Ecos en México de la abdicación de Ratzinger

“Cuando empiezan a surgir los primeros intentos de beatificación en vida del papa, característicos de toda transición papal, invitamos a no olvidar quién fue Benedicto XVI”

16 DE FEBRERO DE 2013 · 23:00

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Ha resultado imposible, en todos los círculos cristianos, sustraerse a todo lo relacionado con la abdicación del teólogo alemán Joseph Ratzinger al obispado de Roma el 11 de febrero, un par de días antes del inicio de la cuaresma. Desde México, especialmente, un país tan “apreciado” por el catolicismo, dado que es visto como “reserva” de fieles ante la intensa descatolización de otros países latinoamericanos, aunque aquí la tasa es del 4 por ciento en 10 años, han surgido opiniones muy comprensivas hacia la decisión de abandonar el puesto principal de la Iglesia Católica, aunque no consideren varios de los motivos que el propio Ratzinger ha dejado entrever en sus posteriores apariciones públicas. Así, el Miércoles de Ceniza de este año fue completamente distinto al de otros años, dado que lo presidió un papa que ya había anunciado públicamente que dejaba el “ministerio petrino”. Entre la enorme cantidad de opiniones que circulan por todos los medios destacan algunas: las del episcopado mexicano y del cardenal Norberto Rivera, quien apenas se supo de la renuncia se manifestó con palabras de apoyo y que trataban de explicar positivamente el hecho. Así respondió a una periodista protestante de El Universal, con su habitual triunfalismo: “Estoy seguro [de] que fue una decisión largamente reflexionada y puesta en la presencia de Dios. Desde luego que hay desconcierto y tristeza por esta noticia, pero también hay esperanza, pues no debemos olvidar que la Iglesia está en manos de Dios hasta el fin del mundo”;[1] además, calificó de “valiente” la decisión de Ratzinger. “Rivera pidió invocar al Espíritu Santo, a fin de que ‘Él nos lleve a elegir al mejor candidato para guiar la Iglesia”. El miércoles 13, Rivera envió una carta al papa en la que le expresó los sentimientos del cuerpo eclesiástico que preside ante la noticia: “El anuncio que hizo de la dimisión a su ministerio petrino, durante la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, dentro del consistorio donde a los mexicanos nos dio la alegre noticia de la fecha de elevación a los altares de la madre Guadalupe García, nos llenó de estupor, de tristeza, y nos dejó un sentimiento de orfandad, de desamparo”.[2] Y agrega, con un lenguaje acrítico, aunque sin dejar de referirse a los problemas internos del Vaticano: “Usted nos ha dicho un adiós sereno, pero marcado por el sufrimiento de quien durante casi ocho años ha llevado sobre sus hombros la enorme responsabilidad de apacentar el rebaño del Señor, de conducir en medio de las borrascas y los presagios más negros, la barca de la Iglesia universal, a la que supo guiar, con firmeza y mansedumbre, a buen puerto. Así es Santidad, deja a la Iglesia de Jesucristo en paz, después de sortear tempestades, incomprensiones y hasta traiciones, pero Usted, pese a la furia del mal, siempre permaneció incólume en la fe, siempre actuó guiado por la caridad, y cumplió el mandato que el Señor le dio, de confirmar a sus hermanos en la fe”. La carta concluye diciendo: “Imploramos a María Santísima de Guadalupe para que lo llene de su dulzura y consuelo, para que sepa que está en su regazo, que nada más ha de desear y que no tiene por qué temer. ¡Gracias! ¡Una y mil veces más, gracias! Que el Señor mismo sea su recompensa y, llegado el feliz momento del retorno a la Casa del Padre, reciba el premio a todas sus fatigas y desvelos, y sean así colmados todos sus anhelos”. Por su parte, el mismo día de la dimisión, la Conferencia Episcopal de México, a través de su secretario, Juan Manuel Mancilla Sánchez, obispo de Texcoco, envió un comunicado al Vaticanoen el que señala: “Nos conmueve descubrir que el Santo Padre realizó este anuncio en el día en que la Iglesia pone sus ojos en los enfermos y en los que sufren, pues él reconoce que está ya casi formando parte de ese gran universo del dolor y de la enfermedad, de esa manera, su vida, testimonio y ministerio cobran un valor excepcional y nos deja una gran enseñanza sobre el valor de la humildad, del desprendimiento interior y de la confianza en que la vida de la Iglesia descansa sobre los hombros del único gran Pastor de las ovejas, Jesucristo, nuestro Señor. Como Iglesia diocesana felicitamos al Santo Padre, y hoy, como siempre, nos sentimos orgullosos de ser Iglesia Católica y descubrimos que el Espíritu Santo nunca abandona a su Iglesia”.[3] A su vez, el presidente de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam), Carlos Aguiar Retes, arzobispo de Tlalnepantla, expresó, siempre en el marco de la corrección y de la visión positiva del suceso: “Veo al Papa Benedicto XVI en esta decisión: a un hombre de fe, de amor a la Iglesia, valiente, firme, decidido, que corre los riesgos de interpretaciones erróneas y quizá incomprendidas, incluso por los mismos fieles. Sin embargo hacer uso de un derecho que ningún Papa en casi seis siglos había ejercitado es una gran lección espiritual y eclesial para todos los creyentes y especialmente para tantos que nos sentimos indispensables en las funciones y tareas que recibimos en el nombre de Dios, Nuestro Padre. Es muy loable reconocer y agradecer que a lo largo de su fructífero Pontificado, el Papa mostró: cómo se deben afrontar los problemas de la Iglesia a través del diálogo constructivo y permanente con todas las corrientes del pensamiento, con todas las naciones, con todas las Iglesias y confesiones religiosas”.[4] No deja de mencionar la gratitud por su visita de marzo de 2012 y concluye con una afirmación triunfalista también: “La Iglesia Católica, con esta decisión del Papa Benedicto XVI se fortalecerá en la Fe, en la Esperanza y la infinita confianza del Amor de Dios”. Otra reacción, muy diferente a las mencionadas, es la del Observatorio Eclesial, una organización católica que monitorea continuamente las acciones de las iglesias y que toma el pulso al acontecer nacional, que dio a conocer el 13 de febrero un duro pronunciamiento que bien vale la pena conocer íntegramente. En su primera parte, afirma: “La reciente renuncia de Benedicto XVI a su cargo como obispo de Roma, y por tanto al papado que ejerció desde el 19 de abril del 2005 y dejará el próximo 28 de febrero, ha provocado muchas y muy diversas reacciones en todo el mundo, por inédita al menos en los últimos 700 años de la historia de la iglesia católica”.[5] Añade, en relación con las causas de la renuncia: “En voz del propio papa, esta dimisión se nos presenta como resultado de un discernimiento libre y personal que tiene como principal argumento la incapacidad física y espiritual del actual pontífice para encarar los retos que el mundo de hoy presenta a la iglesia. Frente a ello, no pocos han elogiado el valor de Benedicto XVI al tomar esta decisión, mientras otros afirman que no pudo tomarla en el mejor momento, dado que deja a la institución católica en una situación de tranquilidad tras fuertes problemas que enfrentó en su interior y escándalos al exterior”. Más adelante, solicita una apreciación más reflexiva de lo sucedido, dados su alcance en el catolicismo mundial: “Sin embargo, desde diversas personas y organizaciones de fe, consideramos necesaria una valoración más profunda, transparente y crítica de este acontecimiento que tendrá implicaciones importantes para la vida de la iglesia y de la sociedad. Por ello ofrecemos un primer balance del pontificado del papa Joseph Ratzinger, un análisis de la situación actual de la iglesia y los retos que enfrenta, y la agenda de temas pendientes que consideramos no debe eludir el próximo papa, si quiere detener la involución eclesial que ha acaecido en el catolicismo las últimas décadas”. En cuanto al balance del pontificado, el análisis se basa en el pasado inquisidor de Ratzinger: “Cuando empiezan a surgir los primeros intentos de beatificación en vida del papa, característicos de toda transición papal, invitamos a no olvidar quién fue Benedicto XVI y cuál fue el saldo de su papado y de dos décadas al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que han dejado a la iglesia en deplorable situación frente al mundo moderno y al interior con tremendas luchas de poder”. Y al preguntarse “¿Qué recordaremos de este papa?”, la crítica es consistente, sistemática y enumera muchos episodios polémicos en su accionar en las décadas anteriores: - Que durante su función como prefecto de la congregación para la doctrina de la fe combatió acérrimamente las manifestaciones de la iglesia latinoamericana de liberación, la iglesia de los pobres, las comunidades eclesiales de base, el compromiso social y político de las y los cristianos, la pastoral indígena, el liderazgo de las mujeres; excomulgando y/o silenciando a un sin número de teólogos y teólogas en América Latina y el mundo, cerrando centros teológicos con vientos de renovación en muchos países de nuestro continente, atacando a los obispos que caminaron al lado de los pobres. - Que todo ese tiempo y también durante su pontificado, tuvo conocimiento y encubrió múltiples y gravísimos casos de pederastia en la iglesia, permitiendo con ello la reproducción exponencial de este cáncer eclesiástico, en detrimento de la vida y dignidad de miles de niños y niñas abusados por sacerdotes. Aún cuando las pruebas eran irrefutables e inocultables, nunca actuó con la fuerza que ameritaba, no hizo justicia, no hubo una sola palabra de petición de perdón a las víctimas, no hubo reparación. - Que dedicó su ministerio en El Vaticano a frenar todos los vientos de renovación eclesial propuestos por el Concilio Vaticano II en todos los ámbitos de la iglesia, cerrando las puertas de la iglesia frente al mundo, regresando a las viejas prácticas y ritos de la cristiandad, retrocediendo significativamente en el diálogo ecuménico e interreligioso y apartando en general la vida eclesial de las preocupaciones políticas, sociales, económicas y culturales de la época. - Que siguiendo la estrategia de su predecesor, se ocupó de conformar episcopados nacionales conservadores, con obispos que, como en México, velan más por los intereses de las grandes personalidades políticas y económicas del país, que por el bien de su feligresía y del pueblo en general. En este sentido, se desentendió de la sangre de miles de mártires que ayer murieron por su fe a manos de gobiernos dictatoriales y hoy lo siguen haciendo a manos de un sistema económico neoliberal injusto y excluyente. Acerca de “Los retos de la iglesia católica frente a la realidad actual”, no deja de observar las dificultades que enfrenta esta institución y recoge algunos señalamientos dentro y fuera de ella: La iglesia católica enfrenta hoy una profunda crisis de credibilidad ante la sociedad y una igual crisis de identidad frente a sí misma. Decrece aceleradamente en número de fieles y sus estructuras y propuestas pastorales son cada vez más rígidas y retrógradas. La responsabilidad de esto cae sobre los hombros de Benedicto XVI y será un enorme reto para su sucesor. Desde los sectores creyentes, pero también desde quienes profesan otras religiones o no profesan ninguna, crecen importantes demandas que, de buena fe, esperamos que el próximo papa esté dispuesto a escuchar y llevar adelante, rompiendo siglos de silencio e indiferencia. Y finaliza con una serie de esas demandas, haciéndose eco de las múltiples críticas que se han acarreado el Vaticano y Ratzinger. Varias de ellas son reivindicativas y exigen una respuesta que, lamentablemente, no parece que será favorable, debido a su radicalidad, en algunos casos, y a la reiterada negativa oficial a considerarlas: - Que la institución católica ponga fin a la política de encubrimiento de abuso sexual en su interior, reconozca su responsabilidad públicamente frente a las víctimas, modifique los mecanismos internos que posibilitan estas prácticas criminales. - Que la iglesiareconozcaa mujeres y hombres como iguales en dignidad, y que fomente con acciones concretas la erradicación de la violencia y la discriminación de la que son objeto fuera y dentro de la institución eclesial. - Que reconozca la autonomía de las iglesias para organizarse, elegir a sus pastores y adaptar su praxis a las circunstancias concretas en que viven; que haya más democracia en la iglesia en la toma de decisiones. - Que se reforme el celibato obligatorio, haciéndolo opcional y se abra al interior de la iglesia un amplio debate sobre el sacerdocio de las mujeres, que permita avanzar en la superación de la discriminación que viven en la vida de las iglesias. - Que deje de atacarse la libertad de pensamiento y de reflexión teológica en la iglesia. - Que la iglesia asuma el compromiso de ser iglesia pobre y con los pobres, como intuyó el Concilio Vaticano II, despojándose del poder que no le permite acompañar a los pueblos en sus luchas de justicia y dignidad; que sea una iglesia cada vez más profética que denuncie las muchas injusticias que se viven en el mundo y deje de ser cómplice de ellas. - Que se apliquen las directrices emanadas del Concilio Vaticano II hacia una conversión y renovación profunda de la iglesia, para lo cual se convoque a un nuevo concilio donde todas y todos, y no sólo los obispos, tengan representación. En esa misma línea, la conclusión es una convocatoria para la participación de los diversos sectores católicos, frente al nombramiento de un nuevo pontífice, lo cual es también un llamado a la conversión: Somos conscientes que los escenarios de la próxima elección papal no nos son favorables, y que probablemente se siga perpetrando el retroceso eclesiástico y eclesial con el nuevo pontífice; porque creemos que la solución la haremos todos y todas, pueblo y jerarquía. Por ello convocamos a las y los creyentes y a todas las personas de buena voluntad, a participar activamente en esta transición eclesial católica realizando foros de análisis y reflexión sobre el rumbo de la iglesia, llevando a cabo amplias consultas sobre estos y otros retos urgentes, y haciendo llegar estas voces hasta las altas jerarquías católicas, con la esperanza de que nuestros gozos y esperanzas, tristezas y angustias no encuentren un corazón de piedra, sino un corazón de carne en los obispos próximos a elegir al sucesor de Benedicto XVI. Esta visión tan sólida y pertinente no cuenta con el consenso de la mayoría católica en México, pero es un signo de que, a pesar de la propaganda y el impacto mediático que condena a la superficialidad a millones de militantes, existen espacios donde la fe y la realidad se enfrascan en serios debates que buscan acciones responsables y acordes con el mensaje que se dice anunciar. Los próximos días serán muy importantes en este proceso y habrá que esperar para ver la forma en que se realizará la elección del sucesor de Ratzinger, pues los ojos del mundo entero están muy atentos.


[1]Ruth Rodríguez, “Renuncia del papa, decisión valiente- Norberto Rivera”, en El Universal, 11 de febrero de 2012, www.eluniversal.com.mx/notas/902431.html.
[2]“Carta del cardenal Norberto Rivera Carrera al papa Benedicto XVI”, en Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México, www.siame.mx/apps/aspxnsmn/templates/?a=9495&z=54.
[3]“Comunicado de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco, con motivo del anuncio de la renuncia de Su Santidad Benedicto XVI”, en Conferencia del Episcopado Mexicano, www.cem.org.mx/index.php/component/k2/item/2689.
[4]C. Aguiar Retes, “Benedicto XVI: un testimonio ejemplar”, en www.cem.org.mx/index.php/component/k2/item/2688.
[5]“Pronunciamiento ante la renuncia de Benedicto XVI”, en http://observatorioeclesial.wordpress.com/2013/02/13/pronunciamiento-ante-la-renuncia-de-benedicto-xvi/

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