La crítica con/de/structiva

Cuando miras mucho tiempo al fondo de un abismo, el abismo termina mirando también en lo profundo de ti.

29 DE AGOSTO DE 2018 · 20:00

Ashim D'Silva / Unsplash,casa destruida, casa abandonada
Ashim D'Silva / Unsplash

A menudo somos profundamente autocríticos, no con nosotros mismos, sino con nuestras propias iglesias, líderes e instituciones.

Y eso es bueno, incluso sano. Pero tiene el peligro de que quedemos atrapados en ese pozo sin fin, alejándonos más y más de la luz del sol.

Como bien dijo Nietzche (y tristemente él mismo lo experimentó en su vida), cuando miras mucho tiempo al fondo de un abismo, el abismo termina mirando también en lo profundo de ti.

Yo puedo afirmar que he vivido (y sufrido) líderes espirituales abusadores, corruptos, tiranos, psicópatas, maltratadores y un largo etcétera.

Pero he luchado, a veces desesperadamente, por no quedar atrapado en la red de mi propia lástima y dolor. Es más, el primer paso es salir de ellos no sólo físicamente, sino en alma y espíritu.

El verdadero perdón (que es unilateral, la reconciliación no, ya que depende de dos) hace maravillas.

Y sobre todo sacudirse el polvo de los zapatos. No vivir quejándonos de lo que ocurrió, sino apasionándonos intensamente por el presente y el futuro.

Por eso hoy puedo disfrutar del compañerismo fraternal en Jesús, admirar a hombres y mujeres que CONSTRUYEN, que no destruyen (en todo caso, para luego edificar). Pastores ejemplares que sin ser perfectos (porque ninguno lo somos) dejan su vida, su esfuerzo, su tiempo, sus afectos, para servir a Dios y a los demás.

Estos días se habla del suicidio de Andrew Stoecklein, un conocido pastor en California. No sé las circunstancias, pero sí sé que muchos pastores sufren continuas y altas exigencias de la congregación como esos jugadores de fútbol al que el fan regordete que come en su butaca patatas, mientras bebe cerveza, le grita: “¡Pero corre más, vago!”.

Se espera que los pastores sean jóvenes y maduros, que sufran todas las quejas sin dejar de amar y perdonar, que estén ilusionados y animen a los demás, que visiten hospitales y hogares. Que den testimonio ejemplar a tiempo y fuera de tiempo, que ofrezcan sermones que deleiten al personal. Que derrochen comprensión, trabajo, afecto…

Me pregunto: ¿es mayor la entrega que pide el Evangelio a un pastor que para un creyente maduro? Contesto: NO. Sin duda el pastorado es un lugar de enorme responsabilidad; pero en nada quita el nivel de compromiso que igualmente Jesús mismo espera de cada discípulo, ¿o hay ahora categorías diferentes?

Y por ello pregunto a la inversa. ¿Quién anima, apoya, ayuda, visita, comprende al pastor? Creo que hay mucha soledad en los muchos buenos pastores que hay en nuestras iglesias.

Por eso, bendigo a quien critica siempre que sea para construir diez veces más, que esa sea su meta. Y si no, especialmente si la queja es un hábito, que se calle, que se vaya, que abra su propia iglesia si es preciso. Pero que deje de destruir por destruir. Al menos esto sí sería un primer paso muy positivo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Mirad@zul - La crítica con/de/structiva