La otra historia de la Constitución

Ese periodo amenazante que se nos venía encima propició el inicio de las “reuniones unidas”, cada último sábado de mes en el local del Ejército de Salvación.

07 DE DICIEMBRE DE 2018 · 13:00

Los originales de la Constitución. / Congreso de los Diputados,
Los originales de la Constitución. / Congreso de los Diputados

Para los que éramos jóvenes ─y muchos recién convertidos─ en 1978, el 40 aniversario de la Constitución evoca otra historia: una historia que tiene como protagonista al Espíritu Santo de Dios. El movimiento carismático, que había comenzado en España a principios de aquella década (o finales de la anterior) en varias denominaciones, trajo consigo un nuevo sentimiento de unidad, y hombres como Alberto Araujo, Arnaldo Fernández-Arias, Hugo Contreras, Manuel Vidal, Rodolfo Loyola, Félix Fontanet, Juan Llopis, José Ortega, José Luis Gómez Panete y un largo etc. tuvieron un papel decisivo a la hora de romper barreras denominacionales y hacer que ─como dice el apóstol Pablo─ nuestra fe no estuviera fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios1.

También de aquel caldo de cultivo nació una inquietud por la situación política de nuestro país, sacudido por el terrorismo de ETA (cuyo clímax fue el asesinato de Carrero Blanco), la inminencia de la muerte de Franco y la subida al trono del rey Juan Carlos I. Ese periodo amenazante que se nos venía encima propició el inicio de las “reuniones unidas”, cada último sábado de mes en el local del Ejército de Salvación, cuyos líderes eran el matrimonio Rey (de su graduación no me acuerdo), sito en la calle Hermosilla de Madrid. Se instituyó aquel día como “día de oración y ayuno por España” hasta bien entrada la Transición. Qué Dios nos escuchó en aquel tiempo no es evidente para el ojo natural, ni para aquellos que no han puesto su fe en Cristo y por tanto no tienen su Espíritu2, pero sí para los creyentes; como también lo es que fue Él quien había puesto aquella carga y aquel espíritu de intercesión en nuestros corazones. 

Caeríamos en la más sórdida necedad espiritual si pretendiéramos atribuirnos el mérito de una transición política tan ejemplar, o de tan excelente Constitución, que aún asombra a propios y extraños e incluso a los mismos que participaron en su redacción (como estamos escuchando de sus propias bocas en estos días), porque el único que tiene poder para mover de ese modo los hilos de la Historia y trabajar en los corazones de los hombres es Dios: el Dios vivo y verdadero, el Creador y Sustentador de todas las cosas, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo3. Además, seríamos asimismo unos necios porque, con toda seguridad, no éramos los únicos que estaban orando por España en ese tiempo. 

Para nosotros, sin embargo, no hay duda de que fue Él quien inclinó el corazón del rey Juan Carlos4para que abriera las puertas a la democracia, y de los líderes políticos de aquel entonces para que buscasen la paz, la concordia y la reconciliación, ni de que nuestras oraciones contribuyeron a ello. ¡Bendito sea Dios, que permite a simples creyentes colaborar con Él mediante la oración y el testimonio de Cristo en el cumplimiento de sus propósitos! Este pequeño ejercicio de “memoria histórica” tiene por objeto dar la gloria al Dios bueno, misericordioso y compasivo que busca al hombre y a las naciones perdidas en sus propios caminos, los cuales, aunque a ellos les parezcan derechos, acaban siendo caminos de muerte5.

 

Notas

11 Co. 2:5

2Ro. 8:9; Jn. 14:17

3Is. 43:9-13; Jn. 8:48-59

4Pr. 21:1

5Pr. 16:25

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