‘La falsa esposa’, de Maritza Macín, una novela histórica inquietante

La novela cumple el propósito de atrapar al lector en una red de acontecimientos simultáneos que lo seducen al mismo tiempo que lo introduce a uno de los episodios que marcaron profundamente la historia reciente.

05 DE FEBRERO DE 2015 · 22:50

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Los periódicos mexicanos me trataron muy mal, me llamaban “la amante del asesino”, “la falsa esposa”, “la histérica”. Y los periódicos en Nueva York siguieron el caso paso a paso, acosaron a mis familiares y amigos, buscaron cuanto pudieron en la historia de mi familia. La única entrevista que concedí en México fue a un reportero que hablaba francés y que me entrevistó en ese idioma. Él trató de ser comprensivo y escribió sobre un aspecto más humano; él sí pudo ver a la mujer desgarrada que había en mí y no a la frívola histérica que habían inventado en los otros diarios.[1]                                                                                      M.M., La falsa esposa

 

 

Portada del libro.

 Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela en 2011,[2] aparece por fin La falsa esposa, de Maritza Macín, un libro consagrado a bucear en la experiencia y los sentimientos de tres mujeres ligadas al destino de León Trotsky, asesinado brutalmente por el agente estalinista catalán Ramón Mercader en el barrio de Coyoacán de la ciudad de México en agosto de 1940. Macín es hija del ex pastor metodista, político y escritor Raúl Macín, y cuenta con estudios de periodismo. Militó en el Partido Comunista de México y en Socialista Unificado de México entre 1979 y 1987. Ha participado en organismos gubernamentales y no gubernamentales de defensa y promoción de los derechos humanos y en movimiento ecuménico de América Latina por la paz. Cursó la licenciatura en teología y actualmente es profesora en la Comunidad Teológica de México.

El tejido de las vidas de Sylvia (Ageloff), Caridad (Mercader) y Natalia (Sedova-Trotsky) le sirve a Macín para volver a contar, en estos tiempos tan grises para la izquierda política en México y en el mundo, una historia plural de época en donde los juegos tramposos del amor y la lucha por el cambio social se entrecruzaron también de manera imprevisible. Imposible dejar de pensar en alguien como José Revueltas, que también, como la autora de este libro, describió vidas de militantes y se centró en ellas para hacer una literatura revolucionaria ad intra, es decir, desde el interior de los protagonistas casi anónimos de la historia con minúscula inicial. La Historia, la grande, la “relevante”, no siempre se detiene para asomarse a las vidas ínfimas de quienes fueron arrastrados/as por ella en su devenir monumental.

Como novela histórica que es, asume su dimensión polifónica para narrar los sucesos casi desde las entrañas de cada mujer que habla “desde su corazón”, sin incurrir, acaso muy pocas veces, en el estereotipo de las féminas que se dejan arrastrar por sus sentimientos. Tal como lo ha expresado su autora: “La historia de la conspiración y atentados contra Trotsky ha sido motivo de muchos libros en más de 70 años, pero todos ellos tratan el tema desde la perspectiva masculina. Yo pongo a estas mujeres al frente de este caso”.[3] Ella misma ha explicado que “realizó una larga investigación en la que documentó la historia para posteriormente escribir su novela con personajes y hechos históricos, como eje de una ficción literaria”. Asimismo, comenta: “Ésta es una novela concéntrica, es decir, con cada una de las protagonistas vemos un centro diferente, una perspectiva distinta del mundo a principios de la Segunda Guerra Mundial, de la militancia, del comunismo y de ser mujer”. Para ella, las tres mujeres “se atrevieron a romper el conservadurismo de su época para ir al frente de un cambio político y social, y a enfrentar la intriga que maquinó Stalin para deshacerse de un adversario”. Y concluyó: “Lamentablemente esta historia de los años treinta del siglo pasado, en un contexto de guerra, no difiere mucho de lo que vivimos ahora. Es necesario reflexionar sobre el valor de la vida, y la literatura es un espacio privilegiado para ello”.[4]

Una historia que ella conoció gracias a lo que un día le entregó su padre: “Mi padre fue escritor y editor. Una noche de 1996 yo estaba de visita en su casa cuando me entregó una caja roja, tamaño oficio, y me dijo: ‘Aquí hay una muy buena historia de mujeres’. La caja es una edición que hizo la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal de las actas judiciales del caso que siguió el juez de Coyoacán, Raúl Carrancá”.[5] En la presentación de la novela, el pasado 20 de enero, Brenda Ruioz de Velasco, afirmó: “…es un cuerpo de letras hilvanadas a un cuerpo de historias superpuestas en un acontecimiento político de trascendente repercusión social”.[6]

 

Maritza Macín.

El tono casi policiaco que asume la obra adquiere por momentos alturas dramáticas, especialmente a la hora de mostrar los intersticios del poder represivo en acción, pero también los desdoblamientos humanos que exigió la pasión revolucionaria y la fidelidad al caudillo, además de los ideales de la llamada Cuarta Internacional Socialista. La judía neoyorquina, la bolchevique ucraniana y la comunista catalana forman un mosaico de participación femenina en la lucha revolucionaria que no siempre es visto con atención por los estudiosos. La primera, poco agraciada y, por lo tanto, urgida de amor y afecto, ha sido tachada de ingenua. La segunda, inserta en los avatares políticos al abandonar una vida previsible y aburrida. Y la última, llevada y traída por el destino al lado de una figura tan polémica como Trotsky. Cada una podía haber vivido una existencia tranquila, pero la vorágine del siglo, la intensidad con que accedieron a la causa política y la pasión con que se relacionaron las colocó en otros espacios vitales, pletóricos de riesgo.

El relato no deja de traslucir una especie de “suspensión ética”, pues las actitudes con que las tres mujeres se comportan como sujetos de su propia existencia, con las apuestas políticas y sentimentales que practican, las colocan muy lejos de los estereotipos de su época al experimentar situaciones que muy pocas personas pudieron siquiera imaginarse. En todo ello, no dejan de participar del amor en todas sus formas, como sucede en el único episodio erótico descrito mediante un realismo narrativo digno de destacarse. Allí, la militante Caridad, que progresivamente se ha ido radicalizando en todos los sentidos, no duda en transgredir los códigos de la militancia para hacerse dueña de su cuerpo y vehicular en él toda la pasión de la que era capaz en medio de las circunstancias tan exigentes que decidió afrontar para cumplir con sus tareas.

“Tres mujeres, tres vidas y tres militancias”, “El amor íntimamente deseado”, “Traición” y “Entre el delirio y la cordura” son los nombres de las secciones entre las cuales se va tejiendo la historia que confluye en un día de agosto de 1940 a las puertas de la casa ocupada por Trotsky en el sur de la ciudad de México, hasta donde los esbirros de Stalin lograron cumplir sus órdenes y así acabar con el pensador de la “revolución permanente” que tanto obsesionó a los izquierdistas de buena parte de la primera mitad del siglo XX.

Maritza Macín ha conseguido trascender el lenguaje de la literatura femenina para entregar un fresco obligado del siglo pasado, de una cadena de experiencias que para muchos ya forma parte de un modo caduco, pues lo que prevalece ahora, en buena parte, es el descompromiso y la indiferencia ante la injusticia y la explotación. Testimonio de esos tiempos efectivamente ya idos, la novela cumple el propósito de atrapar al lector en una red de acontecimientos simultáneos que lo seducen al mismo tiempo que lo introduce a uno de los episodios que marcaron profundamente la historia reciente.

Acaso una de las páginas más crudas y representativas de esta historia sea, al final, cuando al ser detenida bajo la acusación de participar en el asesinato perpetrado por su amante español bajo una falsa identidad belga, el idealismo de Ageloff aflora nuevamente al ser interrogada por agentes estadunidenses, quienes en el paroxismo de la investigación teledirigida y controlada, le espetaron: “Para nosotros, el gobierno de los Estados Unidos, los comunistas son todos los mismos, estalinistas o trotskistas, son enemigos de la libertad y de la democracia. ¡Si ustedes se quieren matar entre sí, mejor para nosotros, nos ahorran el trabajo! Pero si actúan desde nuestro territorio, si usan nuestro país para la conspiración y organización de un crimen, nos incumbe sobremanera” (p. 214). Luego de todo el huracán de sucesos en el que se vio envuelta, la “ingenua” y ahora trastornada mentalmente Sylvia Ageloff, reflexiona aún fiel a la causa a la que entregó toda su vida. “Sus palabras me retumbaron en la cabeza: ¡si quieren matarse entre sí! ¡Nada hay más lejano a los propósitos y al sentido de la camaradería, del socialismo, de una sociedad sin explotación del hombre por el hombre! ¿Cómo podría hacer que lo entendiera ese policía insensible e ignorante?” (pp. 214-215).

Lo religioso, finalmente, será la última válvula de escape para alguien así, que de haber estado en el centro de las luchas ideológicas de su tiempo pasó a ocupar un lugar bastante más modesto: “Por una razón o por otra, a veces familiares o sociales, otras por seguir las tradiciones religiosas, y al final por una necesidad íntima, poco a poco me fui integrando nuevamente a mi comunidad e identidad judía. Sin ser una fanática, ni siquiera una practicante asidua, encontré entre los míos la solidaridad y el sentido de pertenencia que necesitaba para sanar. Mis inquietudes por cambiar al mundo se fueron convirtiendo en acciones concretas por mi familia, mi barrio, mi ciudad y sobre todo por las personas que viven en ella y sufren de la miseria y de la injusticia” (p. 219).

Leonardo Padura ha dedicado otra magnífica obra a esta misma historia (El hombre que amaba a los perros, 2009), la de Ramón Mercader, alias Jacques Mornard, cuya identidad no se conoció en México sino hasta 1953 y quien luego de abandonar la prisión en la Unión Soviética alcanzó una de las más altas condecoraciones por los servicios prestados a esa nación, cuya memoria no le permitió el olvido y le entregó una vida, si no plácida, al menos muy lejana de la intensidad política y humana que describe Maritza Macín. Moriría en Cuba, precisamente, en 1978.

 

[1] M. Macín, La falsa esposa. México, Praxis, 2014, p. 185.

[2] L. Cervantes-Ortiz, “Estudiante de la Comunidad Teológica de México gana importante premio literario”, en ALC Noticias, 5 de diciembre de 2011.

[3]La falsa esposa, visión femenina sobre el asesinato de Trotsky”, en Informador, 16 de enero de 2015, www.informador.com.mx/cultura/2015/570906/6/la-falsa-esposa-vision-femenina-sobre-el-asesinato-de-trotsky.htm.

[4] Idem.

[5] “Destacan simetrías encerradas en La falsa esposa”, Notimex, 21 de enero de 2015, en www.mexiconuevaera.com/nota.php?id=15626.

[6] Idem.

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