Ceñirse en el aire

Son capaces de ver su camino en el cielo y seguirlo fielmente. No sólo nos dan ejemplo a las personas sino que evidencian la sabiduría de un Dios omnipotente.

22 DE MARZO DE 2019 · 09:00

Ejemplar hembra de cernícalo. / Antonio Cruz.,
Ejemplar hembra de cernícalo. / Antonio Cruz.

¿Es tu sabiduría la que hace que el halcón vuele y que hacia el sur extienda sus alas? (Job 39: 26)

La palabra “cernícalo” no aparece en las versiones españolas de la Biblia. En su lugar, figuran “gavilán” o “halcón”. De hecho, el cernícalo es una especie de halcón pequeño muy abundante en Israel y en buena parte de las demás tierras bíblicas.

Es muy probable que dicho animal esté contemplado también entre las especies impuras de la lista de Levítico (11:16).

El comentario del libro de Job (39: 26) define sorprendentemente la costumbre que tienen ciertos cernícalos, como el Falco tinnuculus, de ceñirse en el aire de forma conspicua (de ahí les viene el nombre común), mirando en la dirección del viento y permaneciendo casi inmóviles entre los 10 y 20 metros de altura, con la intención de observar bien a sus posibles presas, antes de abalanzarse sobre ellas como un auténtico proyectil.

El cernícalo vulgar (Falco tinnuculus) es una de las rapaces más conocidas y observadas de la familia Falconidae, aunque recientemente su número ha disminuido como consecuencia de la mecanización de la agricultura.

Se conocen una decena de subespecies que viven en África, Asia y Europa, aunque debido a la manipulación humana alguna de ellas se ha extendido también por América, Caribe e Indonesia. Tienen el tamaño de una paloma con las alas largas.

Cazan de día y suelen pararse sobre cables y postes eléctricos. Los machos tienen la cabeza gris azulada y la parte superior algo rojiza, mientras que las hembras presentan la cabeza y cola pardas.

El texto mencionado de Job puede interpretarse también desde la perspectiva de la migración. Algunos cernícalos migran al norte de Europa durante el verano, mientras que lo hacen en la dirección opuesta, es decir hacia el sur, en invierno.

 

Los cernícalos se “ciernen” en el aire, permaneciendo casi inmóviles en el mismo lugar. / Antonio Cruz.

La ciencia va desvelando poco a poco el misterio de la migración de las aves pero todavía hay cosas que no se comprenden bien. Sabemos de la existencia de unas 600 especies de aves emigrantes en Eurasia y de alrededor de 200 especies más en Norteamérica.

¿Qué las dirige tan certeramente en sus viajes migratorios? ¿Cómo saben cuándo deben partir y a donde deben ir? El momento de la migración está relacionado con ritmos fisiológicos internos.

Las aves sufren cambios en su cuerpo provocados por la duración de las horas de luz, la lluvia, el viento o los ciclos reproductivos, que les producen un estado de hiperactividad o inquietud migratoria.

Esto les motiva a comer en exceso para acumular grasa en los músculos pectorales, y otras partes del cuerpo, que será usada como combustible para sus largos viajes.

Muchas especies pierden hasta la mitad de su peso durante el trayecto. Algunas aves marinas, como la golondrina de mar ártica y los págalos, recorren más de 13.000 kilómetros en su traslado desde el Ártico hasta la Antártida.

¿Qué mecanismo biológico les permite realizar tales proezas? Las aves no sólo son capaces de orientarse a través del campo magnético de la Tierra, sino que pueden “ver” correctamente su dirección gracias a una especie de brújula magnética que poseen en la región de la visión de su cerebro, denominada “clúster N”.[1]

Es como un sexto sentido del que los humanos carecemos.

Son capaces de ver su camino en el cielo y seguirlo fielmente. No sólo nos dan ejemplo a las personas sino que evidencian la sabiduría de un Dios omnipotente.

 

[1] Manuela Zapka, Dominik Heyers, Christine M. Hein, Svenja Engels, Nils-Lasse Schneider, Jorg Hans, Simon Weiler, David Dreyer, Dmitry Kishkinev, J. Martin Wild, Henrik Mouritsen. “Visual but not trigeminal mediation of magnetic compass information in a migratory bird” Nature vol 461, 29 de octubre de 2009, doi:10.1038/nature08528

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