El Cándido Adán

Yahvé y Adán paseaban en el huerto del Edén, considerando con abstracción y asombro todo lo creado.

— ¿Qué te parece la precisa colocación del aparato estridulatorio en la cigarra para producir su canto característico? —dijo Yahvé.

— Excelente, algo muy ocurrente— dijo Adán.

Al día siguiente.

— Qué te parece la corpulencia del oso hormiguero alimentado tan solo con hormigas y termitas?— dijo Yahvé.

— Muy asombroso, no podía estar mejor— dijo Adán.

Al día siguiente.

— ¿No te maravillas de que en un único entorno natural puedan desenvolverse especies animales de tan variada funcionalidad, incluso Eva y tú?— dijo Yahvé.

— Desde luego, es algo que siempre me he planteado— dijo Adán.

Al día siguiente.

— Va, va, pon alguna pega…, estoy abierto a la crítica, seguro que algo no te agrada— dijo Yahvé.

— Que no, que no. Llevamos todos los días de los últimos cincuenta años valorando cada detalle de la creación y jamás he visto algo defectuoso— dijo Adán.

Yahvé no se daba por satisfecho e insistía en preguntar lo mismo. Parece que la monotonía se había apoderado de los dos, algo no progresaba. Hasta que un día Yahvé dijo a Adán abruptamente,

— Adán, ¿sabes lo que es la justicia, la moral, la misericordia, la paz, la verdad, la libertad, la solidaridad, la sabiduría, el trabajo, la ley…?

—No. Jamás he oído hablar de todo ello— contestó.

Yahvé se retiró pensativo y por la noche tomó una determinación. Volvió al día siguiente y le dijo en tono resolutivo,

— Adán, de todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.