El Gran Abismo, de Mark Greene

Globalmente, el 98% de los cristianos ni tienen la visión ni están preparados para la misión en un 95% de su vida activa. Pero, imagina lo que podría pasar si lo estuvieran… Un fragmento de 'El Gran Abismo', de Mark Greene.

04 DE DICIEMBRE DE 2014 · 22:50

Mark Greene. / LICC,Mark Greene
Mark Greene. / LICC

Fragmento extraído del ensayo  'El Gran Abismo', de Mark Greene (Andamio, 2013). Puede saber más sobre el libro aquí
 

Globalmente, el 98% de los cristianos ni tienen la visión ni están preparados para la misión en un 95% de su vida activa. Pero, imagina lo que podría pasar si lo estuvieran…

 

Portada de 'El Gran Abismo'.

Los esfuerzos por analizar la razón de por qué la iglesia ha fracasado a la hora de impactar en Occidente se han centrado, por lo general, en factores externos —ideológicos, económicos, y culturales. Ideológicamente, con la aparición de la época moderna y su posterior evolución en posmodernidad, la tendencia ha sido la de relegar la fe a la esfera de lo privado. La fe cristiana es ahora cuestión personal de reflexión interna —una más de entre las muchas opciones presentes en nuestra sociedad, algo que aporta cierta forma y fondo a un estilo de vida de diseño propio— algo, pues, por completo irrelevante en el ámbito de lo público, pero desde luego nada que haya que tener en consideración en la elaboración de una ética laboral, o como cimiento moral en el ámbito de las instituciones.

Hay quien asocia este problema con el consumismo y con la valoración de lo material como fuente no sólo de placer —como bien puede ser el caso— sino también como fuente de identidad y de autoestima. Llevo ropa de marcas de prestigio, luego soy importante.

No falta quien culpe a los medios de comunicación, y a las mil y una ofertas de ocio y entretenimiento —el moderno opio de las masas— del actual embotamiento de la sensibilidad y la capacidad de juicio, quizás como estrategia involuntaria para no tener que enfrentarse a la alienación y la angustia de la existencia.

El problema con todos estos diagnósticos es que parecen sugerir que el evangelio de un Jesús crucificado y resucitado no sirve para resistir el ataque de esas fuerzas externas, y menos aún ser una alternativa válida con capacidad para transformar vidas. Dicho de otra forma, lamentamos la desaparición de los valores cristianos en la sociedad actual, pero sin pararnos a pensar qué parte de culpa podemos tener los propios cristianos.

John Stott dijo al respecto, ‘No podemos echar la culpa a la carne de que se pudra. El pudrirse está en su naturaleza. Pero sí que se puede culpar a la sal por no estar ahí cumpliendo su cometido.’

La auténtica cuestión será entonces: ¿es la propia iglesia la que está poniendo barreras al evangelio? ¿Está la labor de difusión del evangelio fracasando no tanto por la validez de las ideas erróneas externas a ella, como por la fuerza de las nociones equivocadas que los propios cristianos tenemos dentro de la iglesia?

 

- ¿Cómo es que un 50 por ciento de los creyentes afirman no haber oído nunca un sermón sobre la ética en el trabajo? Y, de ser eso verdad, ¿cómo es que no lo han solicitado en su iglesia?

- ¿Por qué oramos por jóvenes dispuestos a comprometerse con las misiones en el extranjero, y no hacemos lo mismo para que se involucren en ese mismo trabajo dentro de la iglesia?

- ¿Cómo es que son tan escasos los himnos con letra relativa a las dificultades de la vida diaria y la dificultad de la evangelización?

- ¿Por qué creemos que es un llamamiento superior el que cuenta con respaldo económico para el ministerio pastoral y para las misiones?

 

Lo cierto del caso es que todo ello, en su conjunto, está dando lugar a lo que podríamos resumir con una triple SSS –una drástica separación entre lo sagrado y lo secular el convencimiento de que la vida se parece a una naranja, fragmentada en gajos independientes, y no una manzana, todo integrado en una pulpa indivisible.

Que, como naranja, dedicamos algunos segmentos a Dios —la oración, la iglesia, los cultos, las actividades— pero que otros nada tienen que ver con ello —el trabajo, la escuela, la universidad, los deportes, las artes, la música, el descanso, las horas de sueño, las aficiones. La SSS es como un virus. Afecta a la iglesia en profundidad y de múltiples maneras. La práctica totalidad de los creyentes que yo conozco lo ha padecido y es ahora portador. Yo mismo lo he sufrido. Y sigo teniendo que luchar con ello prácticamente a diario.

La raíz del problema está en una idea equivocada respecto a Dios. El antídoto es una comprensión renovada del verdadero carácter y propósitos de Dios en Cristo, y la constancia en la aplicación de esa comprensión a todas las áreas de la vida cristiana.

El potencial impacto de la desaparición de la SSS sería el de cientos de miles, millones incluso, de cristianos trabajando en la obra del Señor con una proyección verdaderamente épica. Potencial que se materializaría en comunidades enteras de creyentes con la preparación, la visión, y el apoyo necesario, para llevar a efecto una misión y un discipulado en su propio entorno, entre personas que conocen y que tratan.

En principio, como es lógico y natural, el vivir el evangelio actualizándolo en todas las áreas de nuestra vida puede parecer un proyecto desmesurado y difícil de poner en práctica —el orar por áreas normalmente descuidadas, el invitar al pastor a visitarte en el trabajo, el pedirle a alguien que te cuente su historia, el estar atentos a las cosas que despiertan el entusiasmo de los niños, el conocer las canciones que gustan a los jóvenes, el pasar revista al día con la perspectiva de Dios en mente… pequeñas cosas que no son tan difíciles de poner en práctica y que ayudan a centrarse en las personas, en sus intereses, y en sus necesidades, y en qué puede Dios estar queriéndonos decir en medio de todo ello.

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