W. Arber, Nobel de Medicina: “Todo en el Génesis surge de forma lógica”

Werner Arber, cristiano protestante y Premio Nobel, afirma que “La ciencia no puede probar que Dios existe, pero tampoco que no exista".

MADRID · 24 DE FEBRERO DE 2013 · 23:00

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“La ciencia no puede probar que Dios existe, pero tampoco puede demostrar que no existe… Nunca podrá dar respuestas a todo”. Al premio Nobel de Medicina Werner Arber (Gränichen, Suiza, 1929) le maravilla la perfección de la naturaleza y se ha pasado la vida en los laboratorios intentando captar su lógica, aun estando persuadido de que hay algo “fantástico e inalcanzable” que mantiene la armonía en el mundo y lo hace funcionar a la perfección: “Dios no se puede personificar, pero veo que la ciencia tiene sus límites y hay un poder divino en la naturaleza que no puedo explicar”. Werner es protestante y cree que el enfrentamiento entre la fe o la religión y la ciencia es muy perjudicial para todos. Catedrático emérito de Microbiología molecular en la Universidad de Basilea, es desde 2011 el primer presidente no católico de la Academia Pontificia de las Ciencias, el órgano del Vaticano dedicado a la investigación, desde donde ha podido asesorar al papa Benedicto XVI en cuestiones de evolucionismo. Werner cuenta su vida de manera escrupulosamente cronológica. Su relato se desarrolla paso a paso, de forma natural. Igual que la evolución de la vida, que cree que el Antiguo Testamento describe de una manera genuinamente fiel a la realidad: “Todo en el Génesis aparece de forma lógica: después del planeta, las plantas, luego los animales —que ya tenían algo que comer— y, finalmente, el ser humano y todo el resto. Así fue la creación”. DE TEÓLOGO A NOBEL DE MEDICINA En su adolescencia, Werner se planteó estudiar Teología. Al final optó por buscar el sentido de la vida a través del microscopio. Fue a la Universidad de Ciencias Naturales pensando en convertirse en un profesor de instituto “tan bueno” como los que había tenido. Fueron ellos quienes le animaron a que estudiara Biología y una “casualidad” tras otra lo llevó hasta el Nobel, en 1978: “Cuando salí de la universidad, necesitaba ganarme la vida. Empecé como técnico de microscopios electrónicos, eso me llevó a interesarme por las bacterias, y luego, de manera natural, vino la genética”. Fue galardonado con el máximo reconocimiento en ciencia junto a Hamilton Smith y Daniel Nathans por el descubrimiento de las enzimas de restricción, las que protegen el ADN de información genética externa. Werner, presidente del jurado que acaba de fallar el premio de la Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Biomedicina, recuerda con lucidez su descubrimiento, algo que, otra vez, ve más como un proceso que como un momento: “Fue extraordinario ver cómo las bacterias tienen la capacidad de etiquetar su propia información genética distinguiéndola de la extranjera, que es identificada como extraña y cortada en fragmentos”.

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