‘El libro de oro de la verdadera vida cristiana’, de Calvino: beber del pozo inagotable de la fe bíblica

Desde que apareció como el capítulo final de la reedición aumentada de la Institución en 1539, llamó la atención de sus primeros editores, por lo que pronto comenzó a aparecer en ediciones sueltas.

13 DE DICIEMBRE DE 2019 · 08:45

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La meta de la nueva vida en Cristo es que los hijos de Dios exhiban la “melodía y armonía” de Dios en su conducta. ¿Qué melodía? La canción del Dios de justicia. ¿Qué armonía? La armonía entre la justicia de Dios y nuestra obediencia.

J.C.

La literatura devocional en el ámbito cristiano es una sana tradición que hunde sus raíces en la fe de los antiguos salmistas y en las oraciones que se encuentran en la Biblia. Desarrollada de manera paralela a los impulsos teológicos, muchos creyentes piensan que existe oposición entre ellas, aunque lo cierto es que son expresiones complementarias de la espiritualidad. La manera en que los fieles del Antiguo y Nuevo Testamento hablaron de su experiencia en la relación íntima con Dios es la base de la expresión espiritual con que muchos creyentes la hacen visible mediante la lectura de su testimonio de fe. La historia de la iglesia, desde la antigüedad, está llena de ejemplos en los que los cristianos/as más sinceros dejaron constancia de la forma en que abrevaron en las fuentes de la espiritualidad más genuina, en medio de las grandes tentaciones y pruebas que enfrentaron. Las recopilaciones de oraciones y lecturas devocionales tienen como fin lograr que, al compartir esos testimonios, creyentes de otras épocas y contextos puedan asomarse a la existencia cristiana de sus antecesores y así fortalecer su propia espiritualidad.

La llamada devotio moderna fue uno de los fundamentos para la afirmación de la vida espiritual que cada persona, individualmente, podía experimentar a partir de la renovación de la forma en que se comprendió, con la Reforma Protestante de por medio, el contacto con el Creador y Salvador. A partir de ella fue posible que los creyentes hiciesen suyo, mediante la oración, la lectura bíblica y la meditación, el conjunto de realidades espirituales enunciadas en las doctrinas que la Reforma rescató y relanzó: la justificación por la fe, especialmente, y el primado de la gracia por medio de Jesucristo se volvieron más accesibles. En ese marco de ideas y creencias, algunas obras dejaron una huella profunda, como es el caso de (De spiritualibus ascensionibus) y el Manual de la reforma interior (De reformatione virium animæ), del holandés Gerald Zerbolt (1367-1398, elogiado por Lutero en su Comentario a los Romanos), y la Imitación de Cristo (1418), del canónigo agustino, también holandés, Tomás de Kempis (1380-1471). Ambos trabajos antecedieron a la Reforma en la búsqueda de una relación más personalizada y directa con Dios, y estuvieron relacionados con el movimiento de los Hermanos de la Vida Común (que influyeron también en el egregio humanista Erasmo de Rotterdam). El primero promovió una vida espiritual interior de naturaleza casi monástica, pero como parte de la vida cotidiana. El segundo destacó, por ejemplo, la importancia de la “oración mental” mediante la cual la conciencia de cualquier creyente podía estar en contacto con Dios. 

A causa de su enfoque y su profundidad, los editores modernos de este pequeño volumen, extraído del libro I de la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino, publicada originalmente en 1536, lo han comparado con esas obras de profunda espiritualidad. Desde que apareció como el capítulo final de la reedición aumentada de la Institución en 1539, llamó la atención de sus primeros editores, por lo que pronto comenzó a aparecer en ediciones sueltas con el título: De vita hominis christiani (Institución. Tomo I. Rijkswijk, Feliré, 1968, varias reediciones, pp. 522-556). Se consideró útil para “proveer un modelo práctico sobre cómo debería vivir un cristiano” (David S. Sytsma, “The exegetical context of Calvin’s Loci on the Christian life” [“El contexto exegético de la enseñanza de Calvino sobre la vida cristiana”], en Calvin Theological Journal, núm. 45, 2010, p. 256). Según Sytsma, durante la vida del reformador, esta sección fue considerada aparte de la Institución por su carácter práctico. Por ello se publicó en francés (en 1545, 1550 y 1552), en inglés (1549), en latín (1550) y en italiano (1561).

La sección continuó desempeñando un papel en la Institución a través de ediciones sucesivas y, con ligeras modificaciones, Calvino lo colocó en el libro tercero, capítulos VI-X, en la edición de 1559. Por lo tanto, este apartado tuvo un impacto en las audiencias populares a través de los folletos reimpresos y en audiencias más pastorales y académicas a través de su integración en la Institución en su continua expansión. El De vita de Calvin, por lo tanto, tuvo una relevancia directa para la educación de la piedad laica, tanto en las expectativas que los pastores modelarían y enseñarían como en la apropiación directa de la enseñanza entre los laicos por medio de los textos separados.

El capítulo VI del libro tercero de la Institución (“Sobre la vida del cristiano. Argumentos de la Escritura que nos exhortan a ella”) funciona como introducción de toda la sección, denominada “Tratado de la vida cristiana”. Allí, se afirma sin dar margen a ninguna duda: “El orden de la Escritura que hemos indicado, consiste principalmente en dos puntos. El primero es imprimir en nuestros corazones el amor de la justicia, al cual nuestra naturaleza no nos inclina en absoluto. El otro, proponernos una regla cierta, para que no andemos vacilantes ni equivoquemos el camino de la justicia”. El resto de los capítulos expone un tema por separado:

VII. La suma de la vida cristiana: la renuncia a nosotros mismos

VIII. Sufrir pacientemente la cruz es una parte de la negación de nosotros mismos

IX. La meditación de la vida futura

X. Cómo hay que usar de la vida presente y de sus medios

 

‘El libro de oro de la verdadera vida cristiana’, de Calvino: beber del pozo inagotable de la fe bíblica

Cada capítulo coincide en destacar la importancia de la santidad con que los/as seguidores de Jesús deben asumir la existencia de fe a partir de una sólida convicción visible en todos sus pensamientos y acciones: “Porque si Dios nos adopta por hijos con la condición de que nuestra vida refleje la de Cristo, fundamento de nuestra adopción, si no nos entregamos a practicar la justicia, además de demostrar una enorme deslealtad hacia nuestro Creador, renegamos también de nuestro Salvador” (VI.3). Una de las intenciones evidentes es superar el falso cristianismo y demostrar fehacientemente que la obra redentora de Jesucristo es la norma dominante de la vida. La renuncia al egoísmo, tema del capítulo VII, aflora de manera muy elocuente: “Y si nosotros no somos nuestros; sino del Señor, bien claro se ve de qué debemos huir para no equivocarnos, y hacia dónde debemos ende rezar todo cuanto hacemos. No somos nuestros; luego, ni nuestra razón, ni nuestra voluntad deben presidir nuestras resoluciones, ni nuestros actos. No somos nuestros; luego no nos propongamos como fin buscar lo que le conviene a la carne. No somos nuestros; luego olvidémonos en lo posible de nosotros mismos y de todas nuestras cosas” (VII.1).

La presencia de la cruz, como una clara evolución de la teología de Lutero, subraya la forma en que el símbolo cristiano por excelencia, debe prevalecer en la perspectiva de la fe y la práctica espiritual:

Vemos, pues, cuántos bienes surgen de la cruz como de golpe. Ella destruye en nosotros la falsa opinión que naturalmente concebimos de nuestra propia virtud, descubre la hipocresía que nos engañaba con sus adulaciones, arroja de nosotros la confianza y presunción de la carne, que tan nociva nos era, y después de humillarnos de esta manera, nos enseña a poner toda nuestra confianza solamente en Dios, quien, como verdadero fundamento nuestro, no deja que nos veamos oprimidos ni desfallezcamos. De esta victoria se sigue la esperanza, en cuanto que el Señor, al cumplir sus promesas, establece su verdad para el futuro. (VIII.3)

La meditación sobre la vida futura y la forma en que debe usarse la vida presente y sus medios, temas de los capítulos IX y X, forman un magnífico contrapunto acerca del balance entre la esperanza futura que propicia la fe y la manera en que pueden y deben experimentarse en la vida terrenal los beneficios de la obra salvadora de Jesucristo:

Por tanto, aprovecharemos mucho en la disciplina de la cruz, si comprendemos que esta vida, considerada en sí misma, está llena de inquietud, de perturbaciones, y de toda clase de tribulaciones y calamidades, y que por cualquier lado que la consideremos no hay en ella felicidad; que todos sus bienes son inciertos, transitorios, vanos y mezclados de muchos males y sinsabores. Y así concluimos que aquí en la tierra no debemos buscar ni esperar más que lucha; y que debemos levantar los ojos al cielo cuando se trata de conseguir la victoria y la corona. Porque es completamente cierto que jamás nuestro corazón se moverá a meditar en la vida futura y desearla, sin que antes haya aprendido a menospreciar esta vida presente. (IX.1)

La espiritualidad que trasluce y brota de la Institución está dominada por los postulados de la Reforma en todas sus aristas. Es una auténtica espiritualidad transida de reflexión teológica sólida que, sobre la marcha, va estableciendo el auténtico perfil de un creyente que, como individuo, coloca con certeza su existencia a la luz del plan perfecto de Dios y que es capaz de enfrentar las contingencias con la seguridad de que su elección permanecerá firme a pesar de los vaivenes propios y externos. Semejante calidad en la apropiación de la herencia de fe delimita claramente los rumbos que podía tomar una genuina relación con Dios, ya estando libres de la carga que representó el hecho de que las obras El primado de la gracia, como postulado central de esta comprensión devocional de la salvación, produce una serie de garantías psicológicas y existenciales que colocan al “ser humano reformado” no en un limbo de inseguridades y dudas sino en un horizonte dominado por la absoluta fidelidad de Dios a su pacto.

La espiritualidad protestante o evangélica necesita este tipo de insumos para proponer a los miembros de las comunidades un acceso diáfano y transparente al enorme caudal bíblico y teológico que ofrece la propia tradición derivada de la Reforma. Gustavo Gutiérrez, desde el catolicismo de liberación, hizo una gran aportación con Beber en su propio pozo (1976), justamente cuando se atacaba a la teología latinoamericana de hacer a un lado los aspectos espirituales profundos de las personas. En América Latina, y desde el ámbito evangélico en particular, no es tan sencillo encontrar Acaso los textos de autores como Julia Esquivel y Rubem Alves Fuera del subcontinente se puede echar mano de algunos textos extraídos de las obras de Dietrich Bonhoeffer (o incluso de la Carta a los Roimanos, de Karl Barth, por citar sólo dos teólogos del siglo XX), pero no se cuenta con una buena producción bibliográfica (en castellano) en este campo que articule la fe propia de los sujetos con los contextos en los que se mueven.

Ante los embates del individualismo acrítico tan cercano al fundamentalismo desconectado de esa tradición por el dominio de modas que hacen tanto daño, es preciso reafirmar la cercanía al legado fiel de un sano contacto con el mensaje de las Escrituras, tal como lo propone también la recuperación de la lectio divina, es decir, la lectura orante, minuciosa y profunda de la Biblia para recuperar su mensaje directo. De modo que esta edición adaptada para facilitar la lectura en la actualidad es un excelente recurso para fortalecer la espiritualidad de los creyentes, tal y como lo fue en los siglos pasados. Y es una garantía adicional poder contar con el apoyo de uno de los mayores teólogos de la Reforma para ese propósito.

 

Este texto forma parte del prólogo de la próxima edición de El libro de oro de la verdadera vida cristiana que publicará próximamente la editorial CLIE.

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