Dios ya tiene el mejor Plan

El Señor espera de nosotros obediencia a sus mandatos de amor. Nuestra obediencia se hace visible cuando le adoramos y servimos con gozo, pensando en agradarle sólo a Él, en el lugar donde estemos.

29 DE JUNIO DE 2012 · 22:00

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“Si Dios no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Dios no guardare la ciudad, en vano vela la guardia.”Salmo 127:1
ADORACIÓN A DIOS Y LUGARES DE CULTO EN ISRAEL Entre el período Antiguo y la etapa que comenzaremos a estudiar hay un contexto geográfico-cultural que conviene repasar brevemente, pues en él actuará Israel como pueblo testimonial de Dios a las naciones. Recordemos que toda obra necesita de un plan y de agentes adecuados para llevarlo a cabo. Dos generaciones antes de que Jacob fuese llamado Israel por Dios, Abram - quien sería su abuelo y era conocido como “el hebreo” (1) - es enterado de la abducción sufrida por su sobrino Lot a manos del poderoso Quedorlaomer, a la sazón un temible guerrero que había devastado la tierra de entonces incluidos todos los vecinos de Abram; éste, con 318 varones de su casa, acude a rescatar a su pariente. El relato culmina con la liberación de Lot, la derrota de Quedorlaomer y la misteriosa aparición de Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, quien bendice a Abram, introduce una categoría de sacerdocio sin precedentes y dos símbolos materiales: pan y vino; respectivamente, ellos son figuras del Mesías prometido a Israel y del memorial de su obra redentora a ser instituido por él. Notemos dos detalles de importanciaque se mencionan al final de esta historia: (2) El primero nos muestra a Abram dando a Melquisedec el diezmo de todo lo conquistado, como respuesta visible a la bendición. El Altísimo le envía un mensajero que es, él mismo, el mensaje. No solo viene a confirmarle la aprobación divina a su generosa y abnegada misión; también es un encuentro profético pues prefigura al Cristo de Dios que vendría a redimir al mundo y ser las primicias en todo. El segundo, como contraparte, muestra al rey de Sodoma quien, en el mismo lugar de culto e ignorando a Melquisedec, ofrece a Abram celebrar un pacto entre ellos. Este es el típico obrar de hombres que niegan la autoridad divina y se creen con derechos a negociar las bendiciones ajenas como propias. Resumidos, estos hechos revelan la fe y conocimiento de Abram respecto de Dios y de su Plan eterno, frente a la prueba; y respecto de los paganos, a la hora de sellar la paz. Fe y conocimiento le guiaban a actuar con sabiduría. Abram no actuaba condicionado bajo ninguna circunstancia, sea esta adversa o beneficiosa. Para adorar y servir a Dios, cualquier ocasión y lugar le eran propicios. A pesar del error Abram no fue llamado a engaño. Los años pasan y Abram sobrevive a hambrunas y dificultades, en su constante peregrinar desde Ur de los caldeos, pasando por Egipto, rumbo a la tierra prometida. El cumplimiento de la promesa de Dios de darle una descendencia incontable parecía no llegar nunca. Pero, Abram confiaba y esperaba. Sarai, su fiel esposa, seguramente contaba los días, semanas, meses y años sin que el milagro ocurriese. Y su ansiedad e impaciencia alimentaron en ella una solución: Abram tendría el hijo con su sierva, Agar. Trece años después de esta otra típica decisión humana, y del nacimiento de Ismael, llegaría el tiempo de Dios precedido por varios anuncios tanto sobrenaturales como confirmatorios de la promesa y que Dios lleva a cabo mediante un pacto eterno con Abram, a quien le dice: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto (...) En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones(…) Mas yo estableceré mi pacto con Isaac, el que Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene. Y acabó de hablar con él, y subió Dios de estar con Abraham.(3) Dios cambia los nombres de Sarai y Abram para que, en adelante recuerden el propósito que les tiene reservado: ser progenitores de un pueblo terrenal escogido para dar testimonio del Dios eterno. El pacto comienza a cumplirse con la obediencia al mandato divino y la circuncisión de todos los varones. Es sabido que las naciones vecinas sacrificaban a sus primogénitos y los enterraban debajo de las casas para protección familiar. Dios impidió el sacrificio de Isaac no sólo para prefigurar el sacrificio expiatorio de Cristo, sino también para impedir que Israel practicase aquel cruel ritual pagano. La confianza de Abraham no era algo descarnado ni extático. Los roles de padre, esposo, jefe de una enorme tribu y próspero hacendado los ejercía con plena confianza en Dios; esto le otorgaba un dominio propio que equilibraba sus emociones, sus pensamientos y sus decisiones. Ese carácter le era reforzado no solo cuando agradecía por la provisión de un Dios que le era real; sino cuando estaba atento para escuchar de Él lo que debería hacer para agradarle. Abraham actuaba por fe, no por vista. Era una relación de ida y vuelta. No había dos monólogos antropocéntricos como “Dios me lo dijo” o “Yo le pedí a Dios”. Había un diálogo. Una conversación en la que Uno instruía y ordenaba (Dios ponía el orden) y el otro respondía con obediencia práctica y adoración constante (Abraham obraba en orden). Este pacto es de Dios, no del hombre; es una iniciativa divina, de naturaleza teocéntrica; por lo tanto es eterno, invariable y perfecto. En el pacto divino, lo invisible de Dios se haría visible en Abraham, el hombre escogido para obedecer aportando lo visible y temporal, lo físico y complementario. Como vemos es un pacto donde sólo cuentan los tiempos de Dios. Por esa razón, no se entiende el entusiasmo de muchos que insisten hoy desde el púlpito: “haz un pacto con Dios”, como si ello fuese necesario (o tan siquiera factible), y aseguran que Dios responderá en forma inmediata. Los pueblos vecinos a lo que luego sería Israel tenían maneras de adorar semejantes a la de los hebreos. Usaban corderos para holocaustos como protección contra calamidades, y ofrendaban las primicias de sus cosechas para asegurar la fertilidad del suelo. Pero con ello aspiraban a satisfacciones temporales que premiasen su ambición. Dios siempre advirtió a Israel acerca de los peligros de contaminarse con la asimilación de costumbres y ritos propios de los pueblos que Él les permitiría conquistar; se lo repitió vez tras vez mucho antes de ocupar la tierra prometida, como veremos más adelante. LA OBEDIENCIA Y EL SACRIFICIO Un año después del pacto, Isaac nace en el tiempo anunciado por Dios y cuando aún era niño, su padre enfrentará la prueba más difícil de todas: a pesar de haberlo recibido de manera milagrosa y criado con genuino amor paterno, debía ofrecerlo en sacrificio. Lejos de entrar en confusión o de repetirse hasta el cansancio “¿por qué justo a mí?” Abraham obedeció al pie de la letra con el mandato divino, e Isaac aprendió que la confianza de su padre (“Dios proveerá”)(4) provenía de un hombre plenamente entregado al Creador y Sustentador de todo. Padre e hijo comprobaron que lo primero que necesita el ser humano es creer y esperar en Dios. Sólo Su fidelidad permite al creyente vivir en paz con Dios, con sus semejantes, con los suyos y consigo mismo, en cualquier circunstancia de la vida. No faltan los que repiten aquella frase como muletilla fuera de todo contexto; como un “abracadabra” que les traerá la calculada “bendición”. Lo expresan como conjuro y esperan un bien como recompensa. Y como no les dé resultado se desmoronan preguntándose por qué Dios tarda tanto en responderles. La historia bíblica enseña que había de transcurrir mucho tiempo antes de que Israel tomase posesión de Canaán. Dios planificó que llegue a esa instancia pasando previamente por cuatrocientos treinta años de dura esclavitud en Egipto. (5) Mucho tiempo es, podríamos pensar, para aprender que Dios tiene poder para liberar de mano de los poderosos a todos los que Él ama: los que le adoran y sirven sólo a Él. Y fueron necesarios otros cuarenta años de vagar en el desierto de este pueblo quejoso que seguía multiplicándose, antes de que avizorase la tierra prometida “de la que fluyen leche y miel”.(6) El pacto de Dios con Abraham no habría de terminar con la Ley divina dada por Dios a Israel por medio de Moisés. (7) Hay una secuencia coherente e indestructible en el plan divino de hacerse para sí una familia. Su Plan es Cristo-céntrico; nada hay en él que no apunte a Jesucristo o no sea perfeccionado a partir de Él. Por eso, próximamente analizaremos en mayor detalle los lugares de culto en el período israelita del AT, recordando que aquellos eran peregrinos en busca de la tierra prometida. Por nuestra parte, al continuar con esta serie, haríamos muy bien en tener siempre presentes las inspiradas palabras del apóstol Pedro cuando nos habla como a peregrinos y extranjeros en la tierra: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.”(8) El Señor espera de nosotros obediencia a sus mandatos de amor. Nuestra obediencia se hace visible cuando le adoramos y servimos con gozo, pensando en agradarle sólo a Él, en el lugar donde estemos. Él lo ha planificado todo para que no nos falte nada, nunca. Podemos confiar pues Él es quien planifica. Seguiremos con la serie La iglesia y los lugares de culto (4) en nuestra próxima nota: Dios es el constructor, si Él así lo permite. 1 Génesis 14:13 2Génesis 14:17-24 3 Génesis 17 (sugiero leer todo este capítulo que es una verdadera joya de la literatura bíblica) 4 Génesis 22:8,14 5 Éxodo 12:40 6 Números 14:33; Éxodo 3; 8, 17. También es muy interesante este reciente artículo: http://www.cbn.com/mundocristiano/Israel/2011/October/Israel-Tierra-de-Leche-y-Miel-una-profecia-cumplida/ 7Gálatas 3:17 81ª Pedro 2:9-10

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