Lecciones de Hechicería (II)

Teología y Poesía en diálogo fecundo: Rubem Alves.

09 DE OCTUBRE DE 2014 · 21:50

Rubem Alves.,Rubem Alves
Rubem Alves.

Para Francisco y Rubén, por la amistad a toda prueba

Hay palabras que brotan a partir de diez mil cosas y palabras que crecen a partir de otras palabras: sin fin…

Pero hay una Palabra que emerge del silencio, la Palabra que es el origen del mundo.

Esta Palabra no puede ser producida. No es una criatura de nuestras manos o de nuestros pensamientos. Tenemos que esperar en silencio, hasta que se haga oír: Adviento…

Gracia.[1]

R.A.

El poeta, el guerrero, el profeta es una magnífica mezcla de actitudes ante la vida que, en el caldero escritural de Rubem Alves dieron como resultado un guiso estupendo pues, además, está ilustrado con obras de M.C. Escher. El primer capítulo, una indagación sobre la presencia de la palabra, surge de la contemplación de una araña whitmaniana, deambula por las Variaciones Goldberg, de Bach, se topa con Mallarmé, y aterriza en la necesidad (y práctica) muy humana del arte de desaprender, todo irradiado por la influencia del pesimista poeta T.S. Eliot y su visión de la Palabra oculta por la gritería contemporánea en los “Coros de La Roca” (1934), poema dramático en el que se pone el dedo en la llaga: “El infinito ciclo de las ideas y los actos,/ infinita invención, experimento incesante,/ trae conocimiento del cambio, pero no de la quietud;/ conocimiento del habla, pero no del silencio;/ conocimiento de las palabras e ignorancia del Verbo./ Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,/ toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,/ pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios./ ¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?/ ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?/ ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?/ Los ciclos celestiales en veinte siglos/ nos alejan de Dios y nos aproximan al polvo”.

 

Lecciones de Hechicería (II)

Alves escribe, en el mismo tenor: “[Es fácil distinguir la Palabra de las palabras.[2]] Cuando esta palabra se hace oír el cuerpo entero reverbera y sabemos que el misterio de nuestro Ser nos habló, fuera de su olvido… […] Esta es la esencia de la poesía: volver a la Palabra fundadora, la cual emerge del abismo del silencio”.[3] Y da fe de su encuentro con los nuevos mentores de su mirada: “También amo la oscuridad que habita dentro de los bosques hondos y bellos de la poesía de Robert Frost, y la luz que se fractura a través de las aguas inquietas de los poemas de Eliot, y la penumbra colorida de la catedral gótica, que me hace recordar las entrañas del gran pez dentro del mar: una catedral sumergida”.[4]

El maestro que siempre fue Alves subraya la necesidad, y hasta la urgencia, de olvidar lo que no es significativo para el cuerpo y disponerse aprender aquello que lo es, pues en palabras de San Agustín, el cuerpo sólo quiere gozar, gozar infinitamente. Las palabras son puentes (en lo que concuerda con Octavio Paz) y objetos para alcanzar el gozo que pueden conducir a la poesía. A causa de ellas, formadoras de nuevos mundos, los rituales sagrados se realizan en la transfiguración de la realidad: la Eucaristía (fenómeno antropofágico), el Pentecostés (“La sabiduría emerge de la estulticia”.[5]), y el encuentro con Paz y cummings es casi obligado, pues ellos como todos los poetas siempre han conocido el poder mágico de las palabras. Desaprender es un paso obligado para alcanzar la sabiduría: “Uno debe renacer, por el poder de la Palabra impredecible, para poder entrar al Reino. Uno debe ser niño otra vez…”.[6]

Su abordaje del silencio es muy iluminador pues, partiendo de un cuento de Gabriel García Márquez (“El ahogado más hermoso del mundo), pues lo califica como la fuente de las palabras, algunas de ellas “criaturas de luz” que habitan “entre los reflejos que brillan en la superficie del lago”. “Otras son entidades misteriosas que viven escondidas en las profundidades marinas o en las sombras de los bosques. […] La mayoría de las veces son escuchadas mas no entendidas —como si hubiesen sido pronunciadas en un idioma extraño. No son muchas. Los poetas y los místicos han llegado a sugerir que son una única Palabra, aquélla que contiene el universo”.[7] Éstas son las palabras que liberan de los lugares comunes, de los rituales vacíos. El psicoanálisis ha sido capaz de escuchar el silencio que vive en el intersticio de las palabras, algo que ya habían hecho los poetas: “La poesía es una inmersión en el lago misterioso, atravesar el espejo, dentro de las profundidades donde las palabras nacen y viven…”.[8] En este punto lo acompaña el también brasileño Carlos Drummond de Andrade: “Penetra sordamente en el reino de las palabras./ Allí están los poemas que esperan ser escritos./ Están paralizados, pero no hay desesperación,/ hay calma y frescura en la superficie intacta./ Llega más cerca y contempla las palabras./ Cada una/ tiene mil caras secretas bajo el rostro neutro/ y te pregunta, sin interés por la respuesta,/ pobre o terrible, que le des:/ ¿Trajiste la llave?” (“En busca de la poesía”).

 

Lecciones de Hechicería (II)

Ése es el tono general de este libro donde la belleza se desdobla y produce un hechizo estético, diáfano, encaminado a redescubrir el poder mágico de la poesía, mediante el cual las palabras son buenas para comer, como en los relatos bíblicos de Ezequiel y Apocalipsis (el grabado de Durero es imperdible): “Somos lo que comemos…”. La Palabra sustituye a la comida porque su sabor no nos abandona, de ahí su intensa fuerza simbólica: “Los símbolos nacidos de los ojos habitan en la distancia y la separación. Los que nacen de la boca expresan reunión y posesión”.[9] De ahí también la cercanía con el arte culinario, espacio de hechicería y alquimia.

En cuanto a la poesía y la magia, la influencia de la muy protestante película danesa El festín de Babette es determinante: ésa es la puerta de la teopoética, capaz de invadir territorios tan refractarios como la política que vino a dar al traste con un maravilloso logro de la Reforma religiosa del siglo XVI:

La teología protestante nació cuando el poder mágico-poético de la Palabra fue redescubierto y democratizado. Cada individuo debería leer las Escrituras de la misma forma en que se lee un poema, en la soledad, sin voces intermedias de interpretación. Los hermeneutas debían guardar silencio para que la voz del Extraño pudiese ser oída: el testimonio interior del Espíritu Santo. Se creía que las palabras olvidadas escritas en nuestra carne y la Palabra venida del pasado se encontrarían y harían el amor —y así sucedería el milagro. Si, por pura gracia, el Viento soplase y la melodía ausente fuese escuchada, los muertos resucitarían.[10]

Con todo ello, el título antiguo (Poesía, profecía, magia) vino a ser un auténtico programa vital y existencial para Alves, quien jamás se apartaría de estas tres realidades en todo lo que hizo.

 

(Fragmento de la conferencia “A Theology of Human Joy. La teología liberadora, lúdica y poética de Rubem Alves”, a presentarse en el Seminario Teológico de Princeton, Nueva Jersey, Estados Unidos, el 16 de octubre de 2014)

 

[1] R. Alves, The poet, the warrior, the prophet. London-Philadelphia, SCM Press-Trinity Press International, 1990, p. 3. Versión de L.C.-O.

[2] Frase agregada en Lições de feitiçaria (2003), p. 23.

[3] R. Alves, The poet…, pp. 3, 4.

[4] Ibid., p. 8.

[5] Ibid., p. 14

[6] Ibid., p. 19.

[7] Ibid., p. 27.

[8] Ibid., p. 29.

[9] Ibid., p. 78.

[10] Ibid., p. 102.

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