Centenario de El Quijote: El Quijote de Avellaneda

Para Don Quijote, tocar una imprenta era como tocar el espejo de su propia vida. El hidalgo manchego había alimentado su soledad en la Mancha con la lectura. Los libros fueron sus amigos fieles.

30 DE ABRIL DE 2015 · 20:50

Don Quijote reacciona maldiciendo el libro apócrifo. Foto: dibujos de Soravilla (Flickr,CC),
Don Quijote reacciona maldiciendo el libro apócrifo. Foto: dibujos de Soravilla (Flickr,CC)

Continúo con algunos comentarios a la segunda parte de El Quijote, publicado en 1615, de la que ahora, en 2015, se cumple el cuarto centenario. Tenemos al caballero en Barcelona, donde paseando por la ciudad ha encontrado una imprenta y entrado en ella.

Para Don Quijote, tocar una imprenta era como tocar el espejo de su propia vida. El hidalgo manchego había alimentado su soledad en la Mancha con la lectura. Los libros fueron sus amigos fieles. Es fácil imaginar su estado de ánimo en la imprenta. Allí todo le sorprende y maravilla. Dialoga amigablemente con los artesanos hasta que pasando adelante, “vio que asimismo estaban corrigiendo otro libro; y preguntando su título, le respondieron que se llamaba 'la segunda parte del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha' , compuesta por un tal, vecino de Tordesillas”.

Descompuesto quedó el verdadero Don Quijote. Habían mentado la soga en la casa del ahorcado. Se trataba del Quijote de Avellaneda. ¿Quién era Avellaneda? Los más grandes especialistas en crítica cervantina han revuelto la vida y milagros de todos los personajes que pudieran arrojar alguna luz sobre el autor del Quijote Apócrifo.  Pero el enigma literario permanece hasta hoy. Menéndez y Pelayo sugiere que pudo haber sido un escritor oscuro, quien, enemistado con Cervantes por motivos que se ignoran y movido por la esperanza de lucro, quiso beneficiarse y dañar a Cervantes. Este ladrón de lo ajeno pudo ampararse a la poderosa sombra literaria de Lope de Vega. ¿O fue el propio Lope de Vega el autor del falso Quijote?

Más recientemente, el erudito abulense Arsenio Gutiérrez Palacios ha manifestado poseer argumentos suficientes para concluir que el Quijote atribuido a Avellaneda fue escrito en realidad por Alonso Fernández de Zapata, cura que tomó el apellido Avellaneda de un pueblo del partido de Piedrahita, donde ejerció su ministerio religioso entre los años 1597 y 1616.

Otra hipótesis que tiene muchos sostenedores es la que plantea Martín de Riquer. Para este gran especialista en Cervantes y en el Quijote,el tal Avellaneda pudo haber sido el aragonés Jerónimo de Pasamonte. Otro cervantista, Daniel Eisenberg, resume así su opinión: “Esta identificación es tan plausible que la aceptaré como correcta”.

El Quijote de Avellaneda permaneció prácticamente olvidado hasta que un hábil traductor francés, Le Sage, arregló el original, cortó, pegó, lo mejoró y lo dio a la luz pública en 1704, consiguiendo que de nuevo se hablara de Avellaneda.

El falso Quijote apareció impreso en Tarragona el año 1614. Cervantes supuso que los impresores de Barcelona estaban trabajando en una segunda edición, pero, como observa Clemencín, no hubo segunda edición en aquellos tiempos.

Puede comprenderse el enfado de Don Quijote ante un libro que tantos insultos literarios prodiga a su creador, el Ingenioso Hidalgo Don Miguel de Cervantes Saavedra. Consciente de que la ira suele parar en maldiciones, como en algún otro lugar de la novela dice a Sancho, Don Quijote contiene en aquellos instantes la suya y se despide del impresor con palabras de desprecio: “Ya yo tengo noticia de este libro –dice-, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos, por impertinente; pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco”. Finalmente, “con muestra de algún despecho se salió de la imprenta”.

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