La ballena, el buzo y Jonás

Los ninivitas necesitaban ser salvados de su maldad, pero Jonás necesitaba ser salvado de la dureza de corazón.

14 DE MARZO DE 2019 · 09:00

Momento en que la ballena se traga al submarinista Rainer Schimpf. /Barcroft TV ,
Momento en que la ballena se traga al submarinista Rainer Schimpf. /Barcroft TV

Saltaba hace pocos días la insólita noticia de una ballena que había atrapado a un buzo, devolviéndolo sano y salvo a una playa. Mientras el submarinista buceaba por las aguas de Ciudad del Cabo, de pronto sintió una presión y que todo se volvía oscuro; era el resultado de haber sido capturado por el animal, el cual no quiso engullir totalmente a su presa y terminó vomitándola pacíficamente, lo que el buzo no tuvo por menos que agradecer.

Naturalmente, incluso gente que nunca ha leído la Biblia al saber de esta noticia se acordó de Jonás y el episodio que vivió con un gran pez, al que popularmente se le ha denominado la ballena de Jonás. Precisamente ese episodio ha sido uno de los blancos favoritos de la crítica para ridiculizar a la Biblia, al dar por sentado que ningún gran pez puede engullir a un hombre y devolverlo con vida. Pero Dios tiene sentido del humor y casi 2.900 años después del Jonás bíblico, un Jonás del siglo XXI ha sido noticia mundial.

Claro que hay enormes diferencias entre Rainer Schimpf, que así se llama el buceador, y el profeta Jonás. Porque el primero estuvo como mucho unos minutos en el interior del cetáceo y el segundo estuvo tres días. Además, mientras que la experiencia del primero no ha pasado de ser un curioso incidente sin más consecuencias, la del segundo marcó un antes y un después en su vida.

El texto de Jonás es único por varios motivos entre los demás libros proféticos de la Biblia. En primer lugar consiste de un relato. Aunque en los otros escritos proféticos hay en ocasiones relato, la inmensa mayoría del texto la ocupa el mensaje, no el relato. Pero en Jonás el mensaje que explícitamente se anuncia ocupa una sola frase: ‘De aquí a cuarenta días Nínive será destruida.’ Por supuesto, detrás del relato en Jonás hay mensaje implícito, pero el explícito se reduce a esa frase. En segundo lugar Jonás es enviado a un pueblo extranjero, no al pueblo de Israel como los otros profetas. Es verdad que Abdías y Nahúm profetizaron sobre Edom el primero y Nínive el segundo, pero en ambos casos sus mensajes tenían como propósito final no esos pueblos sino Israel. Lo mismo se puede decir de Daniel. Pero la misión de Jonás tiene como propósito exclusivo el pueblo extranjero al que es enviado.

Y precisamente ese hecho es el que pone de manifiesto la peculiar reacción de Jonás. Él no fue enviado a cualquier nación sino a la odiosa nación que en aquel momento era el poder hegemónico mundial. Asiria representaba el imperialismo del siglo IX a. C. y hasta se le podía denominar la promotora del terrorismo a escala mundial, porque sus métodos de conquista y sometimiento no podían ser más crueles. Si alguien merecía un castigo ejemplarizante era Asiria. Sus víctimas lo agradecerían. Y Jonás compartía esa creencia.

Como Dios mandó a Jonás con un mensaje de destrucción a la capital de Asiria, todo hacía suponer que los vengativos deseos que Jonás compartía con sus contemporáneos eran también los mismos de Dios. Pero había una diferencia radical y era que mientras Jonás y sus contemporáneos aborrecían los hechos de los asirios y a los asirios mismos, Dios aborrecía igualmente los hechos de los asirios pero no a los asirios. Y esto es lo que Jonás intuyó.

Jonás era un hombre que conocía a Dios, de otro modo no hubiera sacado la conclusión de que la intención de Dios, en última instancia, no era complacerse en la destrucción de esa nación sino en su arrepentimiento. Por eso tomó la dirección contraria a Nínive, hacia España, para no participar en la posible salvación que su mensaje podía propiciar. Pero a la vez que Jonás conocía a Dios, también estaba saturado de las ideas prevalecientes en su generación. Y esas ideas eran de odio cerrado hacia aquellos miserables asirios, para los cuales no podía haber ni un atisbo de misericordia.

Contrasta la mezquindad del profeta con la magnanimidad de Dios, que da una oportunidad a los que no dieron ninguna oportunidad a otros. Y ahí es donde hace acto de presencia el gran pez (¿ballena?) que se tragó a Jonás. En su interior se sintió perdido para siempre, pero fue allí donde percibió que él mismo también estaba necesitado de la gracia de Dios, sin la cual perecería.

Los ninivitas necesitaban ser salvados de su maldad, pero Jonás necesitaba ser salvado de la dureza de corazón que unas perniciosas ideas, por muy populares y extendidas que estuvieran, le habían ocasionado. Unas ideas parciales, preñadas de un nacionalismo implacable en el que no había ninguna esperanza para el detestable poder extranjero y tan arraigadas que todavía después de la experiencia dentro del gran pez volvieron a aflorar, cuando se enojó porque Dios perdonó a Nínive. Jonás quiso ir más allá que Dios en su justicia y hasta pretendió enmendarle la plana en ese aspecto. Un peligro siempre al acecho del que nosotros hoy tenemos que cuidarnos, en vista de que muchos odios andan sueltos.

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