La iglesia y la atracción hacia el mismo sexo, de Ed Shaw

La autoridad que nos gobierna hoy es la felicidad a corto plazo, tanto fuera como dentro de la iglesia.

18 DE ABRIL DE 2019 · 17:00

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “La iglesia y la atracción hacia el mismo sexo”, de Ed Shaw (Peregrino, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí

Error de concepto 4: Si te hace feliz, ¡debe ser bueno!

¿Ser feliz?

A veces tengo momentos a los que yo llamo «de suelo de cocina». Los llamo así porque acabo sentado en el suelo de la cocina. Pero no porque esté haciendo algo útil como fregarlo, aunque eso siempre le vendría bien.

Más bien estoy allí llorando. Y la razón de esas lágrimas es la infelicidad que me trae mi experiencia de atracción hacia personas de mi mismo sexo. El dolor punzante que a veces siento por no tener una pareja, relaciones sexuales, hijos, y todo lo demás.

Ya sé lo que mis amigos y familiares no creyentes me dirían en esos momentos. Si no vivir conforme a mi atracción me hace tan infeliz, debería empezar a vivir poniéndola en práctica. Debería buscar un buen hombre, disfrutar relaciones sexuales estupendas, adoptar niños preciosos y ser feliz.

Y sé que a muchos de mis amigos y familiares creyentes les costaría saber qué decirme en esos momentos. Mi infelicidad por no vivir de acuerdo a mi atracción es lo que más les convence de que debería vivir de acuerdo a ella.

Está claro que Dios quiere que seamos felices, ¿no? Si yo pudiera buscarme un buen hombre cristiano y «casarme» con él, ¿qué tendría de malo tener relaciones e hijos con él? ¿Cómo puede Dios condenar algo que traería tanta felicidad a tanta gente?

¿Por qué soy tan arrogante pensando que sé lo que me diría tanta gente? Porque a veces se me pasan por la mente esas cosas. Porque la máxima autoridad en el mundo en que vivimos hoy es nuestra felicidad personal.

Si alguien o algo produce infelicidad en nuestra vida, debe ser incorrecto. Si alguien o algo nos hace feliz, debe ser lo correcto. Hay pruebas de ello por todas partes. La felicidad es lo que nos prometen los anuncios si compramos su producto.

Es lo que nos traerán los políticos si les damos nuestro voto. Es lo que nos ofrece el nuevo amor de nuestra vida si dejamos el anterior. Es la razón por la que los seres humanos hacen la mayoría de las cosas. Simplemente queremos ser felices, y tomamos nuestras decisiones según qué nos vaya a traer la felicidad más rápidamente (o, quizá, de forma más barata).

 

Portada del libro.

Pero, por supuesto, esto no es así en la iglesia evangélica, ¿o sí? Pasamos mucho tiempo señalando esto, alertando a otros de los peligros. Pero vamos a ver cómo este error de concepto se ha infiltrado en nuestras propias iglesias, cómo dejamos que nuestra felicidad personal determine también nuestras decisiones. Creo que solo dos ejemplos bastarán para demostrar lo que quiero decir.

Vuelve unas generaciones atrás y encontrarás que el divorcio no era una opción para la mayoría de los cristianos. Los pastores solo lo habrían recomendado para los peores casos de adulterio en serie o de violencia conyugal (y con razón).

Pero hoy en día ya no es nada fuera de lo común entre las familias de la iglesia. ¿Qué argumento se usa para justificar esto? Nuestra felicidad: no puede ser bueno seguir en un matrimonio que me está haciendo infeliz.

Ya que ahora estamos convencidos de que lo que Dios quiere es que seamos felices, pues felizmente ignoramos lo que él dice acerca del divorcio (Mateo 5:31-32).

Del mismo modo, la actitud de los cristianos occidentales en cuanto a la prosperidad económica está arraigada en nuestra creencia de que Dios está dedicado al cien por cien a nuestra felicidad (la felicidad según la define nuestra sociedad, no él).

Y aunque nunca querríamos admitirlo, y a menudo condenamos a los vendedores ambulantes del «evangelio de la prosperidad», nos hemos embarcado junto con el mundo a nuestro alrededor en la creencia de que el dinero da la felicidad.

Así que daremos lo que podamos permitirnos, pero solo después de haber pagado lo que ya no consideramos lujos: el tercer par de zapatos, el teléfono de última generación, las vacaciones al extranjero, las tarifas de la escuela con instalaciones de categoría mundial, la pensión que nos permitirá mantener el mismo estilo de vida hasta que nos muramos...

Pocos pastores se atreverían a pedirles a los miembros de sus iglesias que sacrifiquen la felicidad que estas cosas aparentemente garantizan. En generaciones pasadas, el estilo de vida de muchos cristianos era visiblemente diferente al de sus vecinos de al lado.

Hoy en día, no hay nada que nos distinga. Tememos que nuestra vida sea menos feliz sin estas cosas. Y ya que asumimos que Dios quiere que seamos felices, felizmente ignoramos la clase de generosidad que da más de lo que creemos que podemos permitirnos (2 Corintios 8—9).

La autoridad que nos gobierna hoy es la felicidad a corto plazo, tanto fuera como dentro de la iglesia. Y hemos cambiado a Dios, a veces de forma descarada (las secciones liberales de la iglesia) y a veces de forma más sutil (los evangélicos), para que se ajuste a nuestro deseo de ser felices.

Ahora, citando la frase de Tim Keller, a menudo es solo como un «dios de Stepford»1, un dios inventado por nosotros (como Las mujeres de Stepford, creadas por sus propios maridos), un dios que quiere que seamos felices de las mismas maneras en que nosotros (guiados por la sociedad que nos rodea) queremos ser felices. Un dios que no es más que el poste de un tótem, que nunca contradiría que podamos hacer lo que nos dé la gana.

De hecho, en muchos contextos de iglesia, el único grupo al que aún se le pide que haga algo que les haga infelices es a los cristianos que experimentan atracción hacia personas de su mismo sexo.

Así que es comprensible (casi admirable) la coherencia de permitirles ahora que ellos también hagan lo que les dé la gana. ¡Así todos podremos ser felices juntos!

 

¿Por qué ser infelices?

En un ambiente en el que la felicidad es casi siempre la autoridad final, mi decisión de no vivir conforme a mi atracción hacia personas de mi mismo sexo parece totalmente inviable, porque a menudo me hace infeliz.

No solo lucho contra mis propios deseos poderosos; parece como si luchara contra la corriente de todo el mundo a mi alrededor. Así que por qué no concluir que Dios simplemente quiere que sea feliz, y felizmente ignorar lo que él dice en cuanto a que el sexo homosexual le es abominación (Levítico 18:22)?

¿Qué me impide coger el Tipp-Ex y usarlo con liberalidad en mi biblia? Bueno, no estoy seguro de que hacer lo que yo creo que me haría feliz realmente me haría feliz. Si yo hubiera mantenido relaciones sexuales con cada hombre con el que hubiera querido mantenerlas, habría llevado una vida de promiscuidad sexual.

En ese momento, parecía que cada hombre me haría feliz. Y quizá habría sido así. . . por un tiempo. Pero el placer habría sido pasajero. Muchas de las consecuencias, sin embargo, habrían sido malas para mí, para ellos, y también para otros.

 

Ed Shaw.

¿Cómo sé esto? Porque, sinceramente, el mundo a nuestro alrededor lo deja claro. Algunas de las películas de Hollywood que he visto recientemente muestran un poderoso mensaje de que la promiscuidad sexual no trae la felicidad, sino más bien todo lo contrario.

Sorprendentemente, mi idea mundana equivocada de que muchas relaciones sexuales equivalen a mucha felicidad ha sido corregida rápidamente por productores de cine no cristianos.

En muchos contextos diferentes, la gente del mundo a nuestro alrededor están empezando a darse cuenta de la realidad de que vivir para conseguir ser felices aquí y ahora es, de hecho, una forma segura de garantizar la infelicidad a largo plazo.

Volviendo a los que se divorcian a la primera señal de infelicidad en un matrimonio: en su libro sobre el matrimonio, Tim y Kathy Keller ayudan a mostrar esto al apuntar a la estadística secular:

Algunos estudios longitudinales demuestran que dos tercios de los matrimonios infelices se tornarán en felices en un plazo de cinco años si permanecen casados y no se divorcian.

Muchos que han animado a otros a dejar un matrimonio infeliz en aras de su felicidad pueden haberles hecho un flaco favor. Y mira de nuevo el ejemplo del materialismo.

El número de no creyentes que deliberadamente se proponen vivir con menos también nos muestra que muchos han reconocido la mentira de que algunas posesiones más, unas vacaciones más, mejores instalaciones educativas y una pensión abultada sean suficientes para comprarte (a ti y a tus seres queridos) la verdadera felicidad. Necesitamos algo más para lo que vivir y de lo que vivir.

El problema de la viabilidad aquí realmente le pertenece al mundo a nuestro alrededor, y muchos de nuestros amigos y familiares no cristianos están empezando a comprenderlo.

 

La verdadera felicidad

Lo que todos necesitamos es una nueva autoridad. De hecho, lo que más necesitamos es la antigua autoridad: a Dios mismo, alguien fuera de nosotros para quien vivir, las normas de alguien que nos marquen cómo vivir. Necesitamos empezar a seguirle y escucharle.

¿Por qué? ¿Por qué reemplazar nuestro deseo primario de felicidad por un deseo primario de obedecer la Palabra de Dios? ¿Por qué rendirle nuestra soberanía personal a él? La sección central del Salmo 19 me parece convincente:

La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón (Salmo 19:7-11).

El mundo a nuestro alrededor está constantemente cambiando su opinión acerca de lo que nos va a traer la felicidad. En algunos momentos de la historia, la promesa de la verdadera felicidad estaba ligada a la fidelidad sexual (en los años 1950), pero en otras ocasiones solo a través de la promiscuidad sexual (en los años 1960).

Un poco más atrás en la historia, la represión sexual victoriana fue una reacción a la licencia sexual georgiana. Un hombre o una mujer con atracción hacia su mismo sexo que naciera en 1930 habría recibido casi toda la vida el mensaje de la sociedad de que tenía que reprimir esos deseos, y solo en el último par de décadas (ya con setenta u ochenta años) se le habría permitido expresarlos libremente.

¿Quién sabe dónde se nos dirá que vamos a encontrar la felicidad dentro de otros cincuenta años? Es casi seguro que todo va a cambiar de nuevo por completo, ya sea en materia sexual o de cualquier otro ámbito.

¿Quién sabe cuándo la sociedad se ha pasado de la raya en una dirección o en la contraria? La oscilación del péndulo en casi cualquier tema ha sido enorme, y nunca sabemos hacia qué dirección avanzamos en ningún momento.

Por el contrario, la Palabra de Dios (su «ley», sus «estatutos», «preceptos», «mandamientos» y «decretos», el contenido de nuestras biblias hoy) nos ofrece la sabiduría perfecta y digna de confianza que necesitamos. ¿No estás seguro de lo que es realmente bueno para ti? La Palabra de Dios siempre es acertada, y te mostrará lo que es bueno que hagas.

En un mundo donde cualquier otra autoridad cambia de opinión, ella es permanente y segura. Su origen divino nos otorga la perspectiva atemporal que todo lo alcanza a ver y conocer y que es una autoridad digna por la que regir nuestras vidas.

Especialmente si, como nos recuerdan los primeros versículos del Salmo 19, su autor es también nuestro Creador, que es el más indicado para saber qué es lo mejor para nosotros. Por eso dice el salmista que su ley es más deseable que el oro y más dulce que la miel.

Y, curiosamente, si obedecemos la Palabra de Dios obtendremos además la verdadera felicidad que tanto anhelamos. Nuestras almas serán reavivadas, experimentaremos el gozo auténtico, tendremos el conocimiento que necesitamos en la vida, y seremos maravillosamente recompensados por nuestra obediencia.

Las promesas sin ambigüedades que contiene este salmo (y que se repiten a lo largo de la Escritura: Mateo 5:1-10; Juan 10:10) reemplazan nuestro deseo primario de felicidad personal con un deseo primario de obedecer la Palabra de Dios, e implican que la verdadera felicidad se nos dará como un regalo.

Y esas son verdades bíblicas que me detienen de practicar conforme a mi atracción hacia personas de mi mismo sexo. Tienen el poder de mantenerme fiel a la Palabra de Dios en los momentos cuando la obediencia a sus mandamientos me ha dejado llorando en el suelo de la cocina.

Me aseguran que es cierto lo que mi autor preferido, C. S. Lewis, escribió en una ocasión:

Si ambicionamos ser diferentes a como Dios quiere que seamos, anhelamos realmente algo que no nos hará felices. Las exigencias divinas, incluso cuando a nuestro oído natural suenan como apremios de un déspota en vez de como ruegos de un amante, nos conducen realmente adonde nos gustaría ir si supiéramos lo que queremos3.

Cuando yo quiero vivir la vida como un hombre gay, abrazar toda esa identidad y estilo de vida modernos, la Palabra de Dios me asegura que eso no me va a hacer feliz: aunque negar a mis deseos sexuales la afirmación y la expresión que yo querría pueda sonar cruel y falto de amor, es en realidad lo que yo mismo elegiría si supiera lo que es mejor para mí.

El Salmo 19 me garantiza lo que más anhelo, incluso aunque me impida obtenerlo de la forma en que a menudo lo querría.

Por eso intento que la Palabra de Dios sea la autoridad en mi vida más que lo que yo (o lo que cualquier otro ser humano) pueda pensar que me traerá la felicidad. Lo cual es, por supuesto, lo que realmente significa ser cristiano: creer en la Palabra de Dios y por tanto confiar en él.

Lo contrario (no creer la Palabra de Dios y desobedecerle) es lo que la humanidad ha hecho de manera instintiva desde que Adán y Eva abrieran el camino en Génesis 3.

En lo más profundo de ser cristianos se encuentra un reconocimiento de haber estado sometidos a la autoridad equivocada (nuestra propia felicidad) y de que necesitamos someternos a una nueva autoridad (la manera de ser feliz de Dios según la expresa en su Palabra).

Por eso algo está profundamente mal cuando los cristianos empiezan a corregir y cambiar esas partes de la Biblia que no les gustan; esto muestra que no se están sometiendo realmente a Dios en absoluto, sino que quieren seguir definiendo ellos mismos lo que está bien y lo que está mal. Esto ha sido siempre un error, y es lo que ha causado toda la infelicidad que hay en nuestro mundo (de nuevo, Génesis 3).

Como cristianos, no debemos encarnar la desobediencia de nuestros padres humanos (Adán y Eva), sino la completa obediencia de nuestro Señor y Salvador (Jesucristo). Él se sometió a todo lo que le indicó la Palabra de Dios por el gozo que sabía que pronto sería suyo (Hebreos 12:2).

Nosotros experimentaremos lo mismo si mostramos la misma obediencia paciente.

Felicidad duradera

Ahora bien, esto va a significar infelicidad temporal (el ejemplo de Jesús nos debería preparar para ello). Pero no va a significar sacrificar la felicidad para siempre. Solo la pospondrá; o, mejor dicho, la cambiará por la variedad genuina y duradera que empezaremos a experimentar incluso ahora.

No se trata solo de una promesa vacía para el futuro. Para mí probablemente incluirá más momentos en el suelo de mi cocina. Pero lo que me va a levantar de ese suelo es abrazar la verdad de que la felicidad a largo plazo que anhelo viene a través de la obediencia a la Palabra de Dios.

Otra cosa que me va a ayudar a levantarme del suelo de la cocina es ver a otros cristianos sacrificar también su felicidad a corto plazo por obediencia a Dios. Me anima mucho a obedecer lo que Dios dice en cuanto al sexo ver la obediencia costosa de otros cristianos en áreas totalmente diferentes de sus vidas (y en respuesta a mandamientos muy distintos).

Algunos misioneros asociados a mi iglesia han sacrificado una vida fácil en el Reino Unido por una vida difícil como obreros estudiantiles en Grecia y Japón, por obediencia a la Gran Comisión.

Un buen amigo mío ha estado dispuesto a sacrificar su reputación profesional por defender una postura fiel a la verdad, debido a su convicción de que Dios quiere que sus hijos siempre digan la verdad. Otro amigo mío perseveró en un matrimonio que casi todo el mundo habría abandonado porque sabe que Dios aborrece el divorcio.

Una compañera rechazó una carrera académica muy prometedora para trabajar para nuestra iglesia, porque ella cree que así es como Dios le está pidiendo que use sus dones.

Todos ellos son (probablemente para sorpresa suya) el tipo de personas que más me han hecho sentir la viabilidad de la vida que estoy viviendo, y alabo a Dios por ellos. Ellos han creado el tipo de estructura de viabilidad que necesito. Sin ellos, me sería mucho más fácil levantarme del suelo de la cocina.

Así que, ¿tú quieres hacer que la vida de los cristianos que experimentan atracción hacia personas de su mismo sexo sea más viable? ¡Entonces haz cosas igual de contraculturales! Tómate un momento para reflexionar sobre la última decisión importante que hayas tomado.

Si eres sincero, ¿tus acciones fueron motivadas principalmente por lo que te iba a hacer feliz aquí y ahora? Si eso es así, reconoce el error de concepto que es pensar que si te hace feliz, debe ser lo correcto.

Arrepiéntete y deja de considerar tu felicidad personal como la máxima autoridad en tu vida; toma la Palabra de Dios como tu autoridad.

Experimenta la infelicidad temporal que a menudo te traerá esto, en la esperanza segura de que la felicidad duradera que promete la Palabra de Dios será algún día toda tuya para siempre en su nueva creación.

Pregunta de aplicación

¿Cómo podemos seguir comprobando que nuestras decisiones no estén más regidas por cómo nos hacen sentir que por lo que la Palabra de Dios dice que es bueno para nosotros?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Fragmentos - La iglesia y la atracción hacia el mismo sexo, de Ed Shaw