Espíritu Santo y misión cristiana: aprender de los padres

En nuestro artículo anterior tomado del libro Tiempo de Misión señalábamos que en la segunda mitad del siglo veinte se redescubrió la importancia de reconocer la presencia y poder del Espíritu Santo en la misión cristiana, dice Samuel Escobar.

13 DE AGOSTO DE 2010 · 22:00

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Tiempo de Misión (II)

Vinculamos también este redescubrimiento teológico con el vigor del movimiento pentecostal que ha crecido mucho en América Latina lo mismo que en España. Planteamos también la necesidad de recuperar la memoria histórica recordando que el gran movimiento misionero protestante no salió del protestantismo clásico del siglo 16 sino del seno del Pietismo alemán, el movimiento moravo vinculado con el Conde Zinzendorf (1700-1760), y los avivamientos en el mundo de habla inglesa, especialmente el vinculado a Juan Wesley (1703-1791). Una nota común a todos estos movimientos es que daban gran importancia al Espíritu Santo y su poder. Lutero, Calvino o los Anabautistas son nuestros abuelos en la fe y de ellos hay mucho que aprender. Pero en lo que se refiere a la misión hemos de reconocer que no conocemos bien las lecciones que podemos aprender de nuestros padres más inmediatos. APRENDIENDO DE LOS PADRES En pleno siglo 21 nos encontramos ya con un vigoroso movimiento misionero evangélico que sale de la América Latina y está participando en la misión en un nivel global. Estadísticas compiladas recientemente dan cuenta de que en el año 2006 había ya 9,625 misioneros latinoamericanos agrupados en unas 641 agencias misioneras.(1) ¿Qué utilidad puede tener para ellos el ejercicio de conciencia histórica que aquí hemos propuesto? Este vigor misionero latinoamericano reconoce la necesidad de dirección misiológica y de modelos viables. ¿Podemos aprender de nuestros padres? Hoy los misionólogos evangélicos latinoamericanos han avanzado en la comprensión de este proceso y sus consecuencias para la misión cristiana. Así lo vemos en un sustancioso trabajo de Valdir Steuernagel sobre modelos históricos de obediencia misionera. Este misionólogo brasileño examina e interpreta teológicamente varios modelos de misión que se han dado a través de la historia empezando en la época de Juliano el Apóstata, pasando por Francisco de Asís y llegando a los Hermanos Moravos. Nos recuerda la conversación entre Jesús y Nicodemo en el tercer capítulo del Evangelio de Juan, y la analogía del viento que Jesús usa como símbolo del soplo del Espíritu Santo (Juan 3:8), y luego afirma: "La misión comprendida en lenguaje neumatológico es un solo acto con dos facetas. Es primero percibir el soplo del Espíritu y su dirección. Y después es correr en la dirección hacia la cual el Espíritu está soplando."(2) Así pues, se trata de un doble movimiento en la vida de la Iglesia: primero mirar los hechos que se están dando y discernir en ellos la acción del Espíritu, y segundo, en un acto de obediencia echarse a andar en la dirección que el Espíritu señala. Para Steuernagel éste es un acto "siempre arriesgado y ambiguo, pues toda interpretación humana de la voluntad de Dios es limitada,y toda obediencia está contaminada por la historia y la realidad de nuestro pecado."(3) El discernimiento del soplo del Espíritu requiere una apertura y sensibilidad para reconocer que detrás de algunos hechos que aparecen como algo nuevo e inusitado puede estar la fuerza y el vigor del Espíritu Santo. El acto de obediencia demanda creatividad para forjar estructuras nuevas que sirvan como vehículos de acción misionera obediente en cada momento histórico. ¿Cuáles son, entonces, algunas de las lecciones sobre la misión que podemos aprender de estos parientes cercanos nuestros? Voy a limitarme a resumir algunos puntos del trabajo seminal de Steuernagel.(4) La práctica misionera de los moravos fue la práctica de toda una comunidad que por la experiencia del sufrimiento y el exilio había alcanzado cohesión interna y estaba altamente motivada. En proporción a su tamaño envió un número inusitado de misioneros. Fue una práctica que respondió al llamado de los lugares difíciles que demandaban una inserción encarnacional y costosa. Fue una práctica respaldada por una teología en la cual el Espíritu Santo ocupaba un papel central, pero esta teología buscó expresarse en términos comprensibles y sencillos más bien que en las categorías clásicas del pensamiento griego. El Conde Zinzendorf, uno de los guías de la comunidad morava, hablaba de la Trinidad como de una familia, y tomando en cuenta un estudio cuidadoso del propio vocabulario bíblico hablaba del Espíritu Santo como de una madre. Aunque había en los moravos el énfasis en la salvación personal propio del pietismo, había también un fuerte sentido de la comunidad cuyo consejo y decisión eran tomados en cuenta y aceptados por los misioneros. Había una confianza firme en la presencia preparatoria del Espíritu Santo en el mundo, de manera que los misioneros no se veían a sí mismos como los principales héroes o protagonistas. Los recursos limitados de la comunidad de Herrnhut, de donde salían los misioneros moravos, obligaron a una estrategia de auto-sostén de los misioneros. Cada grupo venía a ser responsable por su propia sobrevivencia en el país al cual eran enviados, y así los misioneros estaban libres del control de las estructuras eclesiásticas e imperiales de su época. Cada uno de estos puntos encierra ricas lecciones que a veces están en abierto contraste con las prácticas misioneras de hoy. Sin embargo Steuernagel también propone que debemos echar una mirada crítica al modelo moravo. El individualismo pietista no permitió que se diese suficiente atención al carácter de las comunidades que iban a surgir como resultado de la actividad misionera, porque predominó la idea de la salvación de personas individuales. Como ya se ha dicho, el movimiento misionero protestante surgido a mediados del siglo dieciocho, por sus raíces pietistas, buscaba sobre todo la vivencia personal de fe para cada creyente, en contraste con la conversión colectiva o la simple confesión de un credo común en forma corporativa. La Reforma del siglo dieciséis se ha considerado siempre como un regreso a la Palabra de Dios, un proceso de purificación de la Iglesia por un regreso a la Biblia. Esa tarea no terminó con aquella generación. De la Reforma surgió el concepto de una Ecclesia reformata semper reformanda. El pietismo misionero y la experiencia morava fueron uno de esos momentos de nueva reforma por una nueva apertura a la Palabra. Pero no sólo a la Palabra sino también al Espíritu. Ahora bien, en el impulso inicial del crecimiento evangélico y pentecostal entre los pobres de América Latina había también una nota de regreso a las fuentes. Tal vez no siempre el regreso a las fuentes escritas y racionales de la fe, pero si a las fuentes del vigor espiritual centrado en la experiencia de Cristo como experiencia del poder de Su nombre. Aun entre las filas pentecostales ya han surgido hoy en día voces que llaman de regreso a las fuentes bíblicas y de autocrítica de un movimiento explosivo pero también ambiguo.(5) La memoria autocrítica del pasado, sin embargo, no nos debe cerrar los ojos a la realidad vigorosa del presente, aun en medio de sus precariedades históricas. Por eso quiero terminar con un desafío que viene nada menos que de un misionólogo católico del Brasil. El belga José Comblin, quien escribió un libro sorprendente acerca del Espíritu Santo,(6) cree que el dinamismo de las experiencias de las comunidades de base y las iglesias pentecostales demuestran que el Espíritu Santo está en acción en ellas. Destaca la experiencia de personas pobres y sin educación que en el calor de su entusiasmo "toman la Palabra" y se hacen portadores de ella: “Si esas palabras fueran pronunciadas por personas formadas, no habría en ellas nada de espiritual. Todo podría explicarse por la formación intelectual y por la facilidad de palabra habitual en las clases dirigentes. Lo espiritual está en la conversión radical: los mudos hablan.”(7) Comblin señala los efectos extraordinarios que produce la lectura de la Biblia entre los pobres, el sentido de descubrimiento de los laicos que se ven como agentes de la Palabra, de esa Palabra que ellos se tomaron pero que los ha tomado a ellos. Allí está la esencia del hecho misionero: “El efecto de esta toma de la palabra es que los cristianos se hacen misioneros. El que ha descubierto la palabra se siente impulsado a publicarla. En las comunidades surgen vocaciones misioneras. La experiencia de la palabra alcanza su punto culminante cuando su receptor se convierte en transmisor.(8) Esta descripción de lo que está pasando hoy en día entre las masas urbanas del continente latinoamericano y de España, es como un eco de ese fervor que estuvo en los mismos orígenes del movimiento misionero protestante. A esta altura de la historia de la misión en América Latina, las iglesias protestantes populares tienen ya una presencia masiva y una historia que permite evaluar cuál ha sido su efecto sobre la sociedad latinoamericana, especialmente en relación con las condiciones sociales y políticas del continente. En los próximos artículos veremos primero el impacto social de la presencia protestante y luego la visión autocrítica que es posible dentro de un marco teológico y misionológico.
1) Estadísticas tomadas de www.comibam.org una de las entidades coordinadoras del esfuerzo misionero evangélico desde América Latina. 2) Valdir Steuernagel Obediencia missionária e prática histórica. Em busca de modelos Sao Paulo: ABU Editora, 1993; p.92. Hay versión castellana (Buenos Aires: Nueva Creación, 1996) pero preferimos nuestra propia traducción del portugués original. 3) Id. p.93 4) Resumo aquí el material de las pp. 101-111 de Steuernagel. 5) En los próximos artículos consideraremos la autocrítica que está surgiendo dentro del movimiento pentecostal latinoamericano. 6) José Comblin El Espíritu Santo y la liberación Madrid: Ediciones Paulinas, 1987. 7) Ibid. pp. 44-45. 8) Id., p. 45.
Artículos anteriores de esta serie:
 1Reflexión misiológica: creencia, experiencia, estructura 

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