Jesús se hundió con su Titanic

Cien años después del naufragio del Titanic, dos mil años después de Jesús, la sociedad y el ser humano en general siguen su camino intentando confiar en sí mismos.

15 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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Hay una búsqueda de la seguridad en la ciencia, la tecnología, la medicina, el dinero (lo poco que queda de él), el poder. Nada nuevo bajo el sol. En definitiva, se trata de controlar nuestro propio destino. Sin embargo, lo realista sería reconocer (lo decía alguien tan poco sospechoso de creer en Dios como John Lennon) que la vida es aquello que ocurre mientras nosotros hacemos otros planes. Quizás la pregunta sería más bien si es posible depositar nuestra confianza en algo o alguien ajeno a nosotros mismos. Si es imposible, mejor estrujar la vida al máximo hasta que estalle, o ser en lo humanamente razonable lo más cautos, prudentes y pragmáticos que podamos hasta que todo termine. En ambos extremos (con toda una amplia gama intermedia) transcurre una vida entre la anarquía y la rutina, entre el riesgo absoluto y el mayor de los miedos. Triste existencia en este camino para el ser humano. La propia religión cae en estas mismas posturas, viviendo a un Dios sin orden alguno, o convirtiendo al orden en un dios. Como siempre, surge la figura de Jesús como la vía alternativa, contracorriente, inesperada y rompedora. Ajeno a religiones, iglesias, confesiones, credos, normas, sentimientos, impulsos y anarquías. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. No hay otro camino (religioso o no religioso), verdad (filosófica o vivencial) y vida (natural o espiritual) que Él mismo. De ahí la importancia de encontrarse con Él, y sólo con Él, y sin nadie más que Él. Y al decir “Él” hablamos del Jesús histórico que revelan los cuatro Evangelios, sin intermediarios. Esos cuatro libros que son absolutamente más confiables que los que hablan de personajes más cercanos y aceptados como son Platón o Julio César. A partir de ahí deriva todo. Sin duda hay una ética, una Iglesia, un credo, unos sentimientos y una vivencia que integrar y experimentar. Y por encima de esto, la confianza única, universal, absoluta, eterna, radical, sin letra pequeña, que Jesús de Nazareth reivindicó para sí mismo. El director de la orquesta del Titanic, de tradición metodista (protestante, su padre era director del coro de la iglesia) tocó hace cien años en el funeral de su propia muerte “Más cerca, mi Dios, de ti” mientras el enorme trasatlántico se hundía. Nunca volvió vivo del fondo del océano. Por su parte, Jesús clamó en su propio naufragio en la nave de madera del Gólgota: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Y tras hundirse en el Titanic de la cruz, volvió a la vida para proclamar que había vencido a la muerte, y con Él todos los que confíen en su persona y en su obra, incluido –esperamos- el director de la orquesta del Titanic. “Quien cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Lo dijo Jesús antes de resucitar a Lázaro, que creía en Él. Antes de resucitarte a ti, si crees en Él, cuando un día la nave de tu vida -tu Titanic- se hunda en las sombras del Mar de la Muerte. Y antes de esto, en la muerte que supone cada día, con las sombras del sueño y el renacer de la vida en cada amanecer, este mismo milagro, esa expectativa de una realidad que se experimenta desde la fe, desde la confianza en Él, puede ser parte de tu experiencia diaria. ¿Dónde tienes puesta tu seguridad y confianza?

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