Jesús no quiso ser Rey ¿y sí alcalde?

No entreguemos a Dios lo que es del César.

15 DE JUNIO DE 2013 · 22:00

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En una ocasión los judíos quisieron hacer Rey de la nación a Jesús, pero Él no quiso asumir ese papel (Juan 6:15). Como después le diría a Pilatos, cuando le preguntó si era Él el rey de los judíos, dejó claro que su Reino no es de este mundo (Juan 18:36). Somos, por lo tanto, los cristianos ciudadanos de un Reino que es de Dios, y otro que es del ‘César’, debiendo cumplir como buenos ciudadanos en ambos ámbitos, dando al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios. Dicho esto, la confusión viene cuando se mezclan ambos escenarios, como ha sido el caso de la alcaldesa de Monterrey (Margarita Arellanes) ¿Puede nombrarse a Jesús alcalde de una ciudad, o darle las llaves? Por lo dicho antes, no parece que el mismo Jesús esté dispuesto a ello. El quiere reinar en los corazones de quienes le aceptan. Y reina y reinará en la eternidad en su Reino, que no es de este mundo. Los evangélicos no debemos caer en la trampa de creer que actos como este, de parte de una autoridad, suponen un gran testimonio. Además de lo ya expresado por el propio Jesús, que llevaría a una separación muy arraigada en el protestantismo de Iglesia-s y Estado, nos ayudaría a entender la situación el ver la situación poniéndonos en el lugar de quienes no son cristianos. Para ello pensemos por ejemplo que un alcalde islámico le otorgase la ciudad a Mahoma, o uno hindú la dedicase a Shiva. Sería utilizar un cargo público, otorgado por todos los ciudadanos para ser responsables de una comunidad, para beneficio de su creencia religiosa personal. Algo por cierto, normal y habitual en países de mayoría católica e islámica, y últimamente cada vez más en los de fundamentalismo ateo/agnóstico. Y ahora empieza a aparecer en nuestro contexto evangélico. Otra cuestión es que una personalidad política (o de otro tipo) hable de su fe personal como base de su vida, de sus valores, de su ética, de su filosofía de la vida. Esto no sólo es lícito sino deseable en un cristiano y un derecho personal irrenunciable. Porque aquí se trata del individuo, de la persona, no del cargo público. Que una alcaldesa entregue una ciudad a Jesús no cambia nada, y es una mezcla de poder político y religión que sólo convence a quienes equivocadamente piensan que estas declaraciones sirven de algo. Para los demás, se verá como una equivocación, e incluso una imposición al conjunto de los ciudadanos de las creencias de una persona aprovechándose de su posición política. Quienes creemos en Jesús debemos entregarle las llaves de nuestras vidas, y si es real cambiará nuestros corazones; y los corazones transformados cambiarán a la sociedad. Por supuesto proclamando sin miedo ni vergüenza nuestra fe, y anunciando el Evangelio de palabra y con nuestros hechos. Pero nunca entregando a Dios lo que es del César.

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