad. La condena del papa anterior en el sínodo del cadáver, no pareció suficiente al de los Túsculo (Sergio III), y procedió a un segundo juicio, por supuesto también lo condenan y, ahora, tiran sus restos al Tíber. (Ya le habían cortado los tres dedos de sus tantas bendiciones y consagraciones.) Entremedias, Formoso fue rehabilitado por el siguiente papa, se murió o lo mataron pronto; el siguiente duró unos días; el otro que vino, ni caminar podía entre tanto conflicto y corrupción (¿sus alias? Romano, Teodoro II, y Benedicto IV). Al siguiente lo metieron en la cárcel, y allí lo asesinaron y lo quemaron; las cenizas, al Tíbet. Y llegaron los Túsculo. Este Sergio fue padre del papa Juan XI (tomó el trono con 20 años). Y estos eran los que consagraban a reyes y emperadores. En un momento de “municipalismo”, algunos piensan que la defensa de sus familias pasa por liberarse de ese trono papal; el Senado romano se levantó (1143), y declaró de nuevo a Roma república, comunal y libre del papa. Guiado el movimiento por Giordano Pierleone (de los Pierleone, otra familia), y con su mentor espiritual, el sacerdote Arnaldo de Brescia (cuando el papado recobró el control por la ayuda de Federico Barbarroja, al final lo quemaron). Época de estudio necesario en la formación de Europa, lo que acontece con Federico Barbarroja como emperador (1155-1190) reparte buena luz sobre el mapa de los Estados Pontificios. Tuvo que habérselas, entre papas y antipapas, con unos diez (Nicolás Breakspeare, inglés; Gebardo, de los condes de Dollnstein-Hirschberg; Federico de Lotaringia, de los duques de Lorena; Juan Mincio de Velletri, de los Túsculo; Rolando, de los Bandinelli; Gerardo, de Borgoña; etcétera). Es una manera muy eficaz de estudiar al papado. El papado no teme a los anticlericales o los discutidores de argumentos eclesiásticos interminables, que al final se conformarían con considerar a la iglesia Romana primera entre iguales. (¿Primera? En qué, ¿en moral?) Al papado le perjudica sobre todo la luz, la Historia, los documentos. Por eso los oculta, o los falsifica. Tiene que vivir en oscuridad; es de la noche; en cuanto le da la luz de la Historia, se descompone. Mientras la Iglesia de Cristo vive en la luz, la de Roma la aborrece. Su ecumenismo es de oscuridad, no de luz, ni a la luz. Con ella, pues, todos los tinieblinos; besos de traición y venta. Palabras fingidas; mercadería. El Señor de la Iglesia la tiene –mientras- como guardada, escondida en el desierto, para que no la devoren por completo. Con Federico Barbarroja se inicia una nueva época. Ahora los puntos de poder ya no están (aunque conserven bastante) en las familias italianas, sino en las nuevas fuerzas del norte. Allí se tiene que dirimir quién se sienta en el trono no solo del imperio, sino también del papado. La cosa se complica; los intereses en el tablero son de equilibrio volátil. ¿Unidad del papado? Te la venderán, pero no la compres. Precisamente será el conquense Gil Álvarez Carrillo de Albornoz (1310-1367) quien salve al papado de su descomposición administrativa interna. A él se debe la supervivencia de los Estados Pontificios. Desde su inicio fueron un campo de latente o abierta guerra civil entre familias. Cada región con sus normas e intereses. Gil era hombre de armas, lo nombraron cardenal, y arzobispo de Toledo, y lo encargaron de arreglar la situación. Con sus mercenarios llevó a cabo una eficaz política de conformación estatal entre las facciones de familias opuestas. Elaboró el código administrativo de gobierno para los Estados Pontificios, las Constituciones Egidianas, que se conservaron casi intactas hasta la final desaparición de los mismos. También se organizó una especie de guardia nacional de esbirros (así se llamaban). Gil salvaba los muebles del papado mientras éste se encuentra en Aviñón (1309-1377). Llaman a este periodo “segunda cautividad babilónica”; nada. Para cautividad la que creían sufrir estos papas con sus cardenales en la insalubre y peligrosa Roma. En este palacio están liberados y cómodos. Además, no se han ido de sus tierras, a fin de cuentas, en algún trueque de mercadeo, este palacio les pertenece. ¿Que así está el papado controlado por los reyes francos? Vale, pero es lo que hay; lo controlan familias, o reyes, o emperadores. Tampoco varía mucho con que se hubieran quedado en Roma, los controlaban igual. Regresa el papado a Roma. Hace falta cada vez más dinero para sus jerarcas. Espolian a los clérigos (tienen que entregar a sus señores, el papado, las herencias). De ahí estamos al paso de una x para que expolien al pueblo. ¿Poder? ¿Unidad? A ver dónde se sustentan. Que no te vendan la bula. Ya venden indulgencias. Todo lo puede Mamón, eso creen. Nada más llegar a Roma, otra vez los tumultos. Dos papas, cada uno con sus “derechos” y cristianos protectores. Bartolomeo Prignano (Urbano VII) y Roberto de Ginebra, hijo del conde de Ginebra (Clemente VII). Unidad, una sola voz. Que no te engañen; una ruina, una vergüenza. Anticristianismo. Los reinos cristianos en guerra a muerte unos contra otros. Con bendiciones clericales. Sangre, traición, crueldad. El Señor guarda a su Iglesia. La cristiandad es la imagen del diablo. Concilios, intentos de arreglar el descalabro; a ver si viene un papa que logre pilotar el barco, como dicen ahora. Uno, dos, o tres. Ruina y corrupción. Aparecen voces de reforma, de regreso. No se trata de pilotar el barco para que avance, sino de acabar con él, de hundirlo de una vez; y regresar a nado; siempre es mejor que en la barca del demonio. La Reforma. Lutero, unas tesis de discusión; la revolución social y religiosa. Ahora sí; ahora el papado se hará más uniforme, tendrá una sola voz en Trento. Precisamente el papado se configura como lo contrario a lo que supone la Reforma. Creo que luego la Reforma se configura cada vez más con el papado, pero eso es otro tema (para otro momento). Ahora hay que llegar a Ignacio, que de eso se trataba. La semana próxima, d. v., ya estamos con él. La imagen de la iglesia Romana es fingida y equívoca. Incluso en su propia iconografía de publicidad. En un cuadro (de taller) de Rubens, que está en el Prado, donde se presenta el “triunfo de la iglesia Católica”, encontré un fragmento ideal para la portada de la edición de Artes de la Santa Inquisición Española (traducción de Francisco Ruiz de Pablos, Sevilla, 2008). Su “triunfo” es el auto de fe; por la opresión y la sumisión; por lo que representaba la Inquisición. En el mismo encargo se encuentra este “triunfo de la verdad Católica sobre la herejía”. Por el suelo están Lutero y Calvino. Parece que la iglesia Romana es librada por alguien; la levanta, la quita de esa influencia. Esta es la imagen. La figura del que avanza aplastando, con libros en la mano, no se sabe si es de un sitio o de otro, parece un jesuita. ¿Se han fijado en la pinta del que la sostiene? Porta alas, se supone que es un ángel. No, ese es el demonio; que por mucho que se vista de ángel de luz, se nota.

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