Dámaso Alonso: poesía religiosa

Entre la mente de Dios y la mente del hombre existirá siempre esa abismal distancia teórica que hay entre el cielo y la tierra de la que habla el profeta Isaías. Los caminos de Dios no son los caminos del hombre. Ni los ojos de Dios son los ojos del hombre.

27 DE JULIO DE 2018 · 05:45

Retrato de Dámaso Alonso por Hernán Cortés.,
Retrato de Dámaso Alonso por Hernán Cortés.

Dámaso Alonso Fernández nació en Madrid el 22 de octubre de 1898. Desnació el 24 de enero de 1990. Estudió en la Universidad Central, donde se licenció en Derecho y se doctoró en Filosofía y Letras.

En 1921 publicó su primer libro de versos, Poemas puros. Fue lector y profesor de español en Universidades de Inglaterra, Alemania, Estados Unidos y Puerto Rico, y doctor Honoris Causa por Universidades de estos y otros países. En 1968 fue elegido presidente de la Real Academia Española de la Lengua, cargo que ostentó hasta 1981. En opinión del escritor y poeta José García Nieto, “con Dámaso Alonso se perdió una figura literaria universal, tanto de la filología como de la poesía, y no sólo en España, sino en el resto del mundo. Era un hombre del siglo, muy querido y valorado en Hispanoamérica y en toda Europa no sólo por pertenecer a la generación del 27, sino por protagonizar múltiples actividades –erudito, filólogo, profesor, poeta, conferenciante- que ha cultivado dilatadamente, prácticamente hasta el final de sus días”.

La obra completa de Dámaso Alonso, que comprende libros de poesía, estudios y ensayos sobre lengua y literatura españolas está recogida en seis volúmenes de la Editorial Gredos.

Dámaso Alonso estuvo considerado como el autor de algunos de los poemas más hermosos y desgarrados. Todos los grandes temas de la filosofía contemporánea tuvieron cabida en su obra. Sin llegar a la obsesión de Miguel de Unamuno, a quien recuerda en sus versos, la poesía de Dámaso Alonso está impregnada de una religiosidad pura, no conformada por confesión concreta alguna. Es más, para el poeta madrileño toda poesía es religiosa. Así lo afirma en Poetas españoles contemporáneos, libro del que cito el siguiente párrafo:

“Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios en la Belleza. Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego, acaso. Se volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del misterio, llegará quizá a la blasfemia. No importa. Si trata de reflejar el mundo, imita la creadora actividad. Cuando lo canta con humilde asombro, bendice la mano del Padre. Si se resuelve, iracunda, reconoce la opresión de la poderosa presencia. Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así va la poesía de todos los tiempos en busca de Dios…”.

Hijos de la ira, Oscura noticia, Hombre y Dios y Duda y amor sobre el Ser Supremo, son algunos de sus libros en los que con más frecuencia incide en el tema religioso.

Luis Rosales, fallecido en 1992, amigo íntimo del poeta, poeta de prestigio él mismo dice que Dámaso no trató de inquirir la existencia de Dios. Sin embargo, el tema de Dios es una constante en su poesía. “Lo toca siempre. Lo toca siempre dándole el mismo enfoque. Lo toca siempre con bastante originalidad. Le dedicó un libro, Hombre y Dios, y luego, desde esa mayoría de edad que tan pocos poetas llegan a conseguir, sólo escribió para cuestionar lo que ocurre al hombre tras la muerte”.

Para Dámaso Alonso, Dios es una presencia invisible que se resiste a la indagación del hombre. En su oración en búsqueda de la luz, del libro Gozos de la vista, el poeta recuerda a los profetas hebreos del Antiguo Testamento. Dice:

“Dios mío, no sabemos de tu esencia ni tus operaciones. ¿Y tu rostro? Nosotros inventamos imágenes para explicarte, oh, Dios inexplicable: como los ciegos con la luz. Si en nuestra ciega noche se nos sacude el alma con anhelos o espantos, es tu mano de pluma o tu garra de fuego que acaricia o flagela. No sabemos quién eres, cómo eres. Carecemos de los ojos profundos que pueden verte, oh Dios. Como el ciego en su poza para la luz. ¡Oh, ciegos, todos! ¡Todos, sumidos en tiniebla!”.

La libertad interna del hombre es el fundamento de su responsabilidad moral. Como en las epístolas paulinas, el hombre es colaborador de Dios, administrador de la obra que Dios ha puesto en sus manos. Así lo ve Dámaso Alonso en el quinto comentario de Hombre y Dios.

“Mi Dios limita con mi voluntad:

porque él me hizo libre.

porque me ha hecho su colaborador:

su administrador delegado.

Me ha dado las llaves de sus graneros de potencia:

el mando de mis facultades operarias.

Yo administro creación, yo prolongo creación:

porque libertad es creación”.

Con todo, entre la mente de Dios y la mente del hombre existirá siempre esa abismal distancia teórica que hay entre el cielo y la tierra de la que habla el profeta Isaías. Los caminos de Dios no son los caminos del hombre. Ni los ojos de Dios son los ojos del hombre.

“Nadie duda

que la vista divina (la divina intuición)

es algo que la humana vista nunca ha podido

ni entrever:

Nosotros vemos la creación como hombres;

Dios sólo como Dios.

Mas lo abismal es esto: que no puede

dejar de verla como Dios.

Pero Dios se hace visible en su creación humana:

Dime, Dios mío, que tu amor refulge

detrás de la ceniza.

Dame ojos que penetren tras lo gris

la verdad de las almas,

la hermosa desnudez de tu imagen:

el hombre”.

Los versos anteriores son de Hombre y Dios. En Gozos de la vista Dámaso Alonso se asoma a los abismos de la teología íntima y expresa su amor entrañable, su claudicación interior ante el significado profundo del nombre Dios:

“Yo digo “Dios”, y quiero decir “te amo”,

quiero decir: “Tú, tú que me ardes”,

quiero decir “tú, tú

que me vives, vivísimo, alertísimo”,

te digo “Dios”, como si dijera “deshazme, súmeme”,

como si dijera “toma este hombre-Dámaso, esta diminuta

incógnita -Dámaso,

oh, mi Dios; oh mi enorme, mi dulce Incógnita”.

El último libro poético de Dámaso Alonso, Duda y amor sobre el Ser Supremo, fue escrito en 1985. En las tres partes que componen la obra, el poeta se plantea el tema de la inmortalidad del alma y considera tres posibilidades: el alma muere al morir el cuerpo; el “no alma”, cuya naturaleza se limita a las funciones del cerebro, y el alma eterna, inmortal, que requiere la presencia de un Dios todopoderoso.

Sin embargo, el tema de la inmortalidad del alma lo dejó resuelto en su más brillante y polémico libro, Hijos de la ira, aparecido en la primavera de 1944. (El título está inspirado en la epístola de Pablo a los Efesios, capítulo 2, versículo 3: “Éramos por naturaleza hijos de la ira”). En el último poema del libro el poeta habla de sus dos amores, la mujer y la madre, y les pide que sigan dándole siempre su amor:

“Para que no me hunda en la noche,

para que no me manche,

para que tenga el valor que me falta

para seguir viviendo,

para que no me detenga voluntariamente en mi camino,

para que cuando mi Dios quiera gane la inmortalidad

a través de la muerte,

para que Dios me ame,

para que mi gran Dios me reciba en sus brazos,

para que duerma en su recuerdo”.

Dámaso Alonso ya tiene la respuesta a sus preguntas, a sus deseos y a sus inquietudes. En palabras del dramaturgo belga Maurice Maeterlinck, para poder aniquilar el alma sería necesario arrojarla a la nada y que la nada existiera. Y si existe, en cualquier forma que sea, ya no es la nada.

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