La inmoralidad de nuestro tiempo

Es positivo siempre denunciar la inmoralidad de esta sociedad en que vivimos. Porque lo inmoral ataca las bases sobre las que construimos nuestra convivencia, destruye a la familia, acaba con vidas inocentes y fomenta lo peor del ser humano. Pero cuando esta denuncia, por desgracia infrecuente, se ciñe a las verdades bíblicas es motivo de sensatez y aplauso.

31 DE MARZO DE 2008 · 22:00

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Nos referimos concretamente a la profunda verdad que subyace tras las recientes declaraciones del obispo anglicano de Rochester, Michael Nazir-Ali: “el amor al dinero es el principio de todos los males”. Porque muy a menudo olvidamos esta perversa raíz moral. Como si detrás del tráfico de drogas, la pornografía, el comercio sexual, las guerras, y los lobbys inmorales no existiese una causa común, además de la tendencia al mal del ser humano: el amor al dinero. Porque es el amor al dinero en el llamado “mundo rico” el que produce la muerte de miles, millones de personas sin recursos en todo el mundo. Con tiranos, que por amor al dinero, utilizan los recursos y ayudas que reciben sus necesitados países en su personal beneficio y lucro. Porque el amor al dinero de quienes hacen negocios es lo que hace que las familias carezcan de recursos sociales, se endeuden para pagar precios exorbitantes por productos necesarios; y también de los innecesarios que se convierten en imprescindibles... por amor al dinero. Porque el amor al dinero es el que hace que las políticas de los Gobiernos de todo signo vendan sus ideales con tal de lograr el poder… para lograr más dinero y más poder. Y así podríamos seguir. Y a la inversa. Por dependencia del dinero, como si fuese un dios, se hipotecan ideas y libertades, instituciones e iglesias, líderes e intelectuales, proyectos e ilusiones. Al final, acaban encadenados a unos grilletes de oro. O de plata, o de bronce, o de hierro… y como la estatua del profeta Daniel, acaban teniendo los pies de barro. Y esta inmoralidad sólo tiene una salida, que no pasa por negar la importancia del dinero. Se trata de no amarlo, de no ponerlo en primer lugar. ¿Cómo se hace esto? Sencillamente, cuando llega el conflicto entre interés económico e ideal ético, seguir este segundo. Y confiar de corazón en que Dios suplirá lo que falte, de la forma que sea, pero nunca ponerle precio a nuestra conciencia. Jesús lo hizo. Pudo reinar, o lograr el favor de los poderosos. Pero ya desde que en el desierto le ofrecieron tentándole los tesoros de este mundo -a cambio de adorar a su dueño- afirmó una decisión muy clara: “Solo a Dios servirás”. Y no se puede servir a dos señores, a Dios y a las riquezas, y a quienes negocian con las riquezas. Esta publicación lo tiene claro, y así hemos obrado hasta el presente, y Dios mediante nos proponemos actuar en el futuro. Porque nos parece abominable amar al dinero, porque a partir de ahí vienen todos los males. Y si alguien lo posee, no es condenable, pero tiene la enorme responsabilidad de ser justo en su uso y disfrute, colocando aquello que posee por derecho legal detrás de sus deberes como persona moral, contemplando al ser humano que es su prójimo. Esto es lo que nos han recordado las recientes declaraciones del obispo de Rochester, Michael Nazir-Ali.

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