El corazón de Cristo, de Thomas Goodwin

Cristo no pensó tanto en su propia gloria, sino más bien en aquellos pensamientos por los que su corazón se consumía de amor hacia ellos y estaba volcado hacia los suyos. Un fragmento de El corazón de Cristo", de Thomas Goodwin (1651 / 2012, Peregrino).

24 DE JULIO DE 2015 · 11:34

Thomas Goodwin,Thomas Goodwin
Thomas Goodwin

Un fragmento de "El corazón de Cristo", de Thomas Goodwin (1651, republicado en 2012 por Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí

 

«… sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, 

como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin».

(Juan 13:1)

 

1.1. Su despedida

Hacía ya un tiempo que Cristo había desvelado sus pensamientos a sus discípulos diciéndoles que había de dejarles y partir al Cielo (pues en Juan 16:4 dice para que os acordéis de que ya os lo había dicho). Pero al mismo tiempo que empieza a ponerles sobre aviso, les deja la plenitud de su corazón no solo en cuanto a lo que sentía por ellos ni tal como era en aquel momento, sino como habría de ser cuando estuviera en su gloria. Examinemos (a tal fin), aunque brevemente, sus últimos pasos y su sermón en la última cena que compartió con ellos ya que el evangelista Juan la recoge por escrito a propósito. Descubriremos, así, cuál es el significado de aquellos largos discursos de Cristo, desde el capítulo 13 al 18. No realizaré comentario alguno sobre ellos, sino que me ocuparé tan solo, y con brevedad, de aquellas observaciones concretas que permitan defender específicamente el tema que nos ocupa.

Las palabras elegidas como texto al principio son el prefacio bajo el cual discurre todo el discurso posterior (a saber, hasta el lavamiento de los pies de sus discípulos, y su posterior sermón), y, por tanto, exponen el argumento y el resumen de todo lo demás. El prefacio es, pues, el siguiente: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin […]. Sabiendo Jesús que El Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena […], y comenzó a lavar los pies de sus discípulos».

Es la introducción del evangelista para dejar una ventana abierta al corazón de Cristo, mostrar cómo era en el instante de su partida; su intención es, sobre todo, arrojar luz, explicar e interpretar lo que sigue después, con el fin de exponer qué tipo de afecto tendría hacia ellos en el Cielo. Nos describe los pensamientos de Cristo en aquel preciso momento y el estado de su corazón en medio de los mismos (pues ambas cosas fueron la causa de todo aquel triunfo).

 

1.1.1. Llegó la hora

Expuso [el evangelista] lo que estaba en el pensamiento de Cristo y en su meditación: comenzó considerando con profundidad el hecho de que tenía que partir de este mundo, sabiendo Jesús (según el texto esto es lo que estaba pensando en ese instante) que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, y cómo, en breve, sería revestido de la gloria que se le debía a él. Y prosigue (versículo 3): sabiendo Jesús [es decir, teniéndolo presente en su mente] que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, a saber, todo aquel poder en el Cielo y en la tierra que era suyo, y que pronto pondría sus pies allí arriba, en medio de tales reflexiones que él nos narra, va y lava los pies a sus discípulos (tras considerar primero adónde tenía que ir, y lo que debía acontecerle más tarde).

 

1.1.2. Los amó hasta el fin

¿Pero qué otra cosa ocupaba principalmente el corazón de Cristo en medio de todas aquellas meditaciones elevadas? No pensó tanto en su propia gloria (ya que se nos dice que lo consideró el mejor modo de establecer su amor hacia nosotros), sino más bien en aquellos pensamientos por los que su corazón se consumía de amor hacia ellos y estaba volcado hacia los suyos. El versículo 1 afirma: Habiendo amado a los suyos (una palabra que denota la mayor cercanía, afectividad e intimidad con toda propiedad). Los elegidos pertenecen a Cristo, son una parte de sí mismo; no son una mercancía (τ? ?δια). Juan 1:11 dice: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Las palabras lo suyo manifiestan que se refiere a ellos como objetos y no personas. Sin embargo, él los llama aquí los suyos con una propiedad más cercana, es decir sus propios hijos, sus miembros, su esposa, su propia carne. Considera que, aun teniendo que salir él de este mundo y habiendo ellos de permanecer todavía en este, ha de añadir deliberadamente: a los suyos que estaban en el mundo, esto es, para quienes permanecen aquí. El tenía a otros que también eran suyos y que se encontraban en aquel mundo adonde él se dirigía, e incluso los espíritus de los justos hechos perfectos (a quienes él todavía no había visto nunca). Cabría pensar que, al meditar en su partida de este mundo, su corazón estaría totalmente ocupado en Abraham, en sus Isaacs y en su Jacobes, a quienes se dirigía. Pero no; él cuida más de los suyos, de quienes tienen que permanecer aquí, en este mundo, que encierra mucho mal (como él mismo afirma en Juan 17:15), pecados y miserias, que no podrían más que ensuciarlos y ofenderlos mientras siguieran estando en él. Esto hace que sus entrañas se conmuevan por ellos aun en los momentos en que su corazón estaba lleno de pensamientos con respecto a su propia glorificación: Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Esto se dice para mostrar la constancia de su amor y cómo sería cuando Cristo estuviera en su gloria (hasta el fin), esto es, hasta la perfección (τελει?τητα). Crisóstomo afirma: «Habiendo empezado a amarles, él perfeccionará y consumará su amor por ellos. Y hasta el fin, esto es, para siempre». De modo que, en griego, εκς τελσς se ha usado en algunas ocasiones, y es precisamente así como lo utiliza el evangelista en una adaptación de la frase de la Escritura que, traducida, dice: No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo (Salmo 103:9), pero que en el original se lee: No guardará el enojo hasta el fin. De modo que el alcance de estas palabras consiste en mostrar que el corazón y el amor de Cristo siempre estarían con ellos y que sería para siempre, aun cuando él se hubiera ido al Padre. Asimismo, pretenden mostrar que, cuando estuvo en la tierra, ellos eran los suyos, y que habiéndolos amado, este sentimiento permanece inmutable, no cambia, y por tanto los amará por siempre.

 

1.1.3. El lavamiento del agua

En tercer lugar y con el fin de aportar un testimonio tan real de lo que su amor por ellos llegaría a ser en el Cielo, el evangelista muestra que hallándose en medio de todos aquellos grandes pensamientos sobre su gloria inminente y el estado soberano al que iba a entrar, tomó agua y una toalla, y lavó los pies a sus discípulos.

Si nos fijamos bien, este mismo significado enlaza de forma coherente con el segundo versículo que dice así: Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, [entonces] se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego [después de esto] puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Es evidente que el propósito del evangelista es trasladarnos esto: cuando los pensamientos de Cristo estaban llenos de su gloria y la tuvo en cuenta hasta lo sumo, incluso entonces, en tales circunstancias y en medio de aquellos pensamientos, lavó los pies a sus Discípulos. Con ello, Cristo solo quería demostrar lo siguiente: cuando estuviera en el Cielo no podría mostrar su corazón hacia ellos mediante actos externos visibles como prestarles un servicio tan humilde. Por tanto, al hacerlo en aquellos momentos en que estaba inmerso en los pensamientos de su gloria, estaba manifestando (por así decirlo) lo que le complacería hacer por ellos cuando estuviera en plena posesión de ella (tan grande era su amor hacia ellos).

En Lucas 12:36, 37 hallamos otra expresión de Cristo semejante a esta que confirma que esta era su intención aquí y que su corazón seguiría siendo el mismo en el Cielo. En el versículo 36 se compara a un esposo que ha de ir al Cielo a una fiesta de bodas, que tiene sirvientes en la tierra que están en pie durante todo ese tiempo, aguardando su regreso. La larga espera hace que empiecen a pensar demasiado, y Cristo añade: Vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas (refrescado con vino y alegría) […]. De cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles. No significa que Cristo servirá en el día postrero ni tampoco que lo haga ahora en el Cielo a quienes estén sentados allí. Solo es una expresión cargada de palabras para expresar, mediante un ejemplo concreto, todo el amor desbordante que está en su corazón y la felicidad transcendente que disfrutaremos entonces, incluso más allá de lo que nosotros podemos esperar (pues él mismo declaró como algo insólito, jamás oído, que el Señor debía servir a quienes fueron sus siervos). Todo esto es para mostrarles su corazón y lo que le complacía hacer por ellos. De modo que así era su corazón antes de subir al Cielo, aun en medio de los pensamientos de su gloria y así es después de haber llegado al Cielo y ser recibido con toda su gloria: gozándose incluso en lavar los pies a unos pobres pecadores y en servir a aquellos que vengan a él y le esperen.

 

1.1.4. Sin mancha ni arruga

Ahora, en cuarto lugar, ¿cuál fue el misterio de este lavamiento de pies? Fue para proporcionarles un ejemplo de amor mutuo y humildad, y darles a entender que él lavaba sus pecados. Así lo interpreta él mismo en los versículos 8 y 10. Es verdad que ahora está en el Cielo, y que no puede venir a lavar sus pies físicos, pero lo que quería decir con ese acto era que a todos los pecadores que vengan a él en su gloria los limpiará de todos sus pecados: Como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha (Efesios 5:25-27).

Esta muestra o declaración de su voluntad se halla recogida en el pasaje de su último adiós. A continuación repasaremos el propósito de aquel largo Sermón que pronunció en su despedida, y encontraremos que su principal objeto es asegurar aún más a sus discípulos cómo sería su corazón hacia ellos, y esto nos proporcionará una segunda prueba de todo lo anterior.

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