Objetivo: El corazón, de Murray Capill

La predicación llena de gracia y orientada al corazón debería llevar a las personas a la profunda consciencia de su necesidad de Dios y la disposición de este a encontrarse con ellos en su necesidad.

29 DE MARZO DE 2018 · 18:00

Detalle de la protada del libro.,
Detalle de la protada del libro.

Un fragmento de “Objetivo: El corazón. El arte de aplicar la Palabra de Dios al corazón del oyente”, de Murray Capill (2018, Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Si la gran tarea de predicar consiste en proclamar las fantásticas buenas nuevas, no debemos olvidar nunca que es necesario que estas nuevas no resbalen sobre las personas, sino que penetren en sus corazones. Noche tras noche podemos ver las noticias en la televisión y llegar a ser fácilmente inmunes al impacto de las noticias mayormente malas que vemos y oímos. Podemos quejarnos frente a la violencia, los devastadores desastres naturales o los políticos taimados, pero cuando nos levantamos para lavar los platos, quedar poco afectados por lo que acabamos de presenciar. No se supone nunca que este sea el caso tras escuchar las buenas nuevas de la salvación. Los predicadores deben procurar presentar el evangelio de una forma que penetre en el corazón.

 

Murray Capill.

En el Sermón del Monte, Jesús fue implacable en su «ataque al corazón». Empezando por el carácter de aquellos a los que se les revela el reino de Dios (los pobres de espíritu, los que tienen hambre y sed de justicia, los de corazón puro, etc.), pasó a fijar el objetivo de la aplicación de la ley en los motivos del corazón. El adulterio no solo es el acto externo de la carne, sino el deseo interno del corazón; el asesinato no solo es el acto externo de matar a alguien, sino la actitud interior de odiar a alguien. Jesús no solo ha venido a mejorar la conducta de las personas, sino a cambiar sus vidas desde adentro hacia afuera. La esencia del nuevo pacto es un nuevo corazón (cp. Jeremías 31:31-34).

Por consiguiente, es útil hacer una distinción entre la aplicación práctica, de la cual hay mucha en el Sermón del Monte, y la aplicación al corazón. La primera trata cómo vivir para Dios: cómo dar testimonio, cómo servir, cómo dirigir, cómo amar, cómo orar, etc. Este tipo de aplicación es importante y útil. Deberíamos ser tan prácticos como sea posible en nuestra predicación. Sin embargo, la aplicación al corazón profundiza más. Se ocupa de nuestras actitudes subyacentes, de nuestra mentalidad, nuestras motivaciones, aspiraciones, carácter y metas. No apunta meramente a llevarnos a hacer lo correcto, sino a adquirir sabiduría para la vida. No solo nos dice qué hacer, sino quiénes somos, quiénes deberíamos ser, y lo que podemos ser por la gracia de Dios. Entra a mayor profundidad en el alma y es más escrutadora. Puede hacernos sentir expuestos. Pero si la aplicación al corazón está llena de gracia, entonces no nos hace sentir sin esperanza. Quizás podamos sentirnos impuros e incompletos como le ocurrió a Isaías (cp. Isaías 6:1-8), pero sabemos, como también él llegó a saber, que la purificación viene del altar y la comisión procede de Dios.

La predicación llena de gracia y orientada al corazón debería llevar a las personas a la profunda consciencia de su necesidad de Dios y la disposición de este a encontrarse con ellos en su necesidad. Sin embargo, no solo los que escuchan una predicación así tienen una gran necesidad de la ayuda de Dios. También el predicador, en el momento de la predicación. Es imposible que ninguno de nosotros prediquemos sermones eficaces, llenos de gracia y orientados al corazón con nuestras propias fuerzas. Abandonados a nuestra suerte, no podemos tener el más mínimo impacto en el corazón humano por hábiles que seamos. En realidad, incluso la Palabra todopoderosa de Dios misma cae en oídos sordos y en corazones duros, si Dios mismo no está activamente involucrado en abrir oídos y ablandar corazones.

El predicador no puede, pues, trabajar solo. Necesita ayuda y la recibe de dos fuentes principales. Ante todo, su ayuda procede del Espíritu Santo, quien potencia y posibilita la predicación, y transforma los corazones de los oyentes. En segundo lugar, su ayuda viene de la comunidad creyente de la iglesia que suministra el contexto ordenado por Dios para la predicación del evangelio. La historia de la iglesia primitiva sugiere que estas son las dos compañeras esenciales de la predicación bíblica. En el relato que hace Lucas sobre el progreso incesante del evangelio hemos visto que la predicación va a la cabeza. Pero el avance no es el resultado de la predicación solamente, sino de la predicación unida a la presencia y el poder del Espíritu Santo, y a una vibrante comunidad espiritual.

 

Portada del libro.

La historia de Hechos comienza con los discípulos que esperan expectantes el derramamiento del Espíritu Santo. Sin la presencia de este, no se atreven a empezar a predicar. Solo con su poder, un hombre como Pedro, quien con anterioridad se había sentido tan amenazado por una muchacha esclava anónima que negó a su Señor tres veces, fue capacitado para hablar con atrevimiento y valentía ante millares, y le fue útil a Dios en la salvación de muchas almas. En el día de Pentecostés, es la predicación la que produce la primera cosecha del evangelio, pero se trata de una predicación llena del poder del Espíritu. El mismo fruto habría sido bastante inconcebible solo un día antes.

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