Bye, bye London & dioses Olímpicos

Ceremonia final. Dios y dioses en los Juegos Olímpicos.

11 DE AGOSTO DE 2012 · 22:00

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	Los fuegos artificiales de la ceremonia de clausura iluminan el Estadio Ol&iacute;mpico de Londres</p>
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Los fuegos artificiales de la ceremonia de clausura iluminan el Estadio Olímpico de Londres

Han terminado los JJOO de Londres. Emociones contenidas e incontenibles. Récords a ritmo de lágrimas y sonrisas. Desilusiones teñidas de sudor e incontables horas de preparación y superación personales. Sueños, anhelos, proyectos, encuentros, desencuentros, puestas en escena, historias tras las bambalinas. La vida misma de cinco continentes concentrada en unos pocos días. En medio de esta vorágine informativa llena de colorido, nos hemos concentrado como diario en transmitirles la visión informativa que tiene que ver con los aspectos de la fe y la trascendencia, que impregnan todo lo humano, deporte incluido. Debajo les incluimos los links de las principales, más interesantes o curiosas noticias de las que hemos ido publicando a lo largo de los JJOO de Londres 2012. Pero como conclusión, queríamos hacer una breve reflexión sobre un aspecto muy concreto. Ha sido frecuente que se hable de los dioses del deporte. En titulares o en el contenido de las noticias deportivas. Incluso algunos atletas se han encumbrado a sí mismos hablando de que se han convertido en leyenda, en mito, en definitiva asumiendo ese papel de pequeño dios de barro del que cuelga el oro en forma de medalla-corona. Frente a esto, muchos atletas han dado el reconocimiento a Dios, con la lógica de que el talento y las capacidades han sido otorgadas, no merecidas. Sin duda trabajadas, pero sin que la gloria última sea del hombre que cultiva la tierra, sino de quien ha creado la semilla y el Universo. Hay una enorme diferencia, que va mucho más allá de lo religioso, y que tiene que ver con el concepto de la vida, el orgullo del ego y los valores de la persona. Sin duda el mejor ejemplo es aquel atleta de la historia que venció la más difícil maratón, llena de obstáculos, esfuerzos y sacrificios inimaginables. Llegó a la meta solo, nadie pudo seguirle. Y por fin logró corona y podio. Coronado con espinas en el podio de una cruz de madera. Nadie le aplaudió. No hubo himnos, más bien críticas y burlas mordaces, e incluso los jueces buscaron descalificarle durante tres días. Pero como dice la Palabra, y certifican sus discípulos, la realidad final fue que “estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Filipenses 8-10). Su triunfo no obtuvo oro, pero gracias a él pudo y puede pagar el precio que sirve de rescate para el resto de atletas de este planeta Tierra que están (estamos) condenados al fracaso moral y existencial en la corta carrera de esta vida y la eterna futura. De forma que su triunfo será en nuestro beneficio, Él nos lo regala si reconocemos que necesitamos aceptarlo. Ese atleta, Jesús, el Dios desconocido para la muchedumbre del Olimpo de Londres, como hemos leído será el único aclamado en la gran ceremonia final de la Historia por la humanidad entera. Los pequeños o grandes dioses de barro humanos serán (seremos) nada; sólo simple olvido, polvo y cenizas en manos del Alfarero.

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