Balaam, Daniel y la estrella del Mesías

Daniel sabía relacionar la profecía de Balaam con las cosas que Dios le iba a revelar: el tiempo de la venida del Mesías.

21 DE NOVIEMBRE DE 2018 · 12:45

Guerreros en un mural del palacio de Darío I, uno de los reyes de la época de Daniel. / Wikimedia Commons (CC0),
Guerreros en un mural del palacio de Darío I, uno de los reyes de la época de Daniel. / Wikimedia Commons (CC0)

En los últimos dos artículos aprendimos algo sobre la importancia de las estrellas en la Biblia y también sobre los avanzados conocimientos que los babilonios y medo-persas tenían en cuanto a la observación de los cielos. Ahora nos falta otra pieza clave: el lado teológico.

La primera vez que el nacimiento del Mesías se relaciona en la Biblia con una estrella es en Números 24:17. La profecía en cuestión sale en un mensaje de un personaje un tanto enigmático: Balaam. Sabemos muy poco de su vida, salvo que su padre se llamaba Beor y que vivía en Petor, una localidad no muy lejos de Harán y Carquemis, en la parte occidental de Mesopotamia. Balaam no era profeta en el sentido clásico (aunque el Talmud lo considera como uno de los siete profetas gentiles, juntamente con su padre, Job y sus cuatro amigos). Además tenemos un hallazgo arqueológico que confirma estos datos bíblicos: una inscripción que fue descubierta en Deir Alla en Jordania en el año 1967.

Existe una tradición antigua que dice que Balaam podría haber sido un miembro de los magi, incluso su fundador. Aunque no tenemos pruebas concluyentes en cuanto a este hecho, nos llama la atención que Balaam era un hombre conocido, un “vidente” (aunque no en la forma como se usa la expresión hoy en día) al estilo de la lista que tenemos en Daniel 2:2 (de este versículo hablaremos más adelante). De todos modos, este hombre era conocido a nivel internacional en aquellos tiempos.

El hecho es que este personaje misterioso relaciona por primera vez la idea de la estrella con el nacimiento del Mesías: 

Lo veré, más no ahora; lo miraré, más no de cerca: saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel…” (Números 24:17)

Después de Génesis 3:15 y Génesis 49:10 es la tercera profecía mesiánica del Pentateuco. Y de esta manera aprendemos tres cosas sobre la venida del Mesías:

1. Está relacionada con una estrella

2. Esa estrella tiene que ver con Israel (“Jacob”)

3. La estrella anuncia el nacimiento de un rey en Israel (“cetro”).

Dejando de lado qué función tenía Balaam y cómo Dios podía usar un personaje tan extraño, de una cosa podemos estar seguros: esa palabra iba a entrar sin lugar a dudas en el conocimiento de aquella casta de “entendidos” de los cuales hablamos en el artículo previo: los magi.

 

DANIEL Y LA PROFECÍA

Después del episodio de Balaam pasan los siglos y aparece en la historia del pueblo judío uno de sus profetas más importantes: Daniel. En el año 605 fue secuestrado, juntamente con otros jóvenes judíos, en un ataque de los babilonios y llevado a su capital. Allí -nos cuenta la historia sagrada en el capítulo 1 de Daniel- los babilonios les enseñaron su idioma y escritura y finalmente leemos como “Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños.” (1:17) Finalmente nos dice el versículo 20 que Nabucodonosor consideró a Daniel y sus amigos “diez veces mejor que todos los magos y astrólogos que había en su reino.

El gran momento para Daniel vino precisamente a raíz de un sueño de Nabucodonosor: solo Daniel podía interpretarlo correctamente. Los “magos, astrólogos, encantadores y caldeos” no sabían que decir. Ya sabemos quiénes eran los magos y los caldeos. Y los astrólogos y encantadores eran simplemente otro grupo de personas que el rey consideraba como sabios y capaces para ayudarle a entender sus sueños. Es curioso que la palabra para “mago” en la septuaginta (la traducción al griego del AT) en el pasaje de Daniel 2 es la misma que Mateo usa en su evangelio para hablar de los “sabios de Oriente”. Y acto seguido, Daniel es nombrado entre otras cosas “jefe supremo de todos los sabios de Babilonia.” Ahora el que mandaba sobre los personajes más ilustres de la potencia mundial número uno era un profeta judío. 

El puesto de Daniel no era simplemente un puesto honorífico, sino que además incluía de su parte una enseñanza activa. Indudablemente, Daniel sabía relacionar la profecía de Balaam (que los sabios babilonios conocieron también por otra vía) con las cosas que Dios ahora le iba a revelar personalmente: el tiempo de la venida y la muerte del Mesías. 

No cabe duda, por lo tanto, que los magi de Babilonia y de Persia (no hay que olvidar que Daniel por providencia divina ejercía de forma muy inusual una función privilegiada sobre esta clase de sabios en ambos imperios) tenían conocimiento de la profecía de Balaam. Juntamente con lo que Dios revelaba a través de sus profetas, los magi deben haber tenido una idea muy completa de la esperanza mesiánica de los judíos. Porque Daniel mismo, siendo profeta, añade a toda esta información lo que hasta el momento faltaba: un marco cronológico.

Daniel era conocido en su tiempo tanto en la corte babilónica como en la corte persa como el más respetado de todos los sabios (Daniel 2:45 y 6:28). Pero su fama de hombre sabio se había extendido no solamente entre los persas y babilonios, sino también entre los judíos (Ezequiel 28:3). Tampoco hay que olvidar en este contexto la influencia que la reina Ester y Mordecai podían ejercer en la corte persa. Porque hay un detalle que frecuentemente se olvida. El libro de Ester nos dice en 8:13: “Y muchos de entre los pueblos de la tierra [es decir: del imperio persa, J.H.] se hacían judíos, porque el temor  de los judíos había caído sobre ellos.” Lo cual quiere decir: no se puede excluir que incluso algunos de los magi, bajo la influencia de Daniel y los acontecimientos en los tiempos de la reina Ester llegaron a aceptar la fe judía. Estudiarían con más ímpetu si cabe las profecías de Daniel. Y estas profecías se escribieron de forma providencial como la única parte del AT no en hebreo, sino en el idioma de los babilonios: el arameo. Y esto hace aparecer a los sabios de Oriente en una luz completamente distinta.

En diferentes capítulos de su libro, Daniel pone en primer lugar una secuencia fácil de identificar de los reinos venideros: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. Y dice Daniel 2:44 que precisamente “en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos pero él permanecerá para siempre.” 

Pero esto no era todo. En una de las profecías más asombrosas del AT, Daniel nos facilita la visión de las 70 semanas que indicaría que el Príncipe de Israel iba a estar presente en su país 483 años después del mandamiento del emperador persa de reconstruir la ciudad. En el marco de este artículo no hay lugar para explicar los pormenores de esta profecía. Pero incluso a primera vista, es evidente que nos lleva a los días de Jesucristo.

Los magi que vivieron los tiempos del imperio romano no podían tener duda que los acontecimientos que empezarían con la llegada del Mesías estaban a punto de comenzar. Faltaba la señal esperada: la venida de la estrella. No hacía falta mucha perspicacia de parte de los sabios persas para saber que los tiempos del Rey de los judíos habían llegado.

Y esto lleva a los magi a un lugar de preeminencia en la historia sagrada: ni los escribas, ni los fariseos y aún mucho menos los racionalistas llamados saduceos sabían interpretar los tiempos de forma adecuada. Eran los sabios de la escuela de Daniel la pieza clave. Ellos iban a entrar en la historia como los primeros extranjeros en rendir honores al Rey. Y es más que probable que la comitiva que llegaba a Jerusalén no eran tres jinetes en tres camellos. Lo más probable es que estemos hablando de una auténtica caravana.

Queda otro detalle que nos lleva hacia el origen de los magi: cuando los persas conquistan Israel seis siglos después del nacimiento de Jesucristo también conquistaron Belén, arrasando todo. Pero, casi de milagro, no destruyen la capilla del nacimiento. La razón: ellos vieron en su fachada una pintada de los sabios de oriente - llevando vestidos típicos persas. Y por respeto a sus compatriotas perdonaron el santuario.

Pero ¿cuándo exactamente iban a venir los días del Mesías? ¿Hay datos fiables? Lo veremos la semana que viene.

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