Las alcaparras de Salomón

Los capullos de la alcaparra se utilizan desde la antigüedad para estimular el apetito.

29 DE MARZO DE 2018 · 19:40

Alcaparro. / Wikimedia Commons.,
Alcaparro. / Wikimedia Commons.

Ten en cuenta a tu creador en tus días de juventud, antes de que lleguen los días malos y se acerquen los años en que digas: “no siento ningún placer”; (…) cuando no se aprecie el almendro, se haga pesada la langosta y sea ineficaz la alcaparra; porque va el ser humano a su morada eterna  y merodean por la calle las plañideras. (Ec. 12:1,5; LP) 

Algunas versiones de la Biblia no contienen el término “alcaparra” (en hebreo, ab-ee-yo-naw' o אֲבִיּוֹנָה). Por ejemplo, en la Reina Valera, en vez de decir “y sea ineficaz la alcaparra” (Ec. 12:5), puede leerse “y se perderá el apetito”.

No obstante, muchos otros traductores (LBLA, DHH, NBD, NBLH, NTV, NVI, BLP y TLA) piensan que se trata de una métafora empleada por el autor de Eclesiastés para describir la vejez y que se refiere al capullo de la alcaparra. Planta que estimula las ganas de comer.

Tal punto de vista viene corroborado también en la Versión de los Setenta, la Vulgata latina, la Versión Peshitta siriaca y otras traducciones en lengua árabe.

Sin embargo, en todas las traducciones la idea es la misma. Se está hablando de las características propias de la vejez y de no sentir ya ningún placer con casi nada.

Es la pérdida o disminución del apetito y de la mayoría de los deseos o placeres de la juventud. Si se entiende por “placer” el de la relación sexual, y por “alcaparra” un fruto afrodisíaco empleado en la antigüedad, conocido por el rey Salomón o por quien fuera el autor de Eclesiastés, resulta que se tiene la misma idea.

Lo que dice aquí el Predicador es que hay que tener en cuenta a Dios sobre todo durante la juventud, etapa de la existencia en la que el ser humano suele hacer las cosas más importantes de su vida y tomar aquellas decisiones que afectarán a otras personas.

Pues, cuando uno llega a anciano disminuye su actividad y se pierden buena parte de las ilusiones o deseos de la mocedad.

La alcaparra (Capparis spinosa) es una planta con tallos colgantes que pueden alcanzar poco más de un metro de longitud. Abunda en Israel, y suele crecer en las hendiduras de las rocas o por los muros y ruinas, de modo muy parecido a como lo hace la hiedra.

Sus hojas son gruesas y redondeadas, enteras en los bordes y sostenidas mediante un corto rabillo. Las flores son grandes, de 4 a 6 cm. de diámetro, blancas o rosadas y nacen de una en una en el encuentro de las hojas con el tallo.

Los estambres son abundantes y están formados por unos largos filamentos púrpuras con las anteras amarillentas. El pistilo también es largo y el fruto carnoso. Las alcaparras son propiamente los capullos inmaduros de la planta, con un tamaño que oscila entre los 3,5 y los 4,5 cm. de longitud, y arrancan del centro de la flor mediante un prolongado rabillo. 

La alcaparra es nativa del sudoeste de Asia pero extendida por el Mediterráneo y por muchas otras regiones del mundo. Sus capullos se utilizan desde la antigüedad para estimular el apetito y como aderezo o condimento alimentario ya que poseen numerosos beneficios para la salud.

Son ricos en flavonoides como los rutósidos y la quercetina, ambos famosos por ser fuente de antioxidantes que previenen contra el cáncer y las enfermedades cutáneas.

Mejoran la circulación sanguínea y poseen propiedades analgésicas, antiinflamatorias y antibacterianas. Las alcaparras contienen minerales como hierro, calcio, cobre y sodio, así como vitaminas A, K, E, niacina y riboflavina.

Destruyen ciertos derivados de las grasas propias de las carnes que son responsables de provocar enfermedades cardiovasculares y de algunos cánceres.

En el siglo XVI, el florentino Domenico Romoli, escribió una especie de enciclopedia culinaria que tituló La singular doctrina, en la que, refiriéndose a las alcaparras, decía que “dan vivacidad al coito”.[1]

Y, entre los demás beneficios de dicho alimento se refiere también al de ser analgésico para órganos como el hígado o el bazo y un buen diurético, antirreumático y antiartrítico.

De la misma manera, otros libros corroboran dichos efectos y se refieren a esta cita bíblica de Eclesiastés (12:5).

En realidad, este capítulo 12 del libro del Predicador parece presentar un cuadro sombrío y pesimista de la vida humana. Salomón había tenido muchas experiencias diferentes a lo largo de su existencia.

Además poseyó recursos suficientes para probarlo casi todo y comprobar personalmente si existe o no verdadera satisfacción aparte de Dios. ¿Dónde reside la felicidad genuina? Intentó encontrar la solución en la naturaleza o en el estudio de aquello que hoy llamamos las ciencias naturales.

En un regreso bucólico al mundo sencillo y natural. Sin embargo, se dio cuenta de que esto no resolvía sus problemas existenciales. Más tarde probó también con la filosofía y el conocimiento, la búsqueda de todo tipo de placeres, el materialismo fatalista, vivir al día de manera egoísta, la religiosidad sin espiritualidad, las riquezas materiales, la práctica de la moralidad, etc.

Por último, en este versículo 12, Salomón les dice a los jóvenes: Volveos a Dios antes de que lleguen los achaques propios la vejez. Antes de que las canas tornen blanca vuestra cabeza como las flores de los almendros.

Antes que una liviana langosta os resulte demasiado pesada. Y antes de que vuestro cuerpo esté tan debilitado que ni las propiedades estimulantes de las alcaparras surtan ya efecto. El ser humano debe buscar a Dios mientras puede ser hallado (Is. 55:6).

[1] https://www.elperiodico.cat/ca/internacional/20080906/taperes-afrodisiaques-a-les-velles-muralles-68656

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - Las alcaparras de Salomón