Centenario de El Quijote: Visita a una imprenta

Prosiguen las aventuras y desventuras de Don Quijote en la segunda parte de la novela, de cuya aparición se cumplen ahora 400 años justos, 1615-2015.

23 DE ABRIL DE 2015 · 20:10

Don Quijote y Sancho Panza llegan a Barcelona en la segunda parte de la novela. Foto: dibujos de Soravilla (Flickr,CC),Don Quijote de La Mancha
Don Quijote y Sancho Panza llegan a Barcelona en la segunda parte de la novela. Foto: dibujos de Soravilla (Flickr,CC)

Tenemos al Caballero en Barcelona, donde ha sido sometido a burlas despiadadas. En su papel de gran lector, acumulador de libros, decide visitar una imprenta. Sigamos la línea de la novela.

Refiere el historiador que “dióle gana a Don Quijote de pasear por la ciudad a la llana y a pie, temiendo que si iba a caballo le habían de perseguir los muchachos, y así, él y Sancho, con otros dos criados que don Antonio le dio, salieron a pasearse”.

¡Don Quijote y Sancho Panza recorriendo las calles de Barcelona!. Todo un mundo nuevo para éstos dos manchegos, que por vez primera veían una ciudad tan grande, de tanto colorido, bulliciosa y de alto rango. Cuesta imaginar a Don Quijote el bueno sin sus armaduras, prescindiendo de su inseparable rocinante, pateando las calles de la ciudad como cualquier otro extranjero.

La tentación me puede. Me empuja a transcribir aquí las hermosas palabras que la genial Concha Espina dirigió a damas barcelonesas, hablándoles del hidalgo. Les dijo: Don Quijote “es el hombre justo de todos los tiempos y todos los caminos; pero viene a vosotros, los catalanes, con una especial solicitud, cargado de virtudes y pasiones que, si convienen en conjunto a la humanidad, son, por excelencia, patrimonio del espíritu español, y merecieron personificarse en Don Quijote bajo el dominio soberano de un alma española a quien hicieron universal la divina gota del ingenio y la humana semilla del dolor”.

Correteando calles acertó a pasar por una casa en cuya puerta vio escrito con letras muy grandes “Aquí se imprimen libros”

Es opinión unánime entre los comentaristas del Quijote  que aquella imprenta era la de Sebastián Cormellas, situada en la calle del Coll, y que en el año 1591 había comprado a la viuda de Humberto Galard. Ya en aquella época la imprenta tenía mucha fama.

Don Quijote ante un establecimiento dedicado a la impresión de libros era como un niño ante un puesto de helados en pleno mes de agosto. ¿Cuántos libros tenía en su cabeza el Caballero de la Triste Figura? En la biblioteca propia que poseía en aquél lugar de La Mancha, los libros iban de la épica a la lírica, desde el Amadis a la Araucana.

En su rincón aldeano, los libros eran compañeros en la soledad, el alimento preferido. Hablar a Don Quijote de libros era como invitarle a una excitante orgía. Más aún por cuanto “hasta entonces no había visto imprenta alguna, y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro con todo su acompañamiento,  y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en esta, enmendar en aquella, y, finalmente, toda aquella máquina que en las imprentas grandes se muestran”.

Aquél hombre cincuentón, que por amor a los libros fue llevado a meterse en las andanzas de la caballería andante, al verse entre tanto papel impreso no resulta difícil imaginar con qué ánimo lo miraba todo, con cuánto interés y seriedad preguntaba a uno, corregía a otro, discutía con este, quitaba razón a aquél, ora aprobaba, ora rechazaba, comentaba títulos, corregía traducciones. Debieron ser horas felices para Don Quijote el bueno. Con todo, “con muestra de algún despecho, se salió de la imprenta”.

En tiempos del Quijote las imprentas no sólo se dedicaban a publicar libros tal y como hoy las conocemos. También ejercían funciones que en nuestros días tienen reservadas las editoriales. Producían textos y los colocaban en el mercado. Cualquier autor podía dirigirse a un impresor y contratar con él la edición de una obra que luego distribuía y vendía por su cuenta.

El oficial de la imprenta presenta a Don quijote “a un hombre de muy buen talle y parecer y de alguna gravedad”, que había traducido del toscazo al castellano un libro llamado “Le bagatelle”, como si dijéramos “los juguetes”.

Don Quijote, maestro en las artes de la literatura, como hijo que era del autor más culto que ha conocido España y otras partes del mundo, Miguel de Cervantes, entabla dos diálogos con el traductor: uno sobre la traducción misma y otro sobre las ganancias que esperaba obtener del libro. Aquél le dice que imprime el libro por su cuenta y que piensa ganar mil ducados vendiendo dos mil ejemplares a cincuenta ducados cada uno en la primera impresión. Don Quijote no queda convencido. Le hace saber que “cuando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, verá tan molido su cuerpo, que se espante, y más si el libro es un poco avieso y no nada picante”.

El autor traductor contesta que no piensa vender la licencia a un librero por tres maravedís, que además cree que le hace un favor con esa miseria. Y añade: “Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo; que ya en él soy conocido por mis obras: provecho quiero; que sin él no vale un cuartin la buena fama”.

Don Quijote deja al autor – comerciante deseándole buena suerte en el negocio: “Dios le de a vuesa merced manderecha”.

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