Para vivir lejos, no hay mejor nave que un libro

El orden volvió a la casa que por momentos se convirtió en un lugar seguro.

19 DE ABRIL DE 2018 · 15:35

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Un remolino de sentimientos contradictorio se agitaba en su cabeza. Los gritos quedaron dispersos calle abajo. Por fin aquel áspero ser abandonó la casa y aunque dejaba tras él una estela de lágrimas, el silencio volvió a coronar el aire.

El niño jugaba con una canica deslizándola en la palma de la mano. Dejó pasar unos largos minuto antes de abrir la puerta de su habitación. Fuera, ella terminaba de recoger los trastos desparramados por el suelo, algunos habían quedado destrozados tras la embestida de aquel animal al que él debía llamar padre. Su madre recogía los restos del naufragio con los ojos anegados de dolor y la camiseta hecha jirones.

Como solía hacer siempre, una vez pasada la tormenta se abrazó a aquel frágil cuerpo de mujer suplicando que no llorara más. Agarrado fuertemente a su madre comprobaba que el mundo se detenía para ellos. Todo dejaba de girar mientras sus cuerpos fusionados en aquel eterno abrazo paliaban el mutuo dolor presente.

 - Ya pasó mamá, ya pasó.

Sus párvulos labios emitieron una frase consoladora, impropia de un niño que acababa de recibir el ramalazo helado de un padre fustigador, nocivo, temperamental.

 Las manos de ella, aún temblorosas, atusaron los cabellos de su pequeño tesoro, de ese ser por el que merecía la pena luchar.

- No te preocupes cariño, no va a volver a pasar.

Realmente lo deseaba, quería que sus palabras tuvieran una enorme carga de veracidad, que aquella escena tantas veces vivida no volviera a repetirse nunca más.

El orden volvió a la casa que por momentos se convirtió en un lugar seguro.

Ella comenzó a preparar la cena. Él, sentado en un sillón retomó la lectura de la que había sido arrancado y posando sus ávidos ojos de aventuras en aquellas páginas volvió a ser libre. Libre como un pajarillo al que le abren la portezuela de la jaula donde ha sido apresado.

Libre para soñar con un futuro alejado del dolor, un futuro en el que tanto él como su madre poseían el valor suficiente para abordar la noche y despertar a una nueva mañana.

Entre las hojas de un libro dejó volar su imaginación y así  quedar flotando como un astronauta en el espacio, ligero e ingrávido.

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