El último virreinato

La grandeza y excelencia incomodan. Como la de Bolívar,

24 DE FEBRERO DE 2012 · 23:00

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6 de Agosto 1824 Junín - General Sucre. - Diga usted, Libertador. - La oportunidad que yo esperaba se ha presentado. El general español Pedro Olañeta y su ejército de cuatro mil hombres desconoce la autoridad del Virrey. Por mucho tiempo Olañeta ha gobernado el Alto Perú y resiente la autoridad de la Serna. Ya el Virrey no tiene doce mil soldados, como tenía antes, sino apenas ocho mil, que luchan contra los otros cuatro. ¡Llegó la hora! A cuatro mil metros de altura la batalla se prometía extenuante. La llanura inmensa veía perderse su aridez al tocar el cielo y ellos, armados con espadas y lanzas, estaban sedientos de justicia. Sucre, al frente de la infantería, sentía su pecho henchido del espíritu independentista del que se empapó en la adolescencia. En aquel instante fugaz, repleto de la tensión previa a la lucha, una imagen pasó por su frente. Era la suya, apenas con quince años, alistándose en el mismo Ejército Realista contra el que ahora luchaba. Afortunadamente el General que le recibió, Francisco de Miranda, también se sublevaría contra el rey, con poca fortuna, pero abriendo su alma a ideas nuevas de libertad. Nadie recordaba ya los nobles orígenes de Sucre, que él se había hecho perdonar a base de esfuerzo y bravura. Su padre belga, hijo del Marqués de Preux, y su madre española, Buenaventura Carolina Isabel Garrido y Pardo, nada tenían que ver con su propia visión de una América independiente y unida. - ¡A la carga!- gritó Bolivar a su lado, rompiendo sus evocaciones. La batalla tan solo duró cuarenta y cinco minutos, pero uno a uno se sudó hasta la victoria. Las lanzas de los llaneros grancolombianos brillaban bajo el cielo andino con el fulgor de un pueblo entregado a la causa. Ni un disparo siquiera tronó entre ellos, se libró como caballeros, frente a frente hasta salpicarse la sangre, hallando en los ojos ajenos la muerte inminente. No fue solo un triunfo más, sino que se tornó en el aliento decisivo para continuar hacia delante. Ya quedaba menos, los reductos virreinales desaparecían como la neblina altiplánica, al tronar de la marcha de Bolivar y Sucre. - ¿Recuerdas nuestra primera batalla? – Preguntó Bolivar levantando la copa. - Por supuesto Libertador – respondió Sucre orgulloso – En la toma de Valencia, al mando de Miranda ¡Por Dios, qué energía tenía el viejo! Bolivar rió, siempre hallaba sus charlas entretenidísimas. - Yo, con dieciséis años – Continuó Sucre.- Apenas me enteraba al inicio, recién nombrado oficial. - El valor no sabe de graduaciones, Antonio. Íbamos a la par, aunque yo ya fuera coronel.- Reconoció Bolivar. - Tomamos la ciudad ¡Y lo que nos queda por luchar, Libertador! - Lo que nos queda por luchar… *** 9 Diciembre 1824 Ayacucho Canterac observaba la Pampa de la Quinua consciente de que su Virreinato, el del Perú, era el último que seguía en pie en Sudamérica. Había mandado a la División de la Vanguardia a rodear al enemigo cruzando el río Pampas. El resto del Ejército Realista tenía la orden de descender frontalmente desde el cerro Condorcunca. Canterac supo entonces que estaban desguarnecidos, con sus defensas abandonadas y la esperanza puesta al completo en un ataque que, de no prosperar, les borraría de la faz de la tierra. - ¿Estamos listos? – El Virrey La Serna se colocó a su lado observando también la planicie. - Sí, Señor. Lucharemos con todo el ímpetu que nos permitan las fuerzas en nombre de la Corona Española y su vasto imperio. Ambos intuían el desaliento tras el duro golpe asestado en Junín. Los malditos independentistas eran más fuertes de lo que jamás habrían imaginado, las tierras perdidas innumerables y las capitulaciones trágicamente frecuentes. Canterac bebió un trago de whisky de su petaca de plata y suspiró. El Virrey ya caminaba hacia las tropas, no había vuelta atrás. Al otro lado de la llanura, Antonio José de Sucre arengaba a sus hombres. - ¡Soldados! De los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia. ¡Soldados! ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolivar, Salvador del Perú! El grito enfurecido de respuesta retumbó en la tierra yerma, desatando las imparables fuerzas que imprime la venganza. Su éxito fue rápido y rotundo. A la una de la tarde, el Virrey La Serna había sido apresado y se hallaba derrumbado ante un Sucre satisfecho. - Mi espada, Mariscal…- entregó el Virrey como símbolo de derrota, mareado por la pérdida de sangre. - Honor al vencido. Que continúe en manos del valiente.- Respondió Sucre.- Pronto comenzará la capitulación y podrá regresar a España, su tierra, dejándonos aquí la nuestra. En La Serna la envidia y el odio se mezclaron al tiempo. Halló gallardo a su oponente, pero traidor a sus orígenes y a la tierra de su madre. Sucre solo le concedió una mirada más de soslayo. *** 9 de Julio 1825 Alto Perú. - Mariscal Sucre, General en Jefe por el Congreso de Colombia y Gran Mariscal de Ayacucho por el Congreso del Perú. Los aplausos ensordecedores llenaron la Casa de la Libertad a la entrada de Antonio José. Algunos de los diputados de las cinco provincias altoperuanas incluso se pusieron en pié, reconociendo el valor que a ellos les faltaba. - Gracias, pueden tomar asiento. Lo que hoy discutiremos aquí es de vital importancia para el devenir de nuestras naciones. Algunos de ustedes han expresado claramente su anhelo de independencia absoluta, no solo con relación a España, sino también con referencia a las Provincias Unidas del Río de la Plata y al Perú. Cuentan con el apoyo del Congreso General Constituyente de Buenos Aires, y también con el del Perú. Tienen la palabra. José Mariano Serrano carraspeó y exclamó a viva voz: - El mundo sabe que el Alto Perú ha sido en el continente de América, el ara donde se vertió la primera sangre de los libres y la tierra donde existe la tumba del último de los tiranos. Los departamentos del Alto Perú, protestan a la faz de la tierra entera, que su resolución irrevocable es gobernarse por sí mismos. Entre los asistentes vibraba una nueva emoción, ajena a las luchas encarnizadas previas a aquel momento, era el nerviosismo de un parto, de la vida incipiente. Siete representantes de Charcas, catorce de Potosí, doce por La Paz, trece por Cochabamba y dos por Santa Cruz. Una nueva nación acababa de nacer: Bolivia. Sería una república soberana, gobernada por los hijos de los andes, de los valles y del trópico, unidos en el corazón de Sudamérica. El acta de independencia fue fechada el 6 de Agosto de 1825 en honor a la batalla de Junín. Y su nombre, quería ser más que un homenaje al Libertador, al gestor, padre y artífice de todo. Surgieron otros nombres para el bautizo del país, pero las palabras de Manuel Martín Cruz resultaron concluyentes: - Si de Rómulo, Roma; de Bolivar, Bolivia. *** La Paz 18 de Agosto 1825 La calle, abarrotada, estallaba en vítores al Libertador. A su lado, Antonio José se sentía insignificante, demasiado joven aún, con una visión prestada, aunque la sintiese como suya. La ciudad de La Paz se había paralizado, nadie quería perder la oportunidad de ver con sus propios ojos al prócer, magnificado por la leyenda. Lo habían imaginado enorme y feroz, con músculos de acero y ojos de trueno. Pero le hallaron de rostro ajado por la batalla, con una mezcla de arrogancia y cercanía que nadie podía describir. Entraron los patriotas en el Palacio de Gobierno, apenas escuchándose la voz por el rumor de la muchedumbre. Dentro, en uno de los despachos recién construidos, la puerta se cerró tras ellos y quedaron solos. - Libertador, nos esperan varios actos, todos están ansiosos por homenajearle. Le pongo en sobre aviso de que hoy le nombrarán Padre de la República y Jefe Supremo del Estado. - Nombramiento que declinaré.- Respondió escueto Simón Bolívar.- Tú debes ser su presidente Antonio, al fin y al cabo por ti se ha dado la creación de Bolivia. Una sensación espesa flotaba entre ellos, como la tensión de lo no resuelto. - No quise desautorizarte en aquel momento Antonio, pero conocías mi desacuerdo – La catarsis del Libertador llegó al fin, tras el telón de la cortesía. - Señor, las provincias alto peruanas tenían la determinación y yo… - Creo que olvidas que Bolivia se sitúa en el centro de Sudamérica, la estamos condenando a ser una nación acosada que afrontará guerra tras guerra- Vaticinó.- Además, tenemos que defender los intereses de la Gran Colombia. Después de esta nueva independencia, la Real Audiencia de Quito podría pretender el mismo trato. La espiral de fragmentaciones está peligrosamente cerca.- Bolivar se asomó a la ventana y vio de nuevo al gentío pletórico. - Confiemos en que nuestros hermanos perseverarán en nuestros ideales primeros, Libertador.- Sucre sudaba y se cogía las manos en la espalda para no temblar. - ¿Confiar en el hombre? Esa sí que es una dura empresa. Sin embargo, el clamor de este pueblo ha llegado a mi corazón. Estos nuevos bolivianos parecen convencidos de pertenecer a su país. Continuemos por la línea que les trazaste y, por lo demás, encomendémonos a las manos de Dios. El trago de ron tuvo un sabor agridulce para ambos. *** 18 de Abril 1828 Chuquisaca La sangre salía a borbotones de los orificios abiertos. Antonio José se sentía desvanecer mientras afuera reinaba el caos. La ciudad blanca se había cubierto del humo de los disparos y los gritos de las gentes desorientadas. - Mi amor, llegó el doctor.- La Marquesa de Solanda tenía sus vestidos rasgados. - Fueron superficiales, de haberlo alcanzado unos centímetros más a la derecha, le habíamos tenido que sacar con los pies por delante.- Las gasas quedaban empapadas de grana. - Por Dios doctor, no diga eso.- La Marquesa se sentó agotada. Antonio José se dejaba curar, besar y mover, sin hablar ni corresponder. Atónito como estaba ante la embestida de los peruanos reticentes a la independencia de Bolivia. El gran sueño se resquebrajaba ante sus ojos y, los que un día fueron sus compañeros de quimera, hoy eran enemigos en la cruel realidad. Habían sido dos años pletóricos, repletos de leyes progresistas. Mientras le cosían las heridas, Antonio José apretó los dientes y se concentró en la división política que había implantado en Bolivia para distraer el dolor. Recordó los programas de recuperación económica y el impulso a la educación. “Persuadido de que un pueblo no puede ser libre, si la sociedad que lo compone no conoce sus deberes y derechos, he consagrado un cuidado especial a la ecuación pública.” Dijo un día, muy lejano a aquel, cuando todavía confiaba en un futuro prometedor. Cuando el médico hubo abandonado el despacho, Antonio José se incorporó en la alfombra con dificultad y llamó: - Mariana, ven acá. - Mi amor, no hagas esfuerzos. Aún estás muy pálido. - Escúchame con atención, voy a dimitir.- Su voz se escapaba débil entre los labios resecos. - Pero si eres presidente vitalicio.- Ella se sorprendió de verlo tan derrotado. - Pues ya no lo seré más. No quiero estas rencillas, si no me voy, jamás volverá la paz a Bolivia. La lucha por el buen establecimiento de las nuevas repúblicas se puede continuar desde Bogotá. - Como desees. A ella, que los títulos nobiliarios le pesaban más que las joyas, nunca se le había pedido su opinión. Se limpió la sangre de su esposo en un retal blanco de su forro y miró la calle a través del cristal roto. Las masas empezaban a disgregarse. Ella solo quiso sentirse amada, desde siempre lo quiso. Aunque intuía la presencia de otra mujer, tal vez oculta en las ausencias de las batallas, no le importaba mientras ella fuera la primera. Todo con tal de no perderlo, aún a costa de tener que compartirlo. Sentía entonces que su corta vida había dado tantos vuelcos, tan rápidos y repentinos, que ya le había perdido el hilo a sus sueños, si es que alguna vez los albergó. - Mariana, ven acá.- Volvió a llamar. *** 10 Julio 1829 - Ha sido una niña, caballero. Sucre sonrió y entró en el dormitorio. Dentro, el aire olía a vida, a fluidos flotantes y a piel recién estrenada. En la cama, Mariana Carcelén y Larrea, Marquesa de Solanda, miraba a su marido con los ojos entreabiertos. - Pasa mi amor, mira a tu hija qué bella. - Nuestra Teresa Sucre y Carcelén.- Exclamó pletórico su padre. Le daba reparo sujetar en sus manos a la criatura, no fuera a ser que la dejase caer. Aún arrugada y cubierta de sangre, la envolvía una toquilla blanca. Se miraron por primera vez a los ojos y se hallaron conocidos. Poco después Antonio José salió al pasillo y se apoyó en la balconada de madera que daba al patio interior. Recordó entonces a Rosalía Cortes y al hijo que ésta le había dado allá en La Paz. El pequeño José María, que ya tenía tres años. Su corazón estaba dividido y su gozo en suspenso. Rosalía no era Marquesa y sus manos estaban encallecidas por el trabajo arduo y la resignación, pero era una independentista nata, escogida por él, amada en secreto. Teresita lloraba en el interior de su alcoba, ajena aún a todo. La niña solo viviría dos años, uno más de lo que vivió Antonio José, al que le acechaba la muerte más de cerca de lo que intuía. *** 1 Junio 1830 Ecuador Un rumor susurrado, una traición. Juan José Flores, compañero independentista. La envidia es cruel, pero más lo son las ansias de poder. Solo un rumor, trascendental, no probado. Los engaños no se pueden probar, menos aún si provienen del que creíamos amigo. Flores anhelaba la presidencia de Ecuador, mandar en Quito como manda un padre a sus hijos naturales, nacidos del sacrificio. Si Sucre se hubiese asentado con Mariana, noble y quiteña, en el país de sus deseos, él jamás habría llegado a la presidencia. Al Mariscal Sucre todos le amaban, pensaban que se lo merecía. Solo había una forma de evitarlo, desenraizándole de esta tierra. Un rumor susurrado, una traición. Aquel mismo día, el periódico El Demócrata vaticinó lo que muchos estaban tejiendo en secreto. La tinta corría y sus palabras se llenaban de tragedia, repletas de un odio extraño hacia Antonio José “Acabamos de saber con asombro, por cartas que hemos recibido del correo del Sur, que el general Antonio José de Sucre va a salir de Bogotá. Las cartas del sur aseguran también que este general marchará sobre la provincia de Pasto para atacarla, pero el valeroso general José María Obando, amigo y sostenedor firme del Gobierno y de la libertad, corre igualmente al encuentro de aquel caudillo y en auxilio de los invencibles pastusos. Puede que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar.” Y es que en la Gran Colombia ya se habían cansado de la visión política de Bolivar y de la unidad. Eso estuvo bien, mientras les sirvió para deshacerse de los españoles, pero ante la idea de un país propio, la división era más que tentadora. Sucre, como mano derecha del Libertador, también les sobraba. Fueron ellos, quizás antes que Flores, los artífices del asesinato, por lo que lo culminaron primero, aunque estuviera en los planes de muchos. *** Horas más tarde, el mismo día. - Mariscal Sucre, se precisa su presencia en los departamentos separatistas del Ecuador. Obando acecha junto al ejército de Pastusos para robarle a nuestra Gran Colombia su parte ecuatorial. - Libertamos Pasto en la batalla de Pichincha.- Antonio José continuaba mirando un gran retrato de Bolivar sin inmutarse.- Fue el veinticuatro de mayo de 1822, lo recuerdo como si fuese ayer. Melchor de Aymerich mandaba a sus hombres en pequeños batallones, por entre las laderas de aquel empinado volcán, y nosotros los recibíamos hasta darles a todos muerte. - Debió ser un valeroso enfrentamiento.- El soldado estaba impaciente, afuera el calor húmedo crecía por momentos.- pero la urgencia es… - Quito es una ciudad especial.- Interrumpió Sucre, aún enfrascado y ajeno al pasar del tiempo.- Sería insólito pensar que los mismos que vieron comenzar la independencia, ahora se vuelvan contra quienes les libertaron… - Es más Mariscal.- Al soldado le caían gruesos goterones de sudor por la frente.- Avisan de que la incursión entraña un gran peligro, se sugiere que tome usted fuertes medidas de seguridad. - ¿Contra quién? Dígame soldado.- Pareció como si acabase de advertir su presencia y ya no pensase en alto.- ¿Contra nuestros hermanos y compatriotas? Si no respetasen mi figura, ya no habría nada que hacer, ni por mí, ni por nadie. *** 4 de Junio de 1830 Bogotá Apolinar Morillo, venezolano, Andrés Rodríguez y Juan Cruz, peruanos, y Juan Gregorio Rodríguez, colombiano; hijos todos de la gran patria Grancolombiana que se fragmentaría en tres repúblicas aquel mismo año, contratados por el general José María Obando. Allí estaban escondidos, en el sendero estrecho a Cabuyal, en las montañas de Berruecos, camino a Pasto. - Oigo algo.- Exclamó Apolinar parapetado con su arma sobre un risco.- Le llamas y le matas. - Sí, ahí llegan. ¡General Sucre!- gritó. Al darse la vuelta Antonio José, dos balazos le atravesaron el corazón. Cayeron sin vida sus treinta y cinco años, sus sueños infinitos y sus dos amores. Cayó la paternidad de sus dos hijos, la responsabilidad de un guerrero y la visión de un político. Los añicos de su cuerpo se convirtieron en los trozos disueltos de una gran aspiración. Cuando la noticia llegó a Bolivar, exclamó: - Se ha derramado, Dios excelso, la sangre del inocente Abel… la bala que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida. La mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío… Y es que en la sangre de Sucre estaba escrito su funesto destino. Si hubiese ido por Buenaventura, el general Pedro Murgueitio le habría dado muerte. En Panamá acechaba el general Tomás Herrera y desde Neiva lo vigilaba el general José Hilario López. La grandeza y excelencia incomodan. Como la de Bolívar, desterrado del país que él formó, fallecido en Santa Ana el mismo año. No por disparos, sino por la pura decepción.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ojo de pez - El último virreinato