Cristianos manipulados

Se nos ataca por todas partes para que creamos cosas que no son totalmente verdad; a las que le falta un matiz, un toque de información, un punto de vista.

07 DE MAYO DE 2015 · 14:46

Foto: Unsplash, CC,mobile, social networks
Foto: Unsplash, CC

Llevamos lo de la era de la información regular. A pesar de que llegó hace casi veinticinco años, a los mayores nos ha pillado desprevenidos. Mi hijo de tres años sabe perfectamente que no hay que clicar nunca en los pop-ups (ya saben, esos anuncios que aparecen de repente en su pantalla mientras navegas por Internet), ni siquiera cuando te salen en medio de un capítulo de Pocoyó o en un juego de construir helados de Lego. Sin embargo, los adultos vamos y clicamos.

Os voy a contar un secreto de Internet: gran parte de lo que se dice aquí es falso. O no necesariamente falso, pero sí sesgado, incompleto y que conduce a engaño. Gran parte de la información que se comparte está sacada de otros sitios de Internet, colocada para que llame la atención, para que la gente entre, la mire, para que sus promotores cobren los réditos de publicidad por las visitas.

¿Y cuál es el negocio del siglo? Conseguir gratis esa información con la que pescas visitantes. O sea: no compartir información real. Las páginas web de contenidos virales (videos que apelan a las emociones más básicas) se están forrando con cosas que han copiado de otros sitios, o que sacan de las cuentas de los mismos usuarios que los leen. Las cuentas de filosofía barata o consejos idiotas de Twitter se están forrando. Los blogs sobre cuestiones alarmistas (desde que comer ciertas cosas da cáncer hasta consejos nunca antes conocidos para perder grasa) se están forrando.

Os diré quiénes son los únicos que no se están forrando: nosotros que clicamos y entramos. Bueno, nos estamos forrando, pero no de dinero, sino de miedo, de alarmismo, de “no sé si es verdad pero por si acaso comparto”. Esa información barata e inútil, esa basura de información, nos ocupa tanto tiempo y espacio mental que después no sabemos enfrentarnos a la información real. Nos hemos vuelto unos analfabetos cognitivos en plena era de la información.

Los males de esta era, la verdad, no son diferentes a los males de otras que nos tocaron vivir a nosotros o a nuestros antepasados. El cambio cultural ha sido rápido y radical, pero el fondo del hombre sigue siendo el mismo. Por eso uno ve en las conductas en redes sociales el mismo mal contra el que pastores y predicadores llevan advirtiendo décadas: que fuera, en nuestras vidas cotidianas, nadie sabe que pertenecemos a Cristo. Y esto no es una regañina porque en Facebook y Twitter no compartamos suficientes versículos con fondos de flores (creedme, ya hay muchos de esos). Es una regañina porque nosotros, todos, en mayor o menor medida, faltamos a nuestro cometido como cristianos en las redes sociales suspendiendo nuestro juicio, evitando la sabiduría y el discernimiento, y siendo manipulados igual que cachorros de gato en un video de YouTube.

En la Biblia hay decenas de versículos, en el Antiguo y el Nuevo Testamento, que nos animan y advierten para que no caigamos en los trucos malignos que nos manipulan. De hecho, hay un libro entero (Proverbios) que habla del tema desde múltiples variantes. Solo unos ejemplos: “La sabiduría es lo primero. ¡Adquiere sabiduría! Por encima de todas las cosas, adquiere discernimiento” (Proverbios 4:7), “No os amoldéis al mundo actual, sino sed transformados mediante la renovación de vuestra mente. Así podréis comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2),

“Si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Santiago 1:5).

Y todos ellos acuden a un mismo punto de luz: tenemos que aprender a ser sabios; esa tiene que ser una de nuestras peticiones constantes a Dios, un aprendizaje continuo, porque en estos tiempos que corren es nuestra mejor herramienta, nuestra mejor arma de defensa. Se nos ataca por todas partes para que creamos cosas que no son totalmente verdad; a las que le falta un matiz, un toque de información, un punto de vista. Daniel Hofkamp escribió hace tiempo un fantástico artículo sobre el tema de las falsas noticias de hallazgos arqueológicos bíblicos.

Esa moda pasó y ya nadie (nadie que yo conozca, al menos), comparte esas noticias más, pero no por eso la falta de discernimiento que llevaba a eso ha menguado. Siguen con la siguiente moda. Una gran parte del tiempo son chorradas muy grandes, algunas que nos alegran el día (no todo va a ser lloro y crujir de dientes), pero otras cosas que te inquietan, encienden tus alarmas y después te dejan a medias. Y no, no utilizamos nuestro juicio para juzgar. Lo suspendemos, compartimos, expandimos la mentira.

¿Cómo saber si algo que se nos ha compartido por redes sociales es verdad? Algunos consejos rápidos:

1. No leas el titular y opines. Ve a la página y antes de leer, observa.

2. Si es un blog o una web con un diseño poco cuidado pero mucha información (por ejemplo, muchas entradas o artículos), es posible que sea contenido falso.

3. Si tiene demasiada publicidad (de esa que te salta bajo el cursor del ratón para que cliquees sin quererlo), es muy posible que no tengas que fiarte de nada de lo que haya allí.

4. Si el artículo está escrito con frases impactantes pero dice poco, en realidad, es muy posible que tengas razón y esté transmitiendo poco (o nada) más que un vehículo para la publicidad.

5. Si no ves por ningún lado enlaces a las fuentes de donde saca la información, es muy posible que todo lo que diga sea falso. No hay nada que nos dé más miedo que leer: “Estudios científicos han demostrado que…”. ¿Y dónde se pueden leer esos estudios científicos? Si no te lo pone, no te fíes.

6. Piensa por un momento: ¿cuál es el fin de que yo lea esto? ¿Es informarme… o alarmarme? ¿Es que busque algún nuevo producto? ¿El fin último, de alguna u otra manera, es mi dinero? Entonces, desconfía.

7. Nadie da duros a dos pesetas. No, nadie regala iPhones ni los sortea. No, no se pueden conseguir iPads por 17 €. Y no, nadie ha perdido 15 kilos en un mes con un método secreto y los médicos lo odian por revelarlo. Bueno, y si alguien ha perdido 15 kilos en un mes es muy posible que tenga un pie en la tumba.

Al menos habrá que empezar por ahí. Sin embargo, no es eso lo que más me preocupa. Porque es muy triste que nos manipulen para conseguir dinero a nuestra costa, que se aprovechen de nuestra ingenuidad, pero al menos, en cierto modo, el fin no nos es ajeno. Pero hay otra cosa detrás de esta manipulación que a mí, personalmente, me inquieta más, y que si tienen un ratito para seguir leyendo voy a intentar explicar, porque no es fácil. Esta parte duele más.

El título de artículo se llama Cristianos manipulados porque, por un lado, nos manipulan como a cualquiera cuando no deberían, pero por otro lado porque parte de esa manipulación viene, precisamente, de que somos cristianos. Una amiga, para reírse de nosotros (sanamente), compartió este mensaje el otro día en el grupo de WhatsApp de la iglesia: “¡Atención! Estemos muy atentos porque el domingo 26 de abril al culminar el culto en todas las iglesias del mundo se cumplirá fielmente lo que está escrito en San Juan 7:53. ¡Léalo por favor urgente y avisen a todos los que puedan!”. Una maravilla.

Sin embargo, la realidad que hay detrás de la broma es profunda e inquietante: ¿por qué se nos comparten tantas advertencias y motivos de oración por redes sociales? Hace unos meses, cuando comenzamos a ser conscientes del nivel de violencia con el que se está persiguiendo a los cristianos en gran parte del mundo, me llegaron al menos tres o cuatro mensajes por WhatsApp para que me uniese a la oración por cierta comunidad amenazada de ser quemada en las próximas horas, o por la vida de cierto cristiano a punto de ser sacrificado.

En teoría, ¿qué de malo hay en levantar una oración? ¿En qué puede perjudicarnos? Eso pensamos todos. Sin embargo, para nuestra sorpresa, poco después se descubrió el engaño. Esas comunidades por las que habíamos estado orando ni siquiera existían. Todo lo que decía el mensaje era falso. Y nosotros, en nuestra ingenuidad, lo habíamos vuelto a expandir con generosidad entre nuestros contactos.

¿No nos dimos cuenta? Referencias vagas a ciudades o sucesos, falta de fechas concretas (para que el mensaje pueda seguir expandiéndose sin caducar), solo con un aviso de que todo sucederá en las próximas horas para crear alarma… Sonaba real, pero no lo era. ¿Os acordáis de aquella época en la que nos llegaban cartas al buzón amenazándonos de que si no las copiábamos y las mandábamos a otra gente nos caería una maldición? A los más jóvenes fueron e-mails o PowerPoints. A los más jóvenes todavía, mensajes de WhatsApp. Esto es lo mismo. Para mí es un misterio qué beneficio saca nadie de que se expanda algo así. No hay beneficio económico detrás. Lo único que veo es confusión.

Llevo mucho tiempo pensándolo, y no sé siquiera si atreverme a decirlo en voz alta; pero lo que yo entiendo es que detrás de las falsas peticiones de oración está la intención de manipularnos. De desviar nuestras oraciones de lugares y personas que realmente lo necesitan. De crearnos ansiedad y preocupación, alejarnos de la paz de Dios. Y, amigos, solo hay uno en este mundo interesado en tales objetivos, y ya saben quién es.

Pero a veces el engaño no es tan descabellado. Hace unos días pedía por Facebook a mis amigos más cercanos que, por favor, tuvieran cuidado al compartir contenido delicado sobre el terremoto de Nepal y peticiones (exigencias) de oración a diestro y siniestro. Cuando oramos por algo o alguien un hilo invisible nos une a su destino y nos afecta. No es gratuito orar, al contrario de lo que muchos creen. Conlleva una carga y una responsabilidad. Conlleva un poder real sobre el que se nos avisa en la Biblia constantemente. Y, dando gracias por todos los que están orando y aceptan esa carga, yo les decía que no la iba a aceptar porque estoy bastante servida de desgracias ahora mismo como para andar siguiéndolo al minuto. No es mi actitud siempre, claro está; solo era una decisión consciente de mis limitaciones actuales; pero me llevó a preguntarme cuántas veces, desde que existe Facebook y Twitter, oramos compulsivamente al ver imágenes preparadas para impactarnos emocionalmente, sin descansar en la paz de Dios sino apoyándonos en nuestra propia preocupación por cierto suceso. No es malo de por sí, claro está… El problema es que demasiado a menudo se nos acumulan en nuestros muros y timelines esos temas de oración. Se superponen, nos abruman.

Un terremoto, una matanza en un colegio, o en una universidad, un secuestro masivo en el corazón de África o en un pueblo de México, un accidente de avión, una revuelta social, una enfrentamiento civil… En el mundo nunca dejan de suceder desgracias. Oramos por las últimas noticias constantemente, ¿pero estamos seguros de que esas son siempre las cosas a las que deben entregarse nuestros tiempos de oración? Quiero decir: ¿acaso solamente oramos por aquello que nos dicen en las redes sociales? ¿Alguna vez oramos por algo que no salga en las noticias?

Y con esto, igual que antes, no estoy haciendo un llamamiento a llenar más nuestros muros de peticiones de oración, sino un llamamiento a ser sabios, a usar nuestro discernimiento, también (sobre todo) a la hora de interceder por otros.

Hay una delgada línea que separa el ser unos cristianos comprometidos y conscientes del don que se nos ha entregado de ser manipulados y que se nos distraiga para que actuemos en base a nuestra ansiedad, y no a la guía del Espíritu en nuestras vidas. Solo Dios da el conocimiento de dónde está esa línea.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - Cristianos manipulados