Predicar o dar trigo

La iglesia debería ser la organización que más trabajara, que más se esforzara, luchara, denunciara y evangelizara en favor de la puesta en marcha de los valores del Reino.

17 DE ABRIL DE 2018 · 15:00

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No hace mucho tiempo que hablaba con un jubilado de Camuñas (Toledo), uno de los evangélicos que aún viven de una época en que, en ese pequeño pueblo, había más evangélicos que católicos. Por alguna deriva de la conversación salió el tema que recoge ese refrán español: “No es lo mismo predicar que dar trigo”.

Él, de forma natural, comenzó a comentarme que eso se debe a un párroco de un iglesia de pueblo—supongo que puede ser más leyenda que verdad, pero que nos vale para el artículo— que en la iglesia predicaba continuamente su solidaridad para con los más desafortunados lugareños en un momento en el que era bastante normal que, algunos de los que fallecían, les dejara sus tierras a la iglesia que seguían produciendo trigo para ellas.

Me contaba esta persona ya mayor que uno de los hombres pobres del pueblo fue al predicador para rogarle un favor. Así, cuando estuvo ante él le dio las gracias por mostrarse en sus predicaciones tan solidario con los pobres y, entonces, le rogó que, por favor, le diera un poco de trigo para él y su familia que estaban pasando hambre. Y entonces vino la respuesta que conforma ese refrán: “Sí, hijo, pero no es lo mismo predicar que dar trigo”.

Nuestra obligación es hacer que este refrán salte hecho pedazos debido al compromiso continuo e indubitable de los cristianos para con el prójimo.

Probablemente es un simple relato, pero que a mí me llegó a causar cierto impacto por su sencillez reveladora. Y es que el gran desafío que tenemos los creyentes, es la realización práctica de los principios y enseñanzas que conocemos de memoria y que las aceptamos sin que nos mueva al compromiso que el cristianos debe tener para con los débiles del mundo.

Así, la lección es: No basta con ser religioso y proclamar, no basta con anunciar y predicar, hay que dar trigo. El reto no es sólo decir que creemos en los valores del Evangelio, sino que lleguemos a la realización práctica, en compromiso con los sufrientes de la tierra, de esos valores que entendemos y confesamos, así como el vivir en amor y solidaridad esos principios, valores y enseñanzas.

Quizás por eso algunos han afirmado que “sólo en la acción está la verdad”, porque lo otro, las verdades insolidarias que no se hacen vida en nosotros en compromiso con el prójimo, serán verdades perfectas, silogismos puros, pero vacíos si no hay compromiso de vida y de ejemplo solidario para la puesta en práctica de esas verdades bajando a la arena de la realidad allí donde las personas sufren.

Por tanto, el problema, el gran reto, el desafío al que se enfrentan los cristianos del mundo no es el aprender, aceptar y creer en ciertos valores y principios, sino que no actuamos, que no hacemos lo suficiente para poner en práctica el
imperativo de projimidad que nos dejó Jesús.

De esto se deduce que la iglesia o el cristiano no sólo deberían ser la voz más fuerte en el mundo a favor del prójimo, a favor de la dignidad y de los derechos de los hombres, sino que debería ser la organización que más trabajara, que más se esforzara, luchara, denunciara y evangelizara en favor de la puesta en marcha de los valores del Reino, de los valores bíblicos en general, en todos nuestros entornos.

El imperativo de acción tanto para la iglesia en general, como para el creyente en su ámbito individual, es radical. No basta sólo con la predicación, con el anuncio de verdades evangélicas, sino que tiene que haber compromisos, acción, búsqueda de la justicia, denuncias y, algo esencial, imitar al Maestro en el servicio.

Toda predicación, todo anuncio, toda evangelización, debe regarse y complementarse con la acción, con el compromiso de vida, con el servicio.

Sin duda que la acción solidaria a favor del prójimo también evangeliza. De ahí que los seguidores del Maestro tengan un gran compromiso que, a veces, no es cómodo, pero que nos hace vivir la auténtica espiritualidad cristiana. Se necesita que nuestras creencias se concreten en un compromiso de vida, de compartir el pan y la palabra, de amar y practicar el servicio y la solidaridad cristiana.

No. No es lo mismo predicar que dar trigo. Se puede caer en la hipocresía y, desde ahí, nuestra creencia no resiste al más mínimo embate que nos ponga ante la necesidad de optar por el prójimo aunque nos duela.

Se nos debería enseñar continuamente, siguiendo las líneas del Evangelio, que no es lo mismo lo que confesamos, las aceptaciones teóricas de las verdades de la fe, las intenciones o adhesiones más o menos racionales, que el mancharse las manos en el servicio, en la ayuda como nos enseña la parábola del buen samaritano.

Quizás, el final de todo esto se pueda resumir así: No olvidemos nunca que el amor a Dios y al prójimo están siempre en relación de semejanza como nos enseñó Jesús. Así, el refrán saltaría hecho pedazos para siempre y desaparecería del elenco de refranes de nuestra historia.

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