Evangélicos ¿sin ‘nombre’ o sin ‘marca’?

Quizás la renuncia a identificarse como "evangélico" vivida los últimos años se deba a toda la desinformación vertida y el temor de muchos jóvenes a discusiones ajenas a la persona de Jesús.

Samuel Crespo

BARCELONA · 26 DE JULIO DE 2017 · 08:00

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En el cuarenta por ciento de los centros de culto adheridos a FEREDE no figura la palabra “evangélico/a” en su nombre, un dato cuánto menos curioso teniendo en cuenta que se trata de una federación de entidades evangélicas.

De hecho, los jóvenes de las iglesias evangélicas, que se saben parte de dicha tradición cristiana, renuncian habitualmente a presentarse así ante sus colegas no cristianos, y prefieren definirse como “protestantes” o, simplemente “cristianos”, según han comentado, precisamente, a este medio: Protestante Digital.

Si nos fijamos en Twitter, la etiqueta “evangélico” apenas es utilizada por perfiles españoles y “evangélica”, en fin, mejor que ni tan siquiera la busquen.

La sensación que se percibe es que en España no nos sentimos del todo cómodos usando esta palabra con personas ajenas a nuestra confesión, quizá porque no podemos controlar la imagen mental que les genera tal concepto. ¿Es evangélico una marca desprestigiada? ¿No queremos que nos asocien a determinadas posiciones de la derecha norteamericana? ¿Quizá es que simplemente no sabemos qué significa evangélico?

Para tratar de dar respuesta a esta cuestión hemos contactado con jóvenes, todos miembros activos en sus iglesias evangélicas, que nos han aportado su visión desde su experiencia particular.

He aquí sus reflexiones.

“Presentarnos como evangélicos no ayuda a enfocar el mensaje en Jesús”, esta es una conclusión compartida tanto por Samuel Palacios, director de Agape+; Daniel Pujol, periodista y escritor; y el publicista y diseñador Joab Penalva. Es más, el hecho de entrar en la cuestión de que somos evangélicos puede llegar a “despistarnos” del objetivo fundamental, que es dar a conocer el mensaje del evangelio, según argumenta Palacios, director de esta entidad de apoyo a las personas en situación de exclusión social.

De hecho, nos gusta poner el énfasis en que “se trata de una relación, y no de una religión” de manera que la renuncia a esta manera de definirnos en nuestras relaciones personales se corresponde con una voluntad de que “no nos vinculen a un grupo religioso más”, en opinión del periodista Daniel Pujol. En esta misma linea, considera que el hecho de presentarnos como “cristianos” puede generar un impacto significativo en el momento en el que los demás perciben que no se trata de una definición meramente nominal sino que nos encontramos ante una experiencia de fe genuína.

Si vamos a la enciclopedia, veremos que la definición clásica del evangelicalismo destaca el énfasis que los integrantes de este movimiento ponen en cuatro aspectos: la conversión, la infalibilidad de la Biblia, la centralidad de la obra expiatoria de Cristo y la evangelización; cuatro elementos muy marcados que los definen con claridad. Aunque bien es cierto que ni todas las denominaciones evangélicas destacan de la misma manera estos cuatro puntos, ni que todo el protestantismo no evangélico no pueda hacer suyos estos elementos en mayor o menor medida.

Sin embargo, la realidad es que para muchos ser evangélico se relaciona con un cristianismo más bien extravagante y extraño, un concepto que el publicista define como “críptico”, y que abarca desde las posiciones políticas del partido republicano de los Estados Unidos en tiempos de George W. Bush hasta todo tipo de sectas que puedan tener algún tipo de matiz cristiano.

Nos ponemos a temblar cuándo en televisión se anuncia la emisión de un reportaje sobre los “evangelistas” en los cuáles el espectador se topa con telepredicadores de toda clase, picaduras de serpientes, o sesgados, sensacionalistas y superficiales debates sobre el creacionismo, el aborto o la homosexualidad.

“Mayor presencia no significa mayor conocimiento” recuerda Pujol, que remarca que son los medios los que deciden “qué se publica y por qué se publica”, aunque este periodista autor de La Fuga reconoce que ni los propios medios cristianos han ayudado a darnos a conocer mejor.

Posiblemente esta renuncia que se ha vivido durante los últimos años se deba precisamente a toda la desinformación vertida y el temor de muchos jóvenes a enzarzarse en discusiones que poco tienen que ver con la persona de Jesús.

A pesar de todo ello, para Penalva, aunque la palabra no sea demasiado útil para darnos a conocer a los demás “sigue siendo básica para definirnos como colectivo, porque define nuestras creencias y valores”.

Otra cuestión es cómo se lo explicamos a los demás.

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