Yo, Noa

Conocía sus milagros, todos conocíamos sus obras. Y quién, habiendo escuchado de él no se habría ocupado en buscarle, aunque fuese a deshora.

08 DE FEBRERO DE 2019 · 09:00

,

Entonces una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias, se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su capa. Porque pensaba: “con sólo tocar su capa, quedaré sana”. Pero Jesús, volviéndose, vio a la mujer y le dijo: 

-Ànimo, hija, por tu fe has quedado sana. (Mateo 9:20-22)

Yo, Noa,

me hallaba sentada aquel día

tras una de las celosías de casa,

cuando un gran murmullo

inundó por completo

la estancia.

 

¡Jesús! ¡Es Jesús!

Alcancé a oír de algunas bocas.

Y algo nuevo

brotó de mis entrañas.

 

En aquel momento

¡ah!, me habría gustado

ungir mis cabellos.

Me habría gustado vestir

mi más preciado velo.

Mas fue imposible,

no hubo tiempo.

 

Conocía sus milagros,

todos conocíamos sus obras.

Y quién, habiendo escuchado de él

no se habría ocupado en buscarle,

aunque fuese a deshora.

 

Rozar su manto

bastará para sanarme

de estar viva, tan muerta,

expresó mi espíritu abatido,

desbordado de tristeza,

humillado en la derrota.

 

Oídme.

Cómo no había de entristecerme.

Yo soy Noa,

ya os lo he dicho,

la mujer herida,

la que gastó toda su esperanza

en busca de otras metas.

Poseo la enfermedad incurable

de quien peca. 

 

¡Qué torpes mis pasos han sido!

 

Acechanzas oscuras

se han tramado contra mí

todo el tiempo

robando mi alegría.

 

Aunque nada se advierta,

tengo miedo a ser señalada.

Son tantas las heridas que me muerden...

Tanto he llorado mi soledad, sola.

Tanto mi llanto callado.

 

Hace tiempo que vivo encerrada,

perdida para siempre.

Hace tiempo que

ningún ser ha entrado

a habitar mi morada.

 

¿Y si fuera posible?

No lo dudes,

me dije en silencio,

¡corre!

 

Tocar su manto quise.

Sólo los que se acercan a él

reciben su fuerza.

 

Aparentemente

yo era una más entre aquella gente.

Ante tan gran multitud,

nadie se daría cuenta.

Nunca me gustó

poner mi fe en evidencia.

 

Cuando él pasaba

junto a los damascos

pude alcanzarle

y observar sus rasgos.

Mis manos temblaban

pero le necesitaba.

 

¡Ay! Si en mi se fijara,

si me adivinara  cerca.

¡Oh! Jesús,

hoy vengo a buscarte,

soy Noa.

Herida de muerte

he venido a encontrarte.

 

Sí, no pienso callarme.

Puedo explicar

que al acariciar su manto

mientras se hallaba de espaldas

pude sentir su poder

derramarse en mi alma.

 

Entonces se volvió hacia mí

para hablarme,

para regalarme el tono limpio de su voz

además de sus palabras.

 

 

Sé que al verme,

supo notar el temor de mis ojos,

mi corazón lo sabe.

Quién dice que no es posible renacer,

quién lo duda.

Al verle alejarse

para continuar su camino

una obstinada pregunta

se instaló en mi mente:

¿Qué habría pasado

si en vez de rozar su manto

le hubiera con fuerza abrazado?

 

¿Qué precio he de pagar

por mirarle de nuevo a los ojos?:

Mi derrota, ante su Gloria.

 

Oíd. Escrito está el morir.

En quien creer mientras vivimos,

a nosotros corresponde.

 

Lentos se estiran mis días.

De aquel suceso

han pasado más de treinta años

y no en balde

mis labios lo siguen contando.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Yo, Noa