Jesús bebió de la esponja

En el mundo antiguo se pescaban esponjas para usos domésticos. El filósofo griego Aristóteles se refiere ya a su utilización y también se citan en la Ilíada y la Odisea.

08 DE AGOSTO DE 2019 · 16:00

Foto: Antonio Cruz,
Foto: Antonio Cruz

Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja,

y la empapó de vinagre,

y poniéndola en una caña, le dio a beber.

(Mt. 27:48)

  

El término griego spóngos, σπόγγος (en latín, spongia) aparece en los Evangelios en relación a la crucifixión de Jesús (Mt. 27:48; Mc. 15:36; Jn. 19:29). Una esponja empapada en vinagre se les ofrecía a los crucificados para hacer más llevadero su horrible sufrimiento. No se trataba del mismo vinagre que se usa en la actualidad sino de un vino agrio aguado que fermentaba produciendo ácido acético (acetum) y era muy popular entre la soldadesca romana. El escritor latino, Plinio el Viejo, se refiere a este acetum y afirma que al mezclarse con agua recibía el nombre de posca. Una bebida hecha con vino de poca calidad pero muy popular en las clases más bajas del Imperio romano. Jesús tomó dicho “vinagre” antes de entregar su espíritu (Jn. 19:30).

En el mundo antiguo se pescaban esponjas para usos domésticos. El filósofo griego Aristóteles se refiere ya a su utilización y también se citan en la Ilíada y la Odisea. Una vez convenientemente secadas al aire libre y expuestas al sol para extraerles la materia orgánica de los tejidos blandos, se convertían en materiales de consistencia porosa y elástica.

Como eran ideales para retener cierta cantidad de líquidos, se las empleaba en diversas actividades. Ningún otro material fabricado por el ser humano puede compararse a las esponjas naturales con fines cosméticos, para el baño, la pintura o su uso ornamental. Las especies más comunes que se han venido pescando en el Mediterráneo oriental desde la más remota antigüedad han sido la esponja común (Hippospongia communis), las esponjas de baño (Spongia officinalis mollissima y Spongia officinalis adriática) y la oreja de elefante (Spongia agaricina) entre otras. Actualmente las esponjas de baño casi se han agotado en el Mediterráneo y aquellas que se siguen comercializando suelen provenir de otros mares como el Caribe.

Una de las esponjas más frecuentes del Mediterráneo es Petrosia ficiformis. Es de color marrón oscuro y forma grandes masas planas repletas de orificios u ósculos por donde penetra el agua cargada de nutrientes. Las pequeñas motitas blancas de la imagen arriba son una nube de minúsculos crustáceos misidáceos que nadan alrededor.

 

Foto: Antonio Cruz,

La esponja catedral (Sarcotragus fasciculatus) es abundante en el Atlántico y el Mediterráneo. Suele medir entre 7 y 20 cm de altura y habita en zonas que van desde donde baten continuamente las olas (unos dos metros de profundidad) hasta los 40 metros.

En ocasiones, las esponjas mediterráneas adoptan coloraciones muy llamativas, como la de la especie Axinella damicornis que forma ramas planas de un amarillo intenso en forma de abanico, que pueden recordar la cornamenta del alce. Suele encontrarse en lugares expuestos a la luz a una profundidad comprendida entre los 15 y los 50 metros.

 

Foto: Antonio Cruz.

Las esponjas vivas parecen vegetales acuáticos ya que aparentemente no se mueven. De ahí que no se consideraran como auténticos animales hasta el año 1825.

Sin embargo, cuando se penetra a través de sus numerosos poros inhalantes u ostiolos (de ahí el nombre de Poríferos) se descubren multitud de células microscópicas (coanocitos) provistas de un pequeño flagelo que no para de moverse para atraer las pequeñas bacterias y partículas de materia orgánica que les sirven de alimento. Cuando esta corriente ha dejado su nutritiva carga sale por uno o varios poros de mayor tamaño, llamados ósculos. Las esponjas no tienen tejidos diferenciados como ocurre en la mayoría de los seres pluricelulares.

Su reproducción puede ser sexual o asexual. Esta última tiene lugar por gemación, en el cuerpo de la esponja adulta aparece una pequeña yema que crece hasta separarse de su progenitora y convertirse en otra esponja independiente. La reproducción sexual de las esponjas puede ser autónoma o heterónoma. En el primer caso, los espermatozoides fecundan a los óvulos del mismo individuo, mientras que en el segundo, los gametos masculinos de una esponja salen de ella y fecundan a los óvulos de otra esponja diferente.

Los principales componentes del esqueleto de una esponja son las espículas y las fibras de espongina. Las espículas microscópicas son tan variadas que para describirlas se ha desarrollado todo un extenso vocabulario especializado. El estudio detallado de este minúsculo esqueleto interno es el que ha permitido estudiar el difícil grupo zoológico de las esponjas y clasificarlas adecuadamente.

Hoy se conocen alrededor de 3000 especies diferentes repartidas por todos los mares y lagos del mundo, ya que también hay esponjas de agua dulce. Cada año se describen muchas especies nuevas. Los recientes estudios han puesto de manifiesto que estos animales generan productos químicos, relacionados con sus sistemas defensivos, que pueden tener interés comercial. Entre sus principales depredadores figuran peces, moluscos nudibranquios, gusanos poliquetos, cangrejos y estrellas de mar.

El reverendo John Stevenson, teólogo y naturalista inglés del siglo XIX y principios del XX, comentando el salmo 22 escribió estas palabras:

“Todos mis huesos se descoyuntaron. Por el intenso dolor y horribles sufrimientos que produce, el potro es considerado el instrumento de tortura más refinado, sofisticado y aterrador. Y la cruz en la que fue clavado el Salvador hacía los mismos efectos que el potro, puesto que distendía los huesos del cuerpo hasta sus límites. Por ello leemos en el salmo veintidós que “todos mis huesos se descoyunta- ron”. Sin embargo, y por los testimonios que nos han quedado de la época, el suplicio de la cruz debía de ser mucho peor aún que el del potro. Permanecer colgando durante tres horas largas, con los brazos extendidos hasta sus límites, y con las manos y pies (partes del cuerpo especialmente sensibles por la concentración de nervios y tendones que hay en ellas), clavados a un madero; debía de producir, sin duda, unos dolores tan intensos que resultan imposibles de medir y describir. No en vano cierto escritor pagano para referirse a los dolores más profundos, intensos y amargos que se puedan llegar a experimentar los compara a los dolores de la cruz y los denomina «dolores acerrimi dicuntur cruciatus». Y tiene sentido. Pues que le dieran a beber a modo de bienvenida a la cruz una copa con hiel mezclada con mirra, y como despedida una esponja mojada con vinagre demuestra el amargor encarnizado y la intensidad indescriptible de los dolores involucrados en esta cruel forma de ejecución.”[1] 

Las esponjas, igual que las espinas, quedaron para siempre unidas al horror de la cruz por el que tuvo que pasar el Señor Jesucristo para salvar al ser humano.


[1] Spurgeon, C. H., 2015, El tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 627.

 

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