“María Magdalena y el Santo Grial”, por Margaret Starbird

“Desterremos de nosotros toda sospecha”, gritaba Séneca. La sospecha envanece, escribía años después el apóstol Pablo. ¿Se puede atribuir a la sospecha naturaleza de verdad? La autora del libro admite que su hipótesis es pura sospecha, pero lectores ávidos de sensaciones nuevas digieren estos cuentos sin más. 

11 DE MAYO DE 2017 · 20:00

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“María Magdalena y el Santo Grial”, por Margaret Starbird, Editorial Planeta, Barcelona. Traducido del inglés por Claudio Gancho, 220 páginas.

Margaret Starbird es escritora norteamericana graduada en la Universidad de Divinidades en Nashville, Estados Unidos. También estudió en la Universidad Cristiana de Kiel, en Alemania. La originalidad de su libro consiste en la supuesta relación entre María Magdalena y el llamado Santo Grial ¿Qué es el Santo Grial? Lo expondré con la limitación que exige un artículo de crítica literaria. El enigma del Santo Grial ha sido buscado afanosamente por muchos ocultistas, debido al poder mágico que le atribuyen. La búsqueda fue ordenada incluso por el propio Hitler, muy interesado en poseerlo.


Del mismo existen varias leyendas. El paso de los años ha destacado tres. La más antigua es del siglo VII, según la cual un peregrino anglosajón dijo haber visto y tocado en la Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, la copa en la que Jesús dio a beber vino a sus discípulos durante la última cena, contada por Mateo en el capítulo 26 de su Evangelio, por Marcos en el capítulo 14, por Lucas en el 22 y por Pablo en el capítulo 11 de la primera epístola a los Corintios. La copa de vino referida en esos textos simbolizaba la nueva alianza en la sangre de Cristo. Los discípulos bebieron vino, no sangre, como pretende la Iglesia católica en la consagración de la hostia, hoja redonda y delgada generalmente hecha de pan ázimo. Supone un atrevimiento decir, como en la Biblia comentada por teólogos jesuitas, que la copa “contiene la sangre de Cristo”.


Otra leyenda afirma que el Santo Grial se conserva en la catedral de San Lorenzo en Génova, Italia. Habría sido llevada allí por cruzados en el siglo XII. Pero una tercera leyenda sostiene que el Santo Grial se conserva en la catedral de Valencia, aquí, en España. Dicen que esta copa fue llevada por San Pedro a Roma y en el siglo tercero San Lorenzo la llevó a Huesca. Después de haber estado en diversos lugares de Aragón habría sido trasladada a Valencia en el siglo XV. En  León, corazón de Castilla, proclaman que el auténtico Santo Grial se encuentra custodiado en su catedral.


Margaret Starbird fantasea en el libro que estoy comentando que “la novia de Jesús” (así llama a la Magdalena) llevó la copa a la costa mediterránea de Francia. Otra leyenda -continúa escribiendo Starbird- “cree que fue José de Arimatea quien llevó la sangre de Jesús a Francia en algún tipo de vaso. Tal vez fue realmente María Magdalena la que, bajo la protección del mentado José de Arimatea, llevó a la costa mediterránea francesa la progenie del rey David”.


El acabose. La leyenda no es una creación moderna, como pretende Manuel de Revilla. Ha convivido con el paso de los siglos desde la primavera del mundo, cargada de exageraciones y contradicciones. Esto ocurre con el llamado Santo Grial, que según la fantasía de Starbird fue María Magdalena, embarazada, “la portadora de la sangre real de su esposo crucificado”. ¡Lo que hay que leer!


Con la misma ligereza que se bebe un vaso de agua en el caluroso agosto, Starbird cede su imaginación a la fantasía, a lo indemostrable, e ignora la historia auténtica. Los que escriben, autores como ella, tienen una fijación enfermiza por hacer de Jesús un hombre casado. Con quien sea. En los primeros capítulos del libro lo casa con María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro. Sin prueba alguna dice que “María de Betania y María Magdalena fueron la misma mujer”. Dice más: “yo he llegado a sospechar que Jesús celebró un matrimonio dinástico con María de Betania… Un matrimonio dinástico entre Jesús y una hija de los benjaminitas podría haberse entendido como una fuente de salvación para el pueblo de Israel durante su época miserable de nación ocupada”.


“Desterremos de nosotros toda sospecha”, gritaba Séneca. La sospecha envanece, escribía años después el apóstol Pablo. ¿Se puede atribuir a la sospecha naturaleza de verdad? La autora del libro admite que su hipótesis es pura sospecha, pero lectores ávidos de sensaciones nuevas digieren estos cuentos sin más, con la misma firmeza que aceptan dos más dos son cuatro. Continuando en plan sospecha, Margaret Starbird interroga: “¿no es probable que la mujer que ungió a Jesús en el banquete de Betania, fuese la misma mujer que lo encontró en el jardín, cerca de la tumba, al amanecer el día de la resurrección? Liante, la escritora norteamericana acaba liándolo todo. ¿A qué banquete se refiere? Si alude a la comida en casa de Simón el fariseo, de la mujer que le ungió los pies con sus cabellos no se da nombre alguno, sólo dice Lucas “que era pecadora” (Lucas 7:36-50). Si piensa en la comida en casa de Marta, María y Lázaro, no hay constancia de banquete alguno, sólo se dice que se hizo allí “una cena” (Juan 12:1-8). Puesta a inventar y a fantasear Starbid es única.


En los capítulos que siguen del libro que tengo entre manos, la autora se olvida de María de Betania y se centra en María Magdalena. Afirma que la Magdalena, embarazada de Jesús, dio a luz un niño en Egipto. ¡Vaya por Dios! Todos los autores que escriben sobre la misma farsa dicen que la Magdalena dio a luz una niña. El español José Luis Giménez, en “El legado de María Magdalena”, sostiene que las niñas fueron dos. Dos o diez, o veinte, en la fábula, la leyenda, la mentira cabe todo. Y lo peor es que el común de la gente cree más en la patraña de la leyenda que en la verdad histórica.


Margaret concluye su quimérico libro con un argumento mil veces repetido: que el Nuevo Testamento no dice en lugar alguno que Jesús no estuvo casado. Tampoco dice que lo estuviera. De haber sido así; ¿cómo no aparece en el resto del Nuevo Testamento? Ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas, ni Juan, ni Pablo, ni Santiago, ni Judas apóstol, que escribieron todos en el curso del primer siglo, aportan una sola línea en sus escritos que dé a entender el matrimonio de Jesús. Dos páginas antes del final la autora norteamericana pone un punto romántico a la ficción. Pensando en los veinte siglos transcurridos y en el protagonismo que tiene actualmente María Magdalena en la literatura de occidente, dice: “María Magdalena nunca fue despreciada por Jesús en los Evangelios. Ella fue el amor de su vida (esto no está en los Evangelios). Como en los cuentos de hadas, es el bello príncipe el que lleva buscándola dos mil años, intentando devolverla al lugar que le corresponde, que es a su lado”. Bonito, pero irreal. Pura fantasía.   

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