La antigua escuela

Había sido una casa de veraneo hasta no demasiados años atrás. El rápido crecimiento de la ciudad la había convertido en una casa más —destacada, pero una más— de un barrio periférico y sin raíces. La fachada era gris terroso y estaba bastante estropeada, las ventanas enrejadas tenían la pretensión de estar pintadas de negro y, casi seguro, algún día fue así.

30 DE ABRIL DE 2010 · 22:00

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La puerta, también una reja negra, se abría hacia adentro durante el horario escolar acreditando en cada movimiento la ausencia total de lubricante en sus bisagras. El techo del vestíbulo era tan alto que casi escapaba a la vista. Había que subir diez escalones tenebrosamente empinados de mármol blanco, negro y frío hasta alcanzar el rellano principal. Los párvulos disponían de su espacio en aquella misma planta, las niñas tenía su clase en el piso superior con el sol que entraba por los ventanales y los chicos tenían que bajar unas escaleras oscuras que conducían a dos aulas situadas en el semisótano o sótano, según se mire, pero que en cualquier caso recordaban las catacumbas. El aula parecía grande aunque no se sabe a ciencia cierta su tamaño, medidas indefinidas. La iluminación era siempre artificial porque la luz del sol habría tenido que moverse en zigzag para poder llegar hasta allí. El contacto con el exterior se producía por la izquierda a través de dos pequeñas ventanas con sus correspondientes rejas negras y tupidas, pegadas al techo aunque por la calle aparecían al nivel del suelo. Por la derecha la segunda posibilidad, a través de la clase contigua cuyos ventanales daban al patio interior. Las paredes eran oscuras aunque dicen que algún día fueron blancas. En la pared del frente estaban la pizarra negra, gastada y mal pintada, los dos mapas emblemáticos de la Península Ibérica: El político y el geográfico, y también la escuadra de madera y el cartabón grande colgados en sus correspondientes alcayatas junto al compás para la tiza. El maestro se sentaba en una silla estropeada y nunca a juego con la mesa de madera torneada de color marrón oscuro con incrustaciones de no se sabe que material, ambas sedientas de un buen lijado y una capa de barniz. Los pupitres a juego con el mobiliario del docente, por lo menos en su antigüedad y grado de deterioro, con la particularidad de ser muy grandes para el tamaño corporal de sus ocupantes y, por lo tanto, endiabladamente incómodos. Cada mediodía, al salir y mientras las pupilas se adaptaban al exceso de luz parecía tan maravilloso que el sol brillara como que su madre no se hubiera olvidado de irlo a buscar.

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