Obama, sobre Lincoln y Luther King (2)

Que el pastor King fue un instrumento para lograr derechos civiles, claro que sí. Pero eso no lo convierte en modelo de pastor, ni modelo de cristiano.

01 DE FEBRERO DE 2013 · 23:00

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Antes de acercarnos al último sermón del pastor Luther King, tenemos que ver algo del camino hasta llegar. Ese sermón era una parte más de las muchas que las plataformas pro derechos civiles realizaban. Esas plataformas se hicieron con las iglesias; las mismas iglesias (no todas, claro está) son parte de ellas. Esto puede ser criticado, pero es lo que había. Por eso, a veces la diferencia entre culto, sermón, mitin, arenga política, etc., no quedaba muy clara. Y una iglesia que es parte de una plataforma política, se sostiene o cae con la política. Mal asunto. Desde el momento importante del boicot a los autobuses en Montgomery (1955), tanto el pastor Ralph Abernathy como el joven pastor Luther King, entendieron que el movimiento necesitaba organización, y crearon medios para ello (la SCLC), en cuya formación y actividad contaban con la presencia y movilización de las iglesias locales. Esas plataformas y proyectos se afianzan en un suelo previo. Por mirar solo desde el comienzo de siglo, su primera década contempla el florecer de la ideología del llamado “Evangelio Social”. La dogmática del evolucionismo se traslada a la teología sistemática y a la evangelización práctica. Si la Iglesia, o las iglesias, como organismos vivos quieren vivir y ser relevantes, tienen que asumir su proceso evolutivo también. Esa condición “científica” provocó muchas discusiones. Algunos pastores asumieron como su deber el predicar el Evangelio con la nueva mentalidad. Al final creo que predicaron la nueva mentalidad como “Evangelio”, como la buena noticia que había que llevar a las gentes. Buscaban aplicar el Evangelio en la nueva situación. Uno de los padres de este movimiento, el pastor congregacionalista Washington Gladden (1836-1918), ya había publicado su Cristianismo Aplicado: Aspectos morales de la cuestión social en 1886, afirmando, ante las dudas de su editor por el título, que “aplicado” era esencial para reconocer el contenido del libro, pues eso es la esencia del cristianismo. Los misioneros tenían que llevar, aplicar, otro evangelio si querían ser relevantes a la nueva sociedad, que vive en una nueva situación. Y las propias iglesias en su interior debían igualmente recibir la nueva evangelización. También el Evangelio es un producto sujeto al proceso evolutivo. No se puede pretender que la gente acepte, decían, un modelo propio del siglo XVI, si ya vive en el XX. La Iglesia, y el Evangelio, si no progresan, si no evolucionan, se quedan atrás, y la gente que progresa los abandona como cosa obsoleta. Estamos, pues, ante un cambio de siglo, y ante un cambio de paradigma. (El problema es que tampoco podían aceptar el Evangelio del siglo I, el del Nuevo Testamento, pues pertenece a la experiencia social y religiosa de un “momento” del proceso.) Parecido a nuestro tiempo. Incluso, por el almanaque con cien años atrás, estaríamos ante el tsunami de la Guerra del 14, que tanto cambiaría la geografía humana. Hoy se preguntan honradamente muchos cómo ser útiles a la sociedad, cómo llevarle un mensaje que lo pueda aceptar, cómo ser relevantes. Eso es bueno, pero debemos tener la adecuada prevención, que ya a nuestro Redentor se le propuso cambiar un poquito el discurso a cambio de adorarlo, allí en el desierto. Para mejor entender el suelo en el que aparece Luther King, conviene mirar a otro de los padres de ese evangelio social, que él mismo afirmó le influyó de manera determinante en su pensamiento. Walter Rauschenbusch (1861-1918), que venía de Alemania, de un ambiente pietista, entre 1886-1897 fue pastor de la Segunda Iglesia Bautista Alemana en una zona pobre de Nueva York, y luego, hasta su muerte, profesor en el Rochester Theological Seminary. Se colocó en el centro del movimiento social con la publicación deEl Cristianismo y la Crisis Social (1907). Solo el título invitaría a estudiar esos tiempos por tan parecidos a los nuestros. Luego Cristianizando el Orden Social (1912); otro de gran popularidad, Los principios sociales de Jesús (1916); fruto de unas conferencias en Yale, Una Teología para el Evangelio Social (1917), y otras obras en la misma dirección (todas tienen acceso libre en internet). Con el foco de cualquiera de ellas, se ve con más claridad a la figura de Luther King. Nos hallamos ante un lenguaje florido, entusiasta, lleno de ejemplos del texto bíblico, pero con un significado diferente. Los sucesores de los apóstoles ahora son los trabajadores sociales; la salvación no es ir al cielo, sino proporcionar un cielo en la tierra. El pecado, y, por tanto la redención, no es algo personal, sino social; la responsabilidad moral se debe trasladar del hombre como individuo a las instituciones; si liberamos a los hombres de ellas (que “son” el pecado), serán verdaderamente libres; etc. etc. El “reino” no es un concepto relacionado con la obra de Cristo, como víctima y sacerdote, sino el simple avance, el progreso de la humanidad. En ese progreso debe involucrarse la Iglesia, las iglesias locales, como parte orgánica de la nueva humanidad (lo pueden poner con mayúscula si lo prefieren). El reino no es más que el modo como los cristianos deben asumir y explicar el dogma de la evolución, y en esa evolución se encuentran todas las religiones, por tanto, en la idea de reino entran todos los que ayudan la evolución, y son contrarios todos los que la estorban; un tipo retrógrado de cristianismo era el mayor obstáculo. Lo importante es el pecado social, no el individual, pues el social es el que impide y estorba el progreso. (El término “progresista” es de extracción religiosa, de este tiempo, luego se pasó a la política.) Para mí esto es otro evangelio, nada que ver con el de Cristo. Por supuesto que una posición escatológica premilenial era rechazada de plano, el retorno de Cristo no es en ese evangelio un episodio, sino un proceso. Peor lo tenían los postmileniales, pues eran la competencia a derribar, ya que anunciaban una tierra llena del conocimiento del Señor, pero no por medio de dogmas humanos (aunque algunos identifiquen esta posición con el evangelio social que la rechazaba). También creo que es otro evangelio, nada que ver con el de Cristo, el que pretende limitarse a la experiencia pietista personal, sin contacto con la calle para vivir la fe. Este evangelio social, aunque con menos flores y entusiasmo, sobrevivió a la Guerra. Por ser alemán, su mentor decreció en aprecio, pero siguió vivo; tan vivo como para dejar en Luther King una marca indeleble. En esa Gran Guerra tenemos que parar otro poco para encontrarnos con un capellán, que participa en las cuatro batallas más terribles de la misma (dicen que allí se “hizo” existencialista). Luego, estando por el socialismo, los nazis harán hoguera con sus libros. Llamado a Estados Unidos, terminará como profesor en la universidad donde Luther King obtiene su doctorado, precisamente sobre este teólogo y filósofo (“Dios en el pensamiento de Paul Tillich y Henry Wieman”). Paul Johannes Tillich (1886-1965) es una pieza más en esta reflexión para acercarnos a ese último sermón. Con la premisa del dogma del progreso evolucionista, las circunstancias han variado. El lenguaje del Nuevo (o Antiguo) Testamento, como él mismo se declara y explica, sigue sin valer. Se usa, pero con otro significado. Con Tillich se da un paso enorme en la apropiación de la verdad del Evangelio para modificarla y adaptarla a la verdad humana. Incluso toda la complejidad del psicoanálisis se dice que lo “cristianiza” separándolo del ateísmo de su fundador. Aunque de socialismo no volvió a hablar (no era el “momento”), sí habló y escribió mucho y con gran audiencia en América. Su era protestante, con el principio del mismo nombre; sus sermones, ensayos y su Teología Sistemática están ahí. Para algunos (o muchos) todavía será el gran espacio donde pueden coincidir el cristianismo y el pensamiento secular. Al final, ya no hay lugar sagrado, el individuo, cada individuo, en su existencia lo es; y no hay otro evangelio que el de la vida auténtica. Esa que se da donde se integra al “otro”, y cosas por el estilo. Estilo y cosas que podía ofrecer otro cristianismo “progresista” al lado del humo de los crematorios. Todo forma parte del mismo proceso, pero a esos arios se les ha ocurrido, “científicamente”, que esos con la pinta morena o sangre inferior son un estorbo en la evolución, y hay que eliminarlos para afirmar la existencia, para ser auténticos, por amor a la humanidad, como quien elimina una infección o plaga. Todo es progreso, según desde donde se mire. El autor de Amor, poder y justicia; un análisis ontológico sobre las aplicaciones éticas (1960), el excelente pastor y erudito académico, aparece, en testimonio publicado por su esposa Hanna (From Time to Time, 1973), como un experimentador sexual. La incorporación de terceras personas, hombres o mujeres, en sus actos maritales (habrá otros nombres para decir esto), según su hijo, un psicólogo existencialista especializado en terapia individual, de grupo, y de nuevas parejas (analizando el citado libro en conferencia pública y publicada), fue al principio algo aceptado por los dos, pero luego la cosa se les fue de las manos. La existencia auténtica de uno era la opresión y humillación de la otra. ¿Y cuál es el problema? ¿No puede hacer cada uno lo que le apetezca? Si al final siguieron juntos como matrimonio, ¿a qué viene sacar esto? El problema es que una cosa así no se considere problema. Cuando el pecado es social, lo que se libera no es al individuo o la sociedad, sino al propio pecado (de la fiscalidad y acotación de la ley de Dios). El problema es que este modelo de evangelio era el terreno donde se enraizaban muchos (claro que no todos) de los defensores de los derechos civiles. Y el problema no es la defensa de esos derechos, que perfectamente se hubieran debido hacer desde un evangelio más bíblico, sino el que se considerase normal el cambio del evangelio con el fin de cambiar la sociedad; como si el Evangelio que Pablo predicó como poder de Dios, ya no sirviera. El problema es que no se diera un fuerte golpe, aunque sea sobre el púlpito o la mesa de la Santa Cena, para reclamar que no se podía admitir un cristianismo cuya comunión en la mesa viniere con el previo de una segregación de los hermanos. Si están juntos en la mesa, también lo pueden estar en el autobús. Eso podía ocurrir en otro contexto, pero no era admisible en uno en el que los propios que se sientan a la mesa son los que hacen las leyes. El problema es que se dejó ese falso evangelio “conservador” en el púlpito y en la mesa, solo para ser expulsado por otro tan falso “progresista”. El púlpito sin el Evangelio de la cruz, se derivó en la mesa de comunión con todos, menos con Cristo, que es al que hay que comer y beber. El “amor” existencialista, ese que permite experimentar con lo que haga falta, se cambió por el amor de Dios manifestado en la cruz. Siguió el lenguaje “religioso”, pero como traducción del de los escribas y doctores que juzgan y condenan al Señor. Con otro Cristo, con otro Evangelio, con otra Palabra, también los derechos humanos son “otros”. Que no nos pase lo mismo hoy. Disculpas por hacerles andar tanto. Ya llegamos. Vamos a sentarnos a oír al pastor Luther King. Han titulado luego su sermón como “en lo alto del monte”, o algo así. (Con buena letra, unas ocho páginas.) Si ya en ese día la figura del pastor King era un icono, cuánto más hoy. Es difícil opinar sobre casos así. Efectivamente, y eso es peligroso, la gente no quería oír los argumentos sobre las actividades a favor de los trabajadores de la sanidad (que era el motivo de la reunión), sino al líder. Si se hubieran conformado con los argumentos y con otros pastores, Luther King no estaría allí. Pero lo llevaron porque la gente quería oírlo. A fin de cuentas tenían delante a un premio Nobel, al líder victorioso de las leyes de derechos civiles y votos. Aunque su amigo, el pastor Abernathy, tras su asesinato dijera que “podían matar al soñador, pero no al sueño”, ver al soñador era algo apetecible. Al pie de los 40 años, tras quince de activismo público, al recordar sus logros, Luther King se muestra confesando que había querido cumplir la voluntad de Dios. Como estuvo a punto de morir tras una agresión años atrás, y se comentó que fue tal la linde que un solo estornudo hubiera acabado con su vida, repartió pasos de su actividad, dando gracias a Dios por no haber estornudado. Mostró, pues, los logros, “sus” logros, pero con un horizonte de que era el pueblo quien avanzaba. La idea de avanzar, de progresar, de llegar a la tierra prometida, eran figuras comunes en el evangelio social. Agradeció la presentación que hizo su “íntimo amigo y colega, el mejor amigo que ha tenido en el mundo”, el pastor Ralph Abernathy (quien lo acompañó en sus últimos momentos). Se alegraba de estar con la compañía de pastores como James Lawson (de la iglesia metodista donde se celebraba la reunión o culto), Samuel Billy Kyles, Jesse Jackson, y otros que no predicaban un evangelio de vestiduras blancas en el cielo, sino de ropas y zapatos para la tierra. (La nueva ciudad de Apocalipsis para el evangelio social era la nueva ciudad de una humanidad ideal, en comunión y progreso, donde comen juntas todas las religiones o filosofías que son motores de la evolución. La única excomulgada es la cruz del Calvario.) Con un lenguaje atractivo y motivador, puso delante de la audiencia el gran poder del que disponían, si lo sabían usar en unidad. No comprar marcas y productos determinados (se daban los nombres), sacar los dineros de unos bancos y meterlos en otros, tomar los seguros de unas compañías y boicotear otras, etc. Esa era la manera no violenta de decirles a las estructuras pecaminosas opresivas que tenían que dejar ir libres a los hijos de Dios, que en este caso eran los trabajadores sanitarios. (La táctica de la no violencia la copió de Gandhi, y éste la tomó de otro americano, que hoy se calificaría como un anarcoecologista, Henry David Thoreau, La desobediencia civil, 1849.) Explicó cómo el faraón quiso mantener a los esclavos sometidos por medio de dividirlos. Pero cuando se unieron los tuvo que dejar libres, pues unidos tenían un poder que no podía ser frenado por la estructura opresiva. La unidad era la clave; “cuando los esclavos se unieron, empezó el final de la esclavitud”. No busquen el relato así en la Biblia; ahora resulta que el extraordinario episodio, la acción específica de Dios en esa parte de la Historia, ese acto por el que será reconocido como “su” Dios, y por tanto, como el que tiene el derecho de darle sus leyes, no era obrado por Dios, sino por el pueblo, con su unidad. No es extraño que de esta manera, el pueblo sea el que le de las leyes a Dios para que le obedezca según su voluntad; voluntad que, encima, evoluciona, cada vez es mejor. Terminó con la imagen de estar subido en lo alto del monte, contemplando la tierra prometida. Y con la experiencia de que no importaba lo que le pasara a su vida, pues había visto la gloria de la venida del Señor. Yo no sé realmente en qué pensaba y qué quería decir con “he visto la venida del Señor”. Antes había explicado cómo veía que algo estaba pasando en el mundo, que en muchos lugares gritaban “queremos ser libres”, y en su evangelio “ser libres” no significa “comprados por la sangre de Cristo”, es otro cosa más social. Legítima, que tenemos el deber de luchar por ella, donde debemos aplicar el principio (tan recurrente en sus discursos, y que reitera en éste) del samaritano: no qué me pasará a mí si acudo, sino qué le pasará al herido si no acudo. Todo es correcto y social, pero creo que eso no se debe confundir con la simiente que permanece para siempre; es muy buena, pero flor de la hierba. No entro en la clase de su experiencia religiosa; Dios es misericordioso. Pero esa imagen de subir al monte y contemplar, la empleó en el inicio del sermón, y mostró que no quería quedarse en un lugar parado, sino seguir, y estar donde hoy estaba. Pero ese monte imaginario era variado. Empezó con la imagen de Egipto y el pueblo rescatado, con el paso del mar, el desierto y la tierra prometida. Luego estaría en Grecia, en el monte Olimpo, “contemplando a Platón, Aristóteles, Sócrates, Eurípides y Aristófanes reunidos en torno al Partenón, viendo cómo discutían sobre los grandes y eternos temas de la realidad”. Luego podía sentirse en “el apogeo del Imperio Romano, y ver su desarrollo”, o en el Renacimiento, o en la Reforma, con el personaje de quien lleva el nombre, o con Lincoln, o con el líder que ante la bancarrota de la nación dijo que “no debemos temer a nada sino al propio miedo”. Pero él no quería quedarse en esos momentos de la Historia, quería estar en su tiempo. Al otro día lo asesinaron. Su autoría queda en la sombra, aunque murió en la cárcel un acusado del crimen. Tal vez en el futuro se sepan más cosas. Para el futuro, el 2027, queda también la liberación de secreto sobre documentos que el gobierno tomó de sus actividades. Si se quería establecer un día nacional de Derechos Civiles con su nombre, esas grabaciones no se podían hacer públicas. ¿Por qué? No sabemos; son secretas. Pero sí conocemos que algunos de los involucrados afirmaron públicamente que de catorce, solo una tenía causas de las que se quería acusar a King: relación con personas o grupos comunistas; el resto son de situaciones extramatrimoniales (así se suele comentar esto). El pastor Ralph Abernathy, que ya conocemos como el mejor amigo de Luther King, que estuvo con él desde sus comienzos en Montgomery, y le acompañó hasta los últimos minutos de su vida, escribió su autobiografía, And the Wall Came Tumbling (1989). Según su testimonio, y eso fue motivo de discusiones e investigaciones variadas, Luther King pasó la noche anterior a su asesinato con dos prostitutas, y discutió con una tercera. Lo presentó como algo que no tenía importancia, simplemente indicando algo natural en su amigo y colega, que mostraba su personalidad, pero que no suponía ningún mal, pues ya sabemos que el mal, el pecado, es social; y King claramente estaba en contra de esos pecados. Su vida extramarital era algo natural en un hombre joven, que viajaba tanto, y que tenía tanto peso y responsabilidad sobre sus hombros. Vaya, que esa situación tan habitual no se hubiera producido si no es porque el personaje era un líder luchador, y tenía que desahogarse. Que Luther King fue un gran profeta, vale. Pero todo profeta que tenga un sueño, que cuente el sueño, pero que no diga (en este caso, que otros digan) que eso es Palabra del Señor. La Iglesia no puede ser relevante con un evangelio relevante. El Evangelio es poder de Dios, los hombres buscan la gloria que viene de ellos mismos. Que el pastor King fue un instrumento para lograr derechos civiles, claro que sí. Pero eso no lo convierte en modelo de pastor, ni modelo de cristiano, al menos no con el Evangelio en el que creo. Gracias a este diario por su espacio de libertad. Con todos caminando con nuestras llagas, nuestras miserias, pero con la verdad escrita en la Biblia. El Evangelio cambia al hombre, no pretendamos cambiar al Evangelio para dejar al hombre en su muerte, aunque sea con todos los derechos sobre su tumba.

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