Superar nuestro propio gueto es `una tercera conversión´

Miguel Juez, misionero argentino, coordinador del Comité Evangélico para la Inmigración en Cataluña, cree que debemos dejar de ser exclusivistas que miran su propio mundo y trasfondo como el único receptor de la gracia divina.

BARCELONA · 13 DE DICIEMBRE DE 2011 · 23:00

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“Los pueblos, culturas y razas han sido hechos uno en Cristo. En él, los diferentes paradigmas culturales se hicieron uno en el paradigma modélico de los hijos del Reino de Dios, donde la unificación ha encontrado su razón de ser en función de la obra de Cristo en la cruz del Calvario”,expresó el misionero Miguel Juez, coordinador del Comité Evangélico para la Inmigración en Cataluña (CEC/CEIC),en la introducción de una ponencia presentada en el mes de octubre en el auditorio de la Iglesia Mª Victoria 11, Barcelona. Pese a esta afirmación, el pastor Juez, quien es obrero de PMI/Pueblos Musulmanes Internacional, se refirió al tema “Guetos, barreras y cómo superarlas”, reconociendo que “si resulta pertinente tratar este tema entre nosotros, a quienes la Palabra llama Pueblo de Dios, es por la evidencia de que algo no funciona bien”. Al respecto, Verónica Rossato, de Protestante Digital, dialogó con Miguel Juez. ¿Cree que los protestantes en Cataluña experimentan la evidencia de guetos? Es triste decirlo y difícil aceptarlo, pero sí. Sin ninguna duda que sí. A los evangélicos nos cuesta reconocer cuando las cosas no funcionan entre nosotros y nuestra común excusa es espiritualizar nuestra posición. Esto no es nuevo. Nuestra identidad cultural, muchas veces colocada en el altar de lo excelente y único (nunca lo verbalizamos, pero nuestras actitudes lo confirman) también ha sido una realidad en la Iglesia primitiva. En su charla, usted mencionó el libro de las ponencias desarrolladas en el III Congreso Latinoamericano de Evangelización celebrado en Quito/ Ecuador en el 92 y dijo que desearía que cada uno de los presentes pudiera tener acceso a él. ¿Específicamente a qué se refería? En particular a la ponencia de Sidney Rooy, donde habla de las tres conversiones que el Apóstol Pedro evidenció en su propia vida. En el original, en cada una de estas ocasiones se utiliza la palabra “epistrepho” -darse vuelta, girar en sentido inverso-. La primera conversión fue cuando el Señor, junto al mar de Galilea le dijo: “Sígueme” y Pedro dejó todo allí y le siguió. La segunda, en una de las noches más oscuras de la historia humana. La noche de la ultima cena, el Señor mira a Pedro, le apunta con el dedo y le dice: ”vas a negarme 3 veces” y Pedro responde: “No, no Señor, nunca”. “Vas a negarme tres veces, pero tú cuando te conviertas (epistrepho) fortalece a tus hermanos”. Y la experiencia en Hechos 11.1-18 es la tercera conversión de Pedro. Se abren las puertas del mundo para él. Las escamas caen de sus ojos y ve por primera vez que la gracia y la gloria de Dios son mucho más grande de lo que había imaginado. ¿Cómo se aplica esto a la situación iglesia española? Pienso que este modelo de conversión evidenciado en Pedro, le nivela al diferente cultural, le coloca en igualdad de posición frente a la gracia manifestada por el Cielo; le hace uno con el gentil. Y si la situación fuese hoy, le nivela al ‘sudaca’, al negro, al moro, al diferente. Pedro dejó de ser el judío exclusivista que mira su propio mundo y trasfondo como el único receptor de la gracia divina, para convertirse en un judío incluyente que se ve parte - ni mejor ni peor, ni mayor ni menor-, de esa gracia de Dios que quiere con una pasión que duele, que todos vengan al conocimiento de la verdad y formen parte de la gran familia de Dios. Es relativamente fácil convertir a una persona que busca paz, sentido a la vida, que está marginada, necesitada de lo trascendente. Pero es un milagro increíble convertir a una persona o grupo de personas, aferradas a su propia tradición, su propia ortodoxia, su propia dogmática, porque tiene toda la verdad ya definida. No hay nada más que aprender. Y uno, sea persona o comunidad de fe, llega a ser desgraciado, en lugar de ser lleno de gracia. ¿Cree que ha cambiado el concepto de iglesia local? Sin duda que el entorno social en el mundo actual, con la globalización y el carácter itinerante de su sociedad, ha cambiado nuestro concepto de iglesia local. Se está perdiendo esa identidad cuasi monocultural que caracterizaba a la Iglesia en Europa. Se ha hecho presente la inmigración que, como bien sabemos, ofrece sus oportunidades y sus retos para unos como para otros. Usted mismo es inmigrante, ¿cómo le toca este tema? Para nosotros, los inmigrantes evangélicos, es una oportunidad, en primer lugar, para cumplir la voluntad del Señor en el mismo lugar a que él nos ha llamado. Es una oportunidad para servir a quienes el Señor nos ha llamado a servir. Es una oportunidad y privilegio de conocer al cuerpo de Cristo, entendiendo que antes de venir nosotros a esta tierra, ya había aquí una Iglesia establecida y que el desafío para muchos de nuestros hermanos de vivir su fe en Cristo, se pagó con precio de sangre y dolor en tiempos no tan lejanos. Y es, recalco, una oportunidad y privilegio servirle con amor y humildad. También es un reto… Sí, a la vez es un reto porque habremos de vencer nuestros complejos y temores para buscar la relación con nuestros consiervos, y en humildad servirles. Volviendo al tema del gueto, que fue el título de la charla ofrecida, ¿quiénes lo constituyen? Creo que, por un lado, el gueto lo puede formar el liderazgo de la Iglesia autóctona, cerrando las puertas a la búsqueda de comunión con el liderazgo de la Iglesia extranjera. Cuando se piensa que nada tienen para enseñarnos éstos sudacas o extranjeros que han venido acá, cuando se piensa que no se les necesita. Esto nos separa y divide. Y los que llegan, ¿no forman guetos? Efectivamente, también el gueto lo formamos muchos de aquellos que hemos venido de fuera, pensando que no necesitamos a los que están. Cuando pensamos que no es de valor la comunión porque los que aquí están ‘no saben hacer las cosas como nosotros’, porque ‘no saben vivir bajo la unción del Espíritu’, como si el Espíritu fuese patrimonio exclusivo nuestro y que sólo se mueve en medio nuestro… Esto nos separa y divide. ¿Cuál es la principal característica de una comunidad de fe –autóctono o extranjera- que vive en su propio gueto? Es un autismo eclesial, social y cultural. No un autismo como patología sino como una personalidad infravalorada en sus propias convicciones. ¿Es posible romper esta mentalidad de gueto? Sí, pero requiere de una humildad que extiende la mano. Que involucra al diferente y no lo ignora. Que se involucra y no se excluye. Sí, pero es necesario considerar cuán flexible somos en nuestras posturas eclesiológicas para considerar y aceptar que el diferente también es parte del Cuerpo de Cristo y por lo tanto, tan pecador perdonado como nosotros. Si tú levantas tu mano y yo no, tú eres mi hermano por quien Cristo murió. Si tú hablas en lenguas y yo no, tú eres mi hermano por quien Cristo murió. Si tú unges con aceite a los enfermos y yo no, tú eres mi hermano por quien Cristo murió. Podrán parecer una nimiedad estas diferenciaciones, pero aún hoy, esto divide e impide una clara y profunda relación. ¿Qué cosas nos hermanan? Pienso que si tú crees que Cristo es el único camino al Padre; si crees que por gracia eres salvo y así lo vives y lo enseñas; si tú crees que Cristo resucitó de entre los muertos para darnos vida, tú eres mi hermano. Aunque tú bautizas a quienes tienen conciencia de su pecado, y yo bautizo a los niños y creo en las demás cosas como tú, tú eres mi hermano por quien Cristo murió. Yo soy Iglesia de Cristo como tú eres Iglesia de Cristo. Si tú evidencias en tu vida la obra transformadora de Cristo, no importa cuál es tu trasfondo teológico o tu práctica eclesiológica, tú eres mi hermano por quien Cristo murió. Se trata de aceptar las diferencias… Sí, se requiere de la aceptación de que, aun siendo diferentes como diferentes son los miembros de un cuerpo, somos hermanos, hijos de un mismo Padre, formamos un solo Pueblo donde Cristo es el Rey. Es hora que la vasija del infantilismo, la intolerancia y la indiferencia del llamado Pueblo de Dios sea rota. Sólo nosotros podremos romperla. Somos los responsables de madurar y de mostrar de una vez por toda, que somos un pueblo, con sus diferencias y particularidades, pero somos UN pueblo. ¿Sus últimas palabras para cerrar la entrevista? Vivimos tiempos difíciles, y las libertades religiosas irán siendo cercenadas -lo cual no debiera extrañarnos- pero el Pueblo que se mantiene unido -en Cristo y entre nosotros- sin guetos que nos separan, alcanzará la victoria, pero esta victoria será nuestra en la misma medida que nuestra hacemos la cruz de Cristo en nuestras vidas personales.

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