Henrik Ibsen: Dios y muerte

Los personajes de su teatro son seres en permanente conflicto, que no saben qué hacer con la vida.

30 DE MARZO DE 2018 · 07:10

Estatua de Ibsen. / Sparkica,
Estatua de Ibsen. / Sparkica

Henrik Ibsen nació en Skien, Noruega, el 20 de marzo de 1828. Estuvo cinco años empleado como ayudante de farmacia. Quiso estudiar medicina y, según él, malgastó un año en la Universidad. A los 23 se convirtió en director de escena y escritor para el Teatro Nacional de Bergen. A partir de ahí dedicó todo su tiempo a la literatura y al teatro. En 1864 abandonó Noruega, adonde no volvería en 26 años. Vivió en Italia y Alemania.

En un apartamento de la calle Arbins Gate, en Oslo, Ibsen vivió los últimos días de su vida. Javier Espinoza cuenta que hallándose moribundo, el enfermo fue visitado por un grupo de amigos. La enfermera que lo atendía quiso dar una nota de optimismo y anunció que el dramaturgo se encontraba bien. En esos momentos Ibsen se incorporó y pronunció sus últimas memorables palabras: “Todo lo contrario”.

Murió el 23 de mayo de 1906.

La Academia sueca cometió la injusticia de no concederle el Premio Nóbel. Según Martín Alonso, “es lástima que una de las figuras más representativas de la literatura dramática universal, Henrik Ibsen muriera sin recibir tan merecida distinción”.

Por el contrario, sus obras le hicieron famoso en Escandinavia. Más tarde su reputación se extendió a toda Europa y a Estados Unidos. Se ha dicho que Bernard Shaw, Eugene O´Neil y otros gigantes de las letras hubieran sido diferentes escritores de no haber existido Ibsen. Luigi Pirandello le colocaba inmediatamente después de Shakespeare. Freud y algunos otros psicólogos de la época usaron las descripciones de los personajes de Ibsen para ilustrar sus teorías y realizar análisis de su carácter. Yolanda de la Torre afirma que su obra influyó en autores españoles tales como Benito Pérez Galdós y Jacinto Benavente. Su trascendencia ha sido tal que, después de Shakespeare, es el autor teatral más representado alrededor del mundo.

Se ha dicho de Ibsen que los personajes de su teatro son seres en permanente conflicto, que no saben qué hacer con la vida. Seres de existencia monótona, llena de engaños y falsedades, hombres y mujeres de una doble moral que se hunden en el vacío.

La Nora de Casa de muñecas (1879), una de sus obras más conocida y representada, es una mujer angustiada por el secreto que esconde. Cuando ve a su propio marido como un ser extraño huye de él, renuncia a los hijos y se escapa del hogar, abandonándose a su destino.

Espectros, drama compuesto en Roma en el verano de 1881 fue calificado en Noruega como una obra de clínica psiquiátrica. Elvira Alving lleva una vida de mentira. Osvaldo pretende contraer matrimonio con una mujer que en realidad es su hermana, pero él no lo sabe. Regina huye de la casa con una bolsa de veneno en el bolsillo. Seres desgraciados todos, incluyendo al pastor protestante Manders.

El drama más árido de Ibsen, tal vez el más conocido es El enemigo del pueblo, escrito en 1882, un año después de Espectros. Aquí la honradez y firmeza del doctor Stockman tropieza con la mezquindad de los habitantes del pueblo a quienes sólo interesa la seguridad material, el alimento diario para el estómago. Los personajes son interlocutores genéricos, gente con la vista puesta en el estercolero.

El pato salvaje es una obra amarga y desoladora. Señala la derrota humana y el fracaso de todos los convencionalismos. Hijamar y Werle representan la renuncia, la mentira y la ira.

En La dama del mar (1888), el estado de ánimo alterado de Ellida permanece largo tiempo. La libertad que el doctor Wangel otorga a su mujer sabe a receta médica. La elección de ella es curación provisional, no salvación. Ellida será siempre una mujer atormentada.

El personaje principal de Al despertar de la muerte (1889), el escultor Arnoldo Rubek, recuerda al fantástico Gog de Papini. Los honores y las riquezas no le hacen feliz. Su reencuentro con Irene, la mujer que un día le sirvió de modelo para su escultura más apreciada, lleva a ambos a la locura y al suicidio en tanto que trazan sobre el abismo el signo de la cruz.

Afirmada queda la fama universal de Ibsen como dramaturgo. Pero preciso es señalar que el genio se complace en los aspectos sombríos de la vida. Sus criaturas pierden humanidad y se debaten en la antítesis entre el ser y el parecer.

Nacido en un hogar protestante, Ibsen confiesa que abandonó la religión a los 30 años. En una carta de 1871 al dramaturgo Bfarnson predice que “caerán pronto todas las religiones”.

De todas las obras que escribió, dos tratan específicamente el tema religioso: Brand, que le lanzó a la fama en 1866 y César y Galilea, de 1873. En Brand el héroe se rebela contra Dios, sólo para terminar arrollado por una avalancha que lo entierra vivo. César y Galilea representa la eterna búsqueda del hombre empeñado en encontrar la verdad que conduce a Dios, cuando, como escribió el apóstol Pablo, Dios está tan cerca de nosotros como nuestra propia respiración. En El vivimos, y nos movemos, y somos. Como lo escribió el ilustre poeta Rabindranath Tagore, “la palabra de Dios está siempre resonando por el mundo, y sólo no la oye el que es voluntariamente sordo”.

El autor noruego fue uno de los más importantes creadores de la moderna literatura dramática, el fundador del teatro de ideas.

El ojo inexorable de Ibsen percibe la duplicidad de la naturaleza humana. El honrado Torvaldo de la Casa de muñecas busca a Dios preocupado hasta la angustia por su salvación, en tanto que Nora espera el milagro de fe. Todos los personajes de Ibsen son portadores de un melodramático vacío espiritual, muertos para Dios, vivos tan solo para la muerte. “La muerte tiene agonías terribles pero muchas veces es dulce, comparada con la vida”, dice el dramaturgo, que todo lo espera de cielo abajo. Para él, como lo expresa en “Un enemigo del pueblo”, “los locos están en una temida y aplastante mayoría a todo lo ancho del mundo… El hombre más fuerte es aquél que está más solo”. ¡Negros y tristes pensamientos!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Henrik Ibsen: Dios y muerte