Ir de compras con una misión

Dios sigue siendo el mismo cuando estamos fuera de la iglesia.

  · Traducido por Victoria Diaz Melendrez, Milena Gagnebin

15 DE FEBRERO DE 2018 · 22:25

Foto: Alain Auderset.,
Foto: Alain Auderset.

¿Lo saben ustedes? ¡Dios sigue siendo el mismo cuando estamos fuera de la iglesia!

¡En el supermercado!

Me encanta cuando mi esposa me envía a comprar cosas tan tontas como la mantequilla (o cualquier otra cosa… no es que me sienta especialmente obsesionado por la mantequilla, solo es un ejemplo…).

A pesar de tener la impresión de estar deambulando por un bosque repleto de superficialidad con mini precios de color naranja fosforescente a modo de hojas y publicidad por todas partes para hacernos creer que necesitamos llenar un vacío, me gusta esto,  pues allí me encuentro con personas (¡y mantequilla!).

Estaba dudando entre pan seco a buen precio o buen pan a precio seco (¡Caray, qué complicada es mi vida!) cuando de repente:¡PAF! Una señora me saluda por la espalda. Era la mamá de un amigo de mi hijo pequeño, Benjamín. Y empezamos a hablar de cosas triviales:

- ¿Cómo le va? ¡Qué buen tiempo hace! etc.

Justo en medio de nuestros intercambios superficiales (sí, también ellos) con un tono especialmente amistoso y risas sonoras ¡Pum! La dulce voz del Señor (¡Ay!, olvidé desconectarme  del modo oración al salir del bosque) hace que preste atención a una broma que ella ha dejado caer como si nada.

- ¡Ja ja ja, de todas formas todos los hombres de mi vida terminan rompiéndome el corazón ¡Ji ji ji! (¡ellos no eran rugbymen! aquí “romper” tiene otro significado)   

Siento mucha compasión por ella y le miro directamente al corazón:

- ¿Qué has dicho?

Ella se detiene en seco, y ahí, en pleno supermercado, se pone a llorar. Así que he podido hablarle del amor incondicional de Jesús por ella e invitarla a tomar un café en mi casa.

¡En la calle!

En la calle, me encuentro con un tipo que cojea; yo sé que ha tenido una vida difícil (alcohol, prisión, comics).

Charlábamos un poco de todo cuando sin avisar, ¡CRAC! Voy y le pregunto:

-¿Quieres que ore por tu rodilla?

(¡Ah! ¿Pero qué estoy haciendo? ¡Olvidé que ya no estaba en el culto!)

Sorprendido, él tartamudeaba:

-¿Eh? ¿Qué? bueno… si quieres.

Y allí, en la acera, oro por él en voz alta.

No, no, no de rodillas gritando hacia Jerusalén, sino sencillamente con los ojos abiertos para que no se sintiera incómodo frente a los transeúntes…

Algo se ha movido en su alma. Está muy conmovido (¡A quién le importa la rodilla!) . Eso es lo que constato cada vez que me vuelvo a cruzar con él…

¡En casa!

Las galletas ya están recién salidas del horno y mi fe… ¡sin mantequilla!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cita con Dios - Ir de compras con una misión