Soli Deo gloria. Aspectos y legado del pensamiento evangélico de José Grau

A Grau no solo le interesaba la cultura, sino que tenía un sentido realista de la vida, por el que entendía que la Biblia "no era pesimista, ni optimista, sino realista".

14 DE JULIO DE 2016 · 20:40

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “ Soli Deo gloria. Aspectos y legado del pensamiento evangélico de José Grau”, de varios autores (2016 Editorial Peregrino). Puedes saber más sobre el libro aquí.
 

Capítulo 5

José Grau y la cultura Por José de Segovia

Aquellos que hemos tenido el privilegio o la desventaja —según cómo se mire— de criarnos en un medio evangélico, sabemos que los campamentos ocupan un lugar especial en nuestra educación sentimental.

He ido a tantos de ellos que se confunden en mi memoria, pero hay uno que recuerdo especialmente. Era en los Pirineos de Lleida, el verano de 1984. Estudiaba Periodismo cuando invitamos a José Grau (1931-2014) a hablar a los Grupos Bíblicos Universitarios, durante dos semanas, sobre Eclesiastés.

Las exposiciones que hacía cada mañana, las conversaciones que tuvimos andando por la montaña y las películas que veíamos cada noche, para comentarlas después de comer, dejaron tal huella en mí que creo que nunca volví a pensar igual sobre muchas cosas…

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero creo que las cuestiones que Grau apuntaba siguen sin ser asimiladas por la generalidad del mundo evangélico. Puede que este ya no sea tan conservador como en la época de la Transición, pero su renovación no ha significado una liberación de esa super-espiritualidad de la que hablaba Schaeffer. Más bien, todo lo contrario.

Si el ámbito conservador se ha rejuvenecido, sigue siendo tan pietista como entonces. Mientras que sus sectores más carismáticos han acabado de consolidar una subcultura evangélica, donde viven ya en la perfecta burbuja, sin ninguna necesidad del mundo. Tenemos libros, música, cine, radio, televisión y todo tipo de entretenimiento con el adjetivo «cristiano», ¿para qué queremos más?

A Grau no solo le interesaba la cultura, sino que tenía un sentido realista de la vida, por el que entendía que la Biblia "no era pesimista, ni optimista, sino realista". La honestidad con la que se enfrentaba a los dilemas de nuestra existencia me quitó tal peso de encima que ya no he dejado de llamar a las cosas por su nombre.

La espiritualidad funciona a veces como un velo que te impide ver las cosas tal y como son. Vives en medio de una nube que te ofusca hasta el punto de ya no distinguir nada. Sus estudios sobre Eclesiastés nos mostraron la realidad de la vida «debajo del sol».

El señor Grau —que es como le solíamos llamar, aunque fuera al final doctor por la Universidad de Aix-en-Provence— solía decir que había en el campo evangélico dos "asignaturas pendientes" —utilizando una famosa expresión de la Transición que venía de una película de Garci, sobre el amor perdido y difícil de recuperar—. Por un lado, hacía falta una teología de la creación, pero también una teología del Reino. Aunque la primera se solía relacionar con la ciencia y los orígenes, Grau nos mostró que tenía que ver con mucho más que eso, toda una visión del mundo, la cultura y el trabajo, que afecta toda nuestra vida, igual que el Reino se relaciona con la sociedad y la política.

 

Hacia una teología de la creación

 

Portada del libro.

Cuando nadie hablaba de ecología en el mundo evangélico, es curioso que fuera Francis Schaeffer (1912-1984) el que publicara un libro —traducido por la Casa Bautista de Publicaciones— sobre la Polución y muerte del hombre. En esto, como en tantas cosas, el pensador norteamericano afincado en Suiza iba por delante de muchos cristianos, pero no de su tiempo, ya que su cristianismo, como el de Grau, fue tanto bíblico como contemporáneo.

Esa rara combinación —que han buscado hombres como John Stott (1921-2011), en cuyo Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo tuve oportunidad de estudiar a principios de los años ochenta— caracteriza la visión de Grau de la teología, que iba más allá de la soteriología (la doctrina de la salvación).

Grau se identificaba con la recuperación de la teología reformada que se había hecho en seminarios como Westminster en Filadelfia —donde estudió también Schaeffer, por cierto—, pero compartía el espíritu innovador de aquellos profesores que pensaban que el calvinismo no consistía en repetir «los cinco puntos», o conservar la sabiduría puritana que contienen los volúmenes reeditados por el Estandarte de la Verdad.

Su visión de la creación tiene por eso más que ver con la obra de Machen, Allis y Young, que conecta con la teología de Princeton de los Hodge y Warfield, que con el creacionismo de Whitcomb y Morris, inspirado por las especulaciones adventistas de Price.

Su teología de la creación parte también de la visión holandesa que trae el avivamiento neocalvinista del pensamiento de Kuyper como teólogo de las iglesias reformadas libres, fundador de la Universidad Libre de Amsterdam y primer ministro de los Países Bajos. La idea de un "mandato cultural" en Génesis 1:28 —que presenta Kuyper en 1898 en las famosas conferencias Stone de Princeton—, atrae a un pensamiento evangélico ajeno a la tradición calvinista, que se identifica con la visión de la teología reformada sobre la sociedad y la cultura, más allá de la cuestión soteriológica. Es por eso que el acercamiento de Grau al mundo reformado español es en los años ochenta, cuando el movimiento se libra de su sectarismo inicial, que fue divisivo incluso en su propia iglesia.

Por cristianismo entiende Grau "el cristianismo bíblico que con los reformadores del siglo XVI insiste en que no hay que jugar con la autoridad de la Escritura". Por ella, entendemos que Dios ha hablado y se ha revelado en Jesucristo. Pero Cristo no es solamente Señor de la esfera "religiosa", sino de "cada aspecto de la vida". La teología de la creación es importante, porque es obra suya.

Si la naturaleza ha sido creada por Dios, no puede ser despreciada, ni el cuerpo, ni la belleza, ni el sexo. "El hombre que mira con desdén la creación —dice Grau—, está despreciando a Dios".

 

El pensamiento de Schaeffer

Para entender la influencia de Schaeffer en Grau, tenemos que tener en cuenta todo el esfuerzo que invirtió en divulgar su obra. Duplicó las tiradas de sus libros, pensando que su pensamiento tenía que llegar a Latinoamérica, pero no fue así. La editorial tuvo grandes pérdidas a raíz de ello. Y el mundo evangélico hispano sigue teniendo la misma super-espiritualidad que denunció el fundador de «L´Abri». Para Ediciones Evangélicas Europeas fue, sin embargo, una prioridad dar a conocer sus libros en nuestra lengua.

La paradoja es que el que algunos —como Grau—, consideraban "profeta del siglo XX" —a lo que solía añadir siempre, "no en el sentido bíblico del término"—, para otros sigue siendo un "gurú del fundamentalismo". No solo porque venía de ese origen —una escisión de la iglesia presbiteriana, que unía el dispensacionalismo al anticomunismo, por la que estuvo incluso en la fundación del Concilio Internacional de Iglesias Cristianas de McIntire en Amsterdam en 1948, cuando comienza el Consejo Mundial de Iglesias y conoce a Rookmaaker, el crítico holandés de arte, cine y jazz, convertido a la fe reformada, que tanto influyó en su visión de la cultura—, hasta su crisis de fe en las montañas de Suiza, sino porque su teología era fundamentalmente bíblica.

 

José de segovia

Muchos critican todavía hoy las generalizaciones de Schaeffer sobre la obra de filósofos como Kierkegaard o teólogos como Tomás de Aquino, pero olvidan todo aquello en lo que fue pionero. Ya que su propósito no era divulgar la historia del pensamiento, sino abrirse a los dilemas de una sociedad que no volverá a ser la misma tras la revolución de los años sesenta.

Mientras el mundo conservador sigue soñando que el reloj vuelva atrás y regresen los antiguos valores, la realidad es que nada va a ser igual. Algunos creen que olvidó esto al final de su vida, cuando se unió a la Mayoría Moral americana en los años ochenta, pero incluso en su último libro, escrito en el hospital —El gran desastre evangélico—, combina esa dura autocrítica —por su falta de amor en el fundamentalismo— con una visión realista del mundo y la Iglesia.

La incomodidad de la Iglesia con el mundo moderno está poderosamente reflejada en ese portentoso libro que es todavía La Iglesia al final del siglo XX —traducido por Ediciones Evangélicas Europeas en 1973, tan solo tres años después de su publicación original—. Lo que esa obra tenía de actual, lo tiene Muerte en la ciudad —que apareció ese mismo año en Barcelona, aunque estaba escrito en 1969— de «profético». Recuerdo la primera vez que se lo vi leer a mi madre. Todo en él era distinto a cualquier otro libro evangélico, ¡hasta la portada!

Esa impresión que dan sus libros de ser más actuales que los que ahora se pueden encontrar en cualquier librería cristiana llega a unas cotas insospechadas en obras de autores procedentes de L´Abri como Donald Drew, que tiene como portada de sus Imágenes del hombre en el cine moderno —editado por Grau en 1977—, una foto nada menos que de El último tango en París —prohibida por sus escenas sexuales en España hasta el año 78—.

La influencia de estos autores en Grau es evidente incluso en las ilustraciones que escoge para su libro de 1978, sobre Relaciones pre-matrimoniales, ¡todo carteleras de películas eróticas!, como las que llenaban los cines de la Transición en aquel momento. Recuerdo que contaba cómo el señor Martínez fue a su casa, cuando lo publicó, indignado al ver aquellas imágenes en un libro cristiano…

 

El valor de Grau

Una de las cosas que me ha contado su hija Silvia que observó siempre en la conducta de su padre es que era muy prudente para opinar sobre ciertas cosas, hasta que no tenía convicciones fuertes; pero cuando llegaba ese momento, las mantenía con un valor asombroso. Eso no solo lo hizo en el ámbito de la escatología, que tantos problemas le produjo, sino también en su visión del mundo y la cultura.

De él se podría decir, como escribió él mismo de Schaeffer, que «buscó en todo momento relacionar la fe cristiana con el resto de la existencia y la totalidad de la vida». No tenía miedo a hablar de ningún tema, sea el sexo, la política, o la muerte misma, por citar tres tabúes que todavía existen.

Su valentía, creo que tiene que ver también con su vitalismo. Desde su conversión —como dice él mismo de Schaeffer—, "no le interesaba solamente la salvación post-mortem, aunque enfatizaba el aspecto fundamental de la misma", pero "tampoco reducía el interés y las ocupaciones cristianas al mero cultivo de la piedad personal y las devociones individuales".

Esto es algo que revolucionó mi pensamiento. Me permitió ser por fin yo mismo, en la totalidad de mi existencia. Ya no tenía "miedo al mundo", sino que podía vivir plenamente en él, como cristiano. No necesitaba "bautizarlo de cristiano" para buscar valores y ejemplos en él, sino que podía considerarlo como era, creación caída, necesitada de la salvación de Dios por su sola gracia.

Grau compartía con Schaeffer también esa mirada compasiva a «la desesperación del hombre y la carencia de sentido que le agobia». Frente a ese juicio constante que hacen los cristianos todavía hoy —como se puede comprobar por poco que se «navegue en las redes sociales», donde dan pena los comentarios de ignorancia y fanatismo de los creyentes, cuando se refieren al «mundo secular»—, estos maestros nos dieron un ejemplo de cómo decir «la verdad en amor».

La humildad y mansedumbre de Grau no estaba reñida con el valor y la convicción con la que proclamaba la Palabra de Dios en el mundo actual. Aunque él no se consideraba a sí mismo un predicador, siempre me impresionó la autoridad con la que hablaba de la Biblia.

Sobre sí mismo podía ser muy crítico y discreto —odiaba hablar de sí mismo—, pero cuando hablaba de su fe, lo hacía con la seguridad y claridad del que sabía lo que creía. No es que no entendiera las dudas. Él era el primero en estar dispuesto a examinar una y otra vez si sus creencias eran realmente bíblicas, pero de Dios y su Palabra, nunca dudaba.

Para mí, era un magnífico ejemplo de lo que Stott llamó "la doble escucha": oír las preguntas del mundo y escuchar las respuestas que Dios nos da en su Palabra, desde la autoridad que solo él tiene. Eso era el pensamiento evangélico sobre la cultura para Grau.

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